Talento y audacia
José Manuel Lara era un hombre de libros. Una criatura que había crecido entre ellos, que los amaba y sentía como algo tan suyo que se confundían con su propia identidad. Lara encarnaba los libros. Era un editor con mayúsculas y minúsculas. Las mayúsculas de quien continuó la labor empresarial que su padre había puesto en marcha al hacer de los libros un negocio, pero que él mismo supo engrandecer y diversificar hasta hacer de Planeta uno de los grupos editoriales más importantes del mundo. Pero José Manuel Lara era también un editor con minúsculas. Uno de esos olfateadores selectivos de los gustos del lector que, en su caso, tenía un talento tan especial como audaz a la hora de descubrir escritores del agrado de todos los públicos. De ahí su éxito, ya que ejercer un talento editorial tan completo de la mano de un entusiasmo empresarial que proyectaba su energía como un tsunami imparable, explica que finalmente José Manuel Lara lograse edificar el primer grupo editorial en lengua española gracias a su extraordinario desarrollo en América Latina y el trenzado de una serie de alianzas que le abrió también al mundo audiovisual y de la comunicación. Quizá nada de esto hubiera sido posible sin esa energía singular que proyectaba a través de todos los poros de su ser. Una energía indómita que ponía en su sitio la realidad, la que fuera. Una energía sincera, sin doblez y leal, porque José Manuel Lara era un gigante por su físico pero, también, por una voluntad noble que lograba sacar lo mejor de quienes le acompañaban. Por eso cuando hace menos de un mes llegué al hotel Ritz de Barcelona para asistir a la entrega de los premios Nadal y Josep Pla y me dijeron que no estaría José Manuel Lara, comprendí que aquella energía que le había hecho sobrepujar y vencer en tantas batallas, se estaba agotando.
Su enfermedad no había impedido que estuviese en el Premio Planeta pero, finalmente, había forzado su ausencia del Nadal y esta circunstancia se proyectó como una advertencia silenciosa de que las cosas no serían ya iguales. Se echó de menos su presencia y una cierta sensación de duelo envolvió aquellos salones abarrotados de críticos, escritores y gentes del mundo editorial. Y es que su ausencia proyectaba una sensación anticipada de orfandad y mutilación, que finalmente hemos tenido la desgracia de conocer. Su ejemplo seguirá en pie y, con él, su obra empresarial y sus proyectos. Estoy seguro de que también sus anhelos de catalán y español.
* Secretario de Estado de Cultura