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Privacidad

La Tate Modern cierra el zoológico

Los vecinos de la galería londinense ganan al fin la demanda ante «la invasión sin descanso de nuestra privacidad» por parte de los visitantes del museo

A la izquierda, el edificio de viviendas desde el que se presentó la querella contra la Tate Modern, a la derecha, por invasión de la privacidad
A la izquierda, el edificio de viviendas desde el que se presentó la querella contra la Tate Modern, a la derecha, por invasión de la privacidadJay Shaw Baker / NurPhoto Via AFP

Hay quienes siguen valorando su privacidad. Alarma el hecho de que deba ser comentado, pero la verdad es que alivia decir que aún existen personas que tienen sentido de la intimidad. Es una realidad que vivimos en la era del escaparate: vivimos expuestos, regalamos nuestros secretos a cambio de los de otros, aparentamos alcanzar la perfección con tal de recibir «feedback», ese concepto tan desgastado. Es evidente que cada uno puede medir su nivel de exposición en redes sociales como vea conveniente, pero es ese monstruo de incontables brazos extendidos e invisibles llamado algoritmo el que intimida, el que nos hace sentir extrañamente observados. Y todo ello se extrapola al día a día: tiene ese bello lado positivo en el que existe mayor comodidad a la hora de mostrarnos y de actuar tal y como somos. Pero hay que marcar límites: no debemos normalizar la potestad de cada uno de poder meterse en la vida del otro de tan solo un vistazo, no es sano asumir que con un leve gesto la intimidad individual pasa a ser colectiva. Y lo que ha ocurrido en la Tate Modern de Londres es al mismo tiempo paradoja y lección en este sentido.

Si han paseado por el museo británico, además de contemplar una explosión artística moderna junto a Andy Warhol, Mark Rothko o Pablo Picasso, habrán podido fotografiarse con el Támesis de fondo. Pero no es lo único que rodea a la galería –a pocos metros se erige el romántico Shakespeare’s Globe–, pues también hay otros espacios, incluido un edificio de viviendas: hasta ahora, los vecinos de la Tate Modern se han sentido una obra más del museo, han pensado que vivían en una especie de zoológico, que su cotidianeidad era lo más parecido a un tablón de Instagram con miles de seguidores. Y parece que esta invasión de su intimidad ha llegado a su fin, pues los cinco residentes de estas cuatro viviendas londinenses –cuyo interior puede contemplarse desde lo alto del museo–, han ganado un recurso de privacidad ante el Tribunal Supremo por el uso que realiza el museo de su terraza.

En un intento de evitar que «cientos de miles de visitantes» pudieran observar el interior de sus casas desde la plataforma con vistas al río que tiene la galería, estos vecinos se querellaron contra la junta de directivos. Solicitaban la introducción de algún mecanismo –acordonando parte de dicha plataforma o erigiendo pantallas– que permitiese, sin fallo, que los visitantes no pudieran ver (o fotografiar) nada de sus hogares, lo que consideraban «una invasión sin descanso de nuestra privacidad». Un caso que perdieron ante el Tribunal Superior de Londres, y que elevaron al Tribunal Supremo en diciembre de 2021. Y la larga espera terminó, pues en la audiencia celebrada el 1 de febrero se dictaminó a favor de los cinco vecinos, alegando que algunas de las habitaciones de sus casas, con grandes ventanales y altos techos, están «bajo observación constante por parte de la galería de vistas de la Tate durante gran parte del día, cada día de la semana. Es una interferencia sustancial con el uso ordinario y el disfrute de las propiedades de los demandantes». Así, el museo cierra su sección zoológica y los vecinos sus escaparates. Lo que compartan en sus redes sociales ya es otra historia.