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Clásica

El Teatro Real presenta a Bártok: cuando amar se hace imposible

El Real presenta, por primera vez en su escenario, el ballet-pantomima “El mandarín maravilloso” y la ópera “El castillo de Barbazul”, ambas del compositor húngaro

El Teatro Real presenta a Bártok: cuando amar se hace imposible Matthias Baus | Theater Basel

Barbazul, el ancestral personaje inmortalizado por Charles Perrault (1628-1703), constituye uno de los ejes temáticos de la presente temporada del Teatro Real, del que se ocupa con tres títulos diferentes. «Un cuento que parece para niños, pero como sucede tantas veces con los cuentos para niños –asegura Matabosch, director artístico del Real–, se le puede sacar punta, como hicieron grandes compositores del siglo XX». Uno de ellos es el húngaro Béla Bartók (1881-1945), con el que el coliseo madrileño ha articulado una velada que incluye tres obras suyas, el ballet-pantomima «El mandarín maravilloso» (1926) y el primer movimiento de la obra «Música para cuerda, percusión y celesta» (1937), en la primera parte; y la ópera «El castillo de Barbazul» (1918), en la segunda, por primera vez escenificada en Madrid. Entre el 2 y el 10 de noviembre, se ofrecerán cinco funciones, de una nueva coproducción con la Ópera de Basilea, donde se estrenó en 2022, con puesta en escena de Christof Loy. La dirección musical es de Gustavo Gimeno, que toma la batuta como director titular del teatro.

«El castillo de Barbazul», con libreto del poeta Béla Balázs es la única ópera de Bartók, una pieza corta de poco más de una hora que suele representarse junto a otra. «Vi producciones que la mezclaban con otros compositores, pero me faltaba una coherencia atmosférica. Mi idea era buscar su complemento en el mismo Bartók y encontré el ballet pantomima de «El mandarín maravilloso», que es una obra teatral con una música que me habla mucho –explica Christof Loy–, dos historias de amor y de la conexión de amor y agresión», para las que ha creado una dramaturgia que las une. Ambas están centradas en el poder, misterio y contradicciones del amor en un contexto de violencia extrema, brutal y «exterior», en el caso del ballet; e intimista, terrorífica e «interior», en la atmósfera de la ópera.

Truculencia y misterio

«El mandarín maravilloso», basado en el relato grotesco del dramaturgo y guionista cinematográfico Menyhért Lengyel –conocido colaborador de Lubitsch– tiene un argumento despiadado: en los suburbios de una gran ciudad, tres malhechores fuerzan a una joven a prostituirse para robar a sus clientes: un viejo libertino, un joven tímido y pobre y un misterioso y excéntrico mandarín poseído por el deseo, pero con un magnetismo desconcertante para los maleantes, que intentan matarlo cruelmente sin éxito. Solo cuando la joven cumple su deseo y le entrega su amor, el mandarín muere en sus brazos. Su estreno en Colonia causó escándalo y la obra fue prohibida en Alemania. En «El castillo de Barbazul», ópera para dos cantantes y un actor, Judith, movida por el amor y la curiosidad, sigue a Barbazul hasta su castillo porque quiere conocer el pasado enigmático del hombre con quien se ha casado. Allí descubre siete puertas cerradas que, según va abriendo, van revelando un aspecto de su alma atormentada. La condición es no traspasar la última puerta que desvela la verdad, pero Judith traiciona su confianza, penetra en las tinieblas y rompe el puente que los une… Para Joan Matabosch, «puede entenderse como una crítica a la curiosidad femenina, aunque la versión actual se aleja de esa visión “infantiloide”. Judith, busca comprender al hombre con quien acaba de casarse, enfrentándose a su hermetismo y a su pasado». Bartók la compuso en seis meses y su atmósfera simbólica contrasta con las emociones salvajes de «El mandarín maravilloso», el otro de los estrenos que llega al Real. Su partitura, rechazada por «irrepresentable», fue sometida a varias revisiones hasta la última versión del año 1938.

Para Gustavo Gimeno, “es increíble cómo se funden música y escena en dos obras que a priori no han sido concebidas para estar juntas. Ambas comparten el lenguaje típico de Bartók, el folk, pero son piezas muy diferentes. “El castillo de Barbazul” es herencia de la música romántica tardía con influencia de Straus y Debusy, una especie de thriller psicológico con momentos donde la música suena como clara precursora de la mejor música de la mitad del siglo XX en las películas clásicas de Hollywood, mientras que “El mandarín maravilloso” es de una audacia increíble, que requiere concentración, adrenalina y una preparación máxima a la orquesta. Es muy, muy exigente, te lleva al límite en todos los aspectos, pero es fascinante”, concluye.

«En el ballet vemos una pareja, pero también una sociedad que muestra la necesidad de los seres humanos de tener una relación, de crear algo juntos, de amar y de ser amado y esto crea tensión y agresión –explica Loy–. Y Barbazul es una obra casi wagneriana donde la mujer acaba teniendo una función redentora para él, mientras que en el mandarín es al contrario, él es el redentor de ella, la prostituta», afirma el director, que ha creado un espacio escénico común para ambas diseñado por Marton Agh. «La atmosfera agresiva y brutal de la primera, con una sociedad en decadencia, se representa en los suburbios sórdidos de una gran ciudad portuaria, mientras que Barbazul se ambienta en una vivienda». Participan en el ballet Gorka Culebras (Mandarín), Carla Pérez Mora (Chica), junto a Nicky van Cleef, David Vento, Joni Österlund, Nicolas Franciscus y Mário Branco. En la ópera, Christof Fischesser (Barbazul), Evelyn Herlitzius (Judith) y el actor Nicolas Franciscus (Prólogo).