«El idiota»: La derrota del amor
Autor: Fiódor Dostoievski. Versión: José Luis Collado. Director: Gerardo Vera. Intérpretes: Fernando Gil, Alejandro Chaparro, Vicky Luengo, Marta Poveda, Abel Vitón. Teatro María Guerrero. Hasta el 7 de abril de 2019.
El director Gerardo Vera acomete otra vez la difícil tarea de subir a las tablas la fascinante literatura de Dostoievski, y lo hace, como ya ocurriera en «Los hermanos Karamázov», a partir de una versión de José Luis Collado que, en esta ocasión, está más afinada en la lectura de los personajes originales y del sentido profundo de la novela. Igual que en su trabajo anterior, el adaptador condensa eficazmente la trama y sacrifica, con buen criterio y probablemente con pena, muchos de los personajes y de los temas que Dostoievski aborda en esta obra, tales como la política, la justicia, la administración pública o, incluso, la calidad literaria de otros escritores rusos como Gogol y Lermontov; pero, sobre todo, esta vez Collado ha sabido concentrar adecuadamente en las escenas y en los diálogos la compleja naturaleza de los personajes, especialmente la del príncipe Myshkin, cuya idiotez, como queda bien reflejado en la función, está menos relacionada con su falta de perspicacia para mirar el mundo que con su inocencia a la hora de comportarse en él. El protagonista es en realidad un arquetipo de la bondad; un ser incorruptible que ama tanto más al prójimo cuanto más necesita este ser amado. Y esa es la clave para entender su relación con Nastasia y con Aglaya, y para entender, en definitiva, la dimensión trágica de la obra. Suponía, pues, un reto considerable dar entidad escénica sin caer en la simplificación ni tampoco en la caricatura de un personaje que ha de funcionar en todo momento como una metáfora viviente de la compasión. Y hay que decir al respecto que Fernando Gil hace un extraordinario y delicado trabajo, quizá el mejor y más difícil que se le haya visto en un teatro. A su lado, destacan especialmente Marta Poveda, dando vida a la infeliz Nastasia, que trata inútilmente de tomar las riendas de su vida; Yolanda Ulloa, en el papel de la apaciguadora, aunque también interesada, generala; y Jorge Kent, que muestra muy bien cómo Rogozhin, su personaje, se está precipitando inexorablemente a la fatalidad. Pero todo el elenco, en realidad, está sólido y resolutivo al servicio de un director que hace discurrir la acción con buen ritmo y que sabe encuadrar, con su elegancia habitual, momentos de fuerte intensidad dramática en imágenes de gran belleza. Como consecuencia de todo ello, la función se ve con sumo agrado desde el principio hasta ese aciago final en el que la virtud, abatida, ingresa de nuevo en un sanatorio, lejos de esa sociedad aparentemente sana en la que, sin embargo, todos sufren una severa enfermedad moral de difícil curación.