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Teatro Real
El Teatro Real y un cuento para adultos
Presenta por primera vez «El cuento del zar Saltán», de Nikolái Rimski-Kórsakov en una nueva producción que firma Dmitri Tcherniakov y que se estrenará el día 30

Aunque tras el fallecimiento de Chaikovski a finales de 1893 Rimski-Kórsakov pasó a ser el encargado de componer cada año una ópera para los teatros imperiales rusos, son difíciles de ver fuera de Rusia cualquiera de las quince que compuso, al contrario de otras obras suyas, como por ejemplo el poema sinfónico «Scheherazade» o el «Capricho español», habituales en salas de conciertos de todo el mundo. Lejos del intimismo de Chaikovski, Rimski-Kórsakov encontró su espacio propio en el ámbito del folclore ruso, en sus cuentos, leyendas y personajes.
El Teatro Real, que hace unos meses estrenaba «Eugenio Oneguin» de Chaikovski, vuelve con otra pieza del repertorio ruso, «El cuento del zar Saltán», de Nikolái Rimski-Kórsakov (1844-1908), ambas basadas en un poema de Aleksandr Pushkin, del que se conmemora el 225 aniversario de su nacimiento. Se trata de una coproducción del Real y La Monnaie de Bruselas, que la estrenó en 2019 –Premio Internacional al Mejor Montaje en 2020–, y ahora llega a Madrid por primera vez, del 30 de abril al 11 de mayo, dirigida por el polémico director Dmitri Tcherniakov, el maestro Ouri Bronchti en la dirección musical y el tenor Bogdan Volkov –que triunfó como Lensky en Evgeni Onegin– como el Príncipe Gvidon, junto a un reparto donde destacan Ante Jerkunica (Zar Saltán), Svetlana Aksenova (Zarina Militrisa), Nina Minasyan (Princesa Cisne/Cisne) y Carole Wilson (Babarija).
Cisne casamentero
Con libreto de Vladímir Belski, su estreno estaba previsto para 1899 como celebración del centenario del nacimiento de Pushkin, pero finalmente lo hizo en noviembre de 1900 en el Teatro Solodovnikov de Moscú. Para Rimski-Kórsakov, «El cuento del zar Saltán», que reivindica a la Rusia oriental y paneslava de las tradiciones atávicas y los cuentos populares, es un vehículo perfecto para expresar su música nacionalista y hacer brillar su enorme talento para la orquestación, con fragmentos tan populares como «El vuelo del moscardón» (o del abejorro), que representa la transformación mágica del príncipe Gvidon, una pieza que trascendió la ópera y se convirtió en una de las más populares e interpretadas del repertorio sinfónico.
El cuento narra la historia de tres hermanas; las dos mayores, por celos y envidia, intentan destruir a la pequeña, elegida por el zar como esposa. Urdiendo un plan diabólico hacen que expulsen a la joven esposa y a su hijo pequeño arrojándolos al mar en un barril hasta llegar a la mítica isla de Buyán. Años más tarde el príncipe salva a un cisne mágico que le permite vengar la mala acción de sus tías. A la vez, el cisne se convierte en una bella princesa con quien se termina casando. Pero en esta producción, Dmitri Tcherniakov crea dos historias que se entremezclan. «A mí ese lado optimista y positivo desde la perspectiva infantil de los cuentos de hadas representados habitualmente en Rusia no me interesa –afirma–, prefiero ese otro lado de claroscuros y anhelos que expresan, y en esta orquestación de Rimski-Kórsakov, extremadamente rica, están presentes todos esos elementos y queremos sacarlos a la luz en esta producción dirigida a un público principalmente adulto. El cuento de hadas está presente, por supuesto, pero hay otros muchos elementos, como el vínculo de amor entre una madre y su hijo, que son los verdaderos protagonistas de la historia», explica Tcherniakov.
El cuento es utilizado aquí como un elemento para esa comunicación tan especial entre ellos dos, que se necesitan mutuamente para sobrevivir solos en un mundo hostil. «El personaje principal es este hijo del zar, Gvidon, una persona frágil, indefensa, casi autista, que la madre cría sola sobreponiéndose al abandono y desprecio familiar. Ella decide representar teatralmente la historia del zar Saltán, y así van entrelazando sus propias vivencias para que, a través de la fantasía del cuento, el niño entienda el mundo real con sus hostilidades, miedos, congojas y angustias a través de los cuentos de hadas. La madre consigue que su hijo, que vive en una burbuja completamente aparte, conecte con la realidad», asegura.
Una historia que tiene presente el mar en todo momento. «Rimski-Kórsakov es famoso por ser uno de los mejores compositores en cuanto a su capacidad de reflejar los sonidos del océano y las sensaciones que produce –explica Ouri Broncht, director musical–, durante un tiempo fue miembro de la Armada imperial y recorrió el mundo en barco, igual que su hermano mayor, que le contaba historias marinas. El mar es el lugar donde todo puede ocurrir, la puerta a otro mundo, y tiene una gran influencia en la música de Rimski-Kórsakov, que era un niño tímido con un mundo interior muy rico». Para Broncht, «su orquestación es extremadamente pictórica, descriptiva y evocadora porque cuenta la historia. Se dice que Disney estuvo influido por él y cuando vemos su cine descubrimos inmediatamente la historia; pues cuando escuchamos la música de Rimski-Kórsakov, también», sentencia.
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