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No todo vale para Carlos Aladro y Henrik Ibsen

Destituido de La Abadía en febrero, el director regresa a esas mismas tablas con “El pato salvaje”
Eva Rufo

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Saltaba la noticia a principios de febrero, la tarde del viernes 4: «Juan Mayorga, nuevo director del Teatro de la Abadía». Carlos Aladro quedaba destituido («sustituido», que dirían fuentes gubernamentales) a mitad de un mandato que había comenzado en 2019 y que estaba llamado a continuar la senda de José Luis Gómez. Pero la gestión y el rumbo que tomaba la casa no gustó al nuevo patronato y el director tuvo que salir prematuramente del teatro-iglesia. Aun así, la programación (evidentemente) siguió su curso, y en esas llega el próximo estreno de La Abadía, El pato salvaje, de Henrik Ibsen, o, en otras palabras, la gran apuesta de Carlos Aladro para esta temporada. «Uno de esos sueños pendientes que tienes en el cajón y que, cuando me incorporé a la dirección de La Abadía, pensé que podía ser la pieza más oportuna». Pero, entonces, la idea era llegar no solo como director de la pieza, sino estar al frente de la sala madrileña. «Son cosas de la vida», responde tras una importante pausa (tal vez mordiéndose la lengua, tal vez pensando muy bien sus palabras). «Es una situación muy “ibseniana”. Uno desempeña diferentes roles y llega a diferentes acuerdos con sus coetáneos. Y todo ello también está en la obra, así que podemos decir que tiene una cierta trascendencia poética... Por así llamarlo».
–¿Llegó a entender su salida?
–[Vuelve a darle muchas vueltas a la contestación] No.
–¿Y le convencieron las explicaciones que le dieron entonces?
–Entiendo que hay un órgano de gobierno que quería otro rumbo, un patronato que me eligió y que ahora tiene otra configuración y presidencia, que posee su peso.
Pero la decisión, igual que se tomó, se aceptó (con más o menos agrado) y Aladro asegura que es hombre de teatro y que va «a seguir contribuyendo como creador, gestor o formador. Mi vocación es esto y estoy aquí para ello». Ahora, El pato salvaje viene a hacer de puente entre esa salida precipitada y su despedida del centro desde el escenario, aunque sea firmando la dirección del montaje.
Dentro de esa situación «ibseniana» a la que hace referencia Aladro, la pieza del autor noruego (aquí, en versión de Pablo Rosal) viene a poner sobre las tablas el debate de si es mejor vivir en una mentira que transmita una cierta comodidad o hacerlo dentro de una verdad que te lleve al desastre. El director no se moja del todo, pero tiene clara su respuesta: «El término medio es el bueno. En todo caso, hay que depositar la confianza en los afectos y en la imaginación, que es lo que a nosotros nos llena de luz y de esperanza de esta obra». Defiende que «El pato...» es una reivindicación del arte y de la imaginación; y, de igual modo, Pilar Gómez (Berta, en la función) señala la «responsabilidad cultural» de levantar un título así: «Es un acto de resistencia necesario, porque, quizá, no hay nada que defina mejor nuestro tiempo que el consumo hiperindividualizado de complejos dramas», asegura mientras traza el paralelismo con «un mundo que perdía referencias y valores de forma terminal» y que Ibsen logró retener. «Su drama conquistó a la humanidad y se ha diseminado infinitamente en todo hasta nuestros días», explica la compañera de reparto de Jesús Noguero, Eva Rufo, Javier Lara, Juan Ceacero, Nora Hernández y Ricardo Joven.
El noruego empezaba a escribir este Pato en abril de 1884, lo estrenaba en enero del año siguiente y definía así los temas candentes de su pieza: «El conflicto entre el anhelo y la competencia, entre la voluntad y la capacidad, y el solape de tragedia y comedia, sea en un plano general o el plano individual». Puntos que, para Aladro, tienen una «perfecta» cabida a día de hoy, «sobre todo, vemos que la sociedad burguesa de finales del siglo XIX tiene mucho en común con la europea de hoy». Lo que sí ha cambiado, cuenta, es la praxis teatral y es ahí donde la versión de Rosal hace hincapié, aunque el director apunta que es «muy cercana al original». Aprovechando que El pato... es una bisagra en el realismo y que incluyó un elemento simbólico en su trama, este nuevo estreno introduce una capa metateatral que separa entre el verdadero Pato y una compañía actual que representa la obra.
Resuenan ecos de la vida familiar del dramaturgo: hijo ilegítimo, mala relación con su padre, bancarrota del padre… Ibsen llegó a afirmar que «todo lo que he escrito tiene una conexión sumamente estrecha con lo que he vivido (...) cada texto me ha servido de recurso para encontrar liberación espiritual y purificación», comentaba de uno que une tres vertientes de su escritura: la crítica social, el drama familiar y un simbolismo que deja entrever otras posibles lecturas. Curiosamente, Ibsen combina humor con el dramatismo que atraviesan sus personajes, que, a menudo, se mueven en un estado de patetismo.
El experimento teatral de Ibsen consiste en tratar las cuestiones relacionadas con el destino de la humanidad de una manera muy cercana a las tragedias griegas, pero poniéndolas en boca de gente corriente de la Noruega del XIX: dos familias con vínculos deberán hacer frente a acuerdos y desacuerdos, «aunque lo que finalmente aparece es el destino de la humanidad a través de las relaciones padres-hijos, el poder del dinero, la verdad, los sentimientos...», comenta el director de una pieza en la que Ibsen levantó la mano para advertir del peligro del «todo vale». Avisó el autor en sus días y Aladro recoge el guante hoy por sus «similitudes»: «Una sociedad en la que no hay valores absolutos. Necesitamos mirar más hacia el alma, el corazón. Ibsen nos habla de los afectos y de cómo estos dialogan con la ciencia, la religión, la política y la filosofía... ¡Ahora que están quitando clases de filosofía! Por eso debemos prestar más atención a la obra».
  • Dónde: Teatro de la Abadía, Madrid. Cuándo: del 17 de mayo al 19 de junio. Cuánto: de 9 a 21 euros.