Teatro Real: se levanta el telón
Un documental que se estrena el domingo recorre con detalle la historia del coliseo y muestra lo que hay detrás de las bambalinas
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Un documental que se estrena el domingo recorre con detalle la historia del coliseo y muestra lo que hay detrás de las bambalinas.
Se levanta el telón, y no una sino dos, tres, cinco, diez, doce veces. “El barbero de Sevilla”, “Bodas de Fígaro”, “Macbeth”, “Rigoletto”, La traviata”, “Billy Budd”, “Madama Buterfly”, “Moisés y Arón”, “Simon Boccanegra”, “Don Giovanni”, “La flauta mágica”... y así hasta veinte años de vida, o sería más propio decir de “revida”, aunque suene peor, de Teatro Real. José Luis López Linares se aproximado a este coloso a través de un documental en el que están todos los que son: desde la dirección hasta quienes están detrás del escenario dando su puntada para que nada falle en el espectáculo de la ópera, un arte total que se compone de arquitectura, física, matemáticas, tiene su parte de terapia y de catarsis.
Teresa Berganza imparte su maestría con la clase y veteranía que la caracterizan. Da gusto escucharla. Pablo Heras-Casado, en una primera toma con el pelo ensortijado y en la siguiente empapado en sudor, conduce a la orquesta y lleva el ritmo con las manos mientras explica lo que quiere con un más que gráfico “pa pa pap pa”. La cámara también se cuela en uno de los ensayos con Ivor Bolton, en otro de Armilliato, tan enérgico, tan vivísimo. La voz del Teatro Real es coral y por eso se escucha a Joan Matabosch, director artístico. Y hablan Plácido Domingo (“Vivo para cantar”, declara) y Ermonela Jaho, la soprano que puso en pie al Real como Cio-Cio San. Se recupera también un fragmento de una entrevista a Alfredo Kraus que conversa junto al desaparecido José Luis Pérez de Arteaga, tan en nuestro recuerdo siempre.
Y es que la historia del coliseo, según desvela un documentado Joaquín Turina, ha sido sido siempre la historia de un problema económico permanente. Un teatro en el que las obras se paraban porque el presupuesto no alcanzaba y del que se muestra en blanco y negro su esqueleto mientras se levanta. Andrés Máspero tiene también su momento, no uno, sino varios, pieza muy importante en este engranaje, director del coro capaz de dejarse la piel a jirones y que confiesa que el montaje más complicado vocalmente hablando que ha vivido en el coliseo ha sido “Moisés y Arón, aunque también sea el que mayores satisfacciones la ha dado.
Una gran familia, una “tropue”, como llegan a definir las relaciones que se establecen entre todos, desde el tenor o la soprano de quilates hasta quien le cose el dobladillo o le peina la peluca o maquilla una ojera que está fuera de lugar. Cuántas horas de trabajo desconocido, porque cuando se levanta el telón se ve con los ojos y los oídos de par en par un espectáculo total, pero detrás hay muchos días de horario ininterrumpido. Regidos y directores técnicos explican cómo es su trabajo. En otro momento Jaho llama antes de salir a escena a una maquilladora y la besa con cariño y agradecimiento.
La parte técnica ocupa otro de los momentos del documental. Podemos asomarnos al foso, tan inmenso que cabría dentro de él el edificio de Telefónica que se levanta en la Gran Vía y cuya maquinaria funciona con la precisión de un reloj suizo. Permite tener hasta cuatro decorados al mismo tiempo. Es la lógica evolución de aquellos otros pintados con colores suaves, con cierta profundidad y perspectiva, y que encajaban en escena como un guante. Sede del Congreso, almacén de pólvora, salón de baile, cuartel de la Guardia Civil, sala de conciertos y teatro de ópera. Durante 41 años permaneció en silencio. A partir de 1850 se denomina Teatro Real, hasta la revolución de 1868, que pasa a denominarse Teatro Nacional de la Ópera y con la restauración recupera la denonimación de Teatro Real, nombre con el que se le conoce hasta ahora. Cuando se inaugura en 1850 y durante 75 años, ha estado en el circuito internacional de ópera. La diva Marietta Alboni fue al encargada de inaugurarlo y de elegir también el título con el que pasaría a la historia, “La Favorita”, de Donizetti. Cada butaca valía 24 reales y en la reventa se llegaron a pagar 320. A ella se le hizo un traje a medida, eligió la tela y las hechuras, pues la contralto era la diva más grande de la época y una ocasión como la apertura del coliseo exigía (aunque ahora sea más laxa) una etiqueta acorde.