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Crítica

«La tabernera del puerto»: Tuve una vez un sueño

Obra de Sorozábal. Intérpretes: Leonor Bonilla, Ángel Ódena, Marcelo Puente, Rubén Amoretti, Ruth González, Vicky Peña, Pep Molina, Ángel Ruiz, Xavier Ribera-Vall, Rafael Delgado, Didier Otaola, Ángel Burgos. Dir. de escena: Mario Gas. Director musical: José Miguel Pérez-Sierra. Teatro de la Zarzuela, 12-VI-2025

El Teatro de la Zarzuela estrena 'La Tabernera del puerto' sin el coro, que mantiene la huelga
El Teatro de la Zarzuela estrena "La Tabernera del puerto" sin el coro, que mantiene la huelgaEP/Teatro de la Zarzuela

Vuelve, por tercera vez, al teatro madrileño de la Plaza de Teresa Berganza, esta joya de nuestro género lírico, una «rara avis» que integra elementos de un romanticismo depurado con rasgos impresionistas y facetas de un verismo transmutado. Vectores que Sorozábal, un músico avisado y luchador en mil batallas, que además sabía extraer de la voz humana, gracias a una magnífica proporción de efectos y a una escritura muy didáctica, lo mejor.

La obra transcurre en una imaginaria aldea del norte de España, Cantabreda, que algunos han querido identificar con Castro Urdiales, aunque es posible que en realidad don Pablo pensara más bien en su tierra vascongada, de la que se reconocen algunos motivos populares. Hay otros números igualmente famosos, como esa perita en dulce que es la canción de Marola «En un país de fábula». El barítono, una voz de carácter, tiene un contrastado número de lucimiento en ese «La mujer de los quince a los veinte», redactado expresamente para Marcos Redondo. La tan aplaudida visión escénica de Mario Gas posee una fuerza poética innegable. La historia parece transcurrir como en sueños, en medio de una escenografía casi irreal debida al ya desaparecido Ezio Frigerio (en colaboración con Riccardo Massironi) y con vestuario de la que fuera su mujer, Franca Squarciapino. Grandes espacios, una plaza pública como de cuento de hadas, movimientos casi geométricos, cuidado exquisito en las actitudes. Todo contribuye a reforzar esa sensación de lejanía, de evocación poética.

Aspectos que sobrevuelan en cierto modo la anécdota de las relaciones padre-hija, los aspectos amorosos, las idas y venidas de los habitantes de Cantabreda, aquí ordenadamente movidos por la mano diestra de Gas. Gestos, aires, miradas perfectamente ordenados, casi en disposición geométrica, según criterio de Aixa Guerra. Todo ello en colaboración con un diestro manejo de las luces (de Vinicio Cheli). Esos cuadros poéticos cobran de esta forma una importancia estética de primer orden y levantan una historia que suele moverse un poco a ras de suelo y que en este caso cobra nueva vida gracias a la ajustada dirección musical de José Miguel Pérez-Sierra, entonada y con detalles de buen gusto, aunque quizá no tan sutil como habría pedido la visión teatral.

A veces nos pareció que el foso sonaba en exceso, lo que en determinados momentos impidió un verdadero encaje de líneas y que las zonas graves de las tesituras más agudas quedaran ensombrecidas. Peccata minuta porque el resultado global fue más que digno. A ello contribuyeron las voces. Leonor Bonilla hizo gala de una agilidad proverbial en ella, exhibiendo su espejeante timbre de lírico-ligera (más esto que aquello), dotado de atractivas irisaciones, abundosas en un agudo y sobreagudo fácil y de rara intensidad. Perfecta en su delineación de «En un país de fábula». Puede que para la parte convenga un instrumento más propiamente lírico.

El melenudo tenor Marcelo Puente se lució a placer, de forma un tanto exhibicionista, en fáciles filados y agudos bien apoyados, aunque ligeramente. nasales y, sobre todo, con aparente pérdida de sustancia, con inesperadas estrecheces emisoras. Muy aplaudido, como todos, especialmente en este caso en la famosa romanza «No puede ser». Ángel Ódena sentó sus reales de barítono de pelo en pecho, de timbre musculado ligeramente mate, con arrojo, gran volumen y sólida técnica emisora. El acusado vibrato se disimula por el caluroso fraseo y la alternancia de dinámicas.

Rubén Amoretti volvió a bordar su Simpson y cantó magníficamente, con su voz retumbona de auténtico bajo, la célebre romanza «La luna es blanca, muy blanca». Estupendos todos los secundarios. Tanto la soprano Ruth González (el niño Abel), como Vicky Peña (Aurora), Pep Molina (Chinchorro) y Ángel Ruiz (Riplada) volvieron a dar en la diana. Gran éxito a teatro lleno.