Crítica de teatro

"Fundamentalmente fantasías para la resistencia": Sobre Ucrania y su encaje en la comedia ★★☆☆☆

La historia de una compañía teatral ucraniana que está ensayando una especie de farsa sobre Putin dentro de un refugio

"Fundamentalmente fantasías para la resistencia" ocupa la sala grande del Teatro Valle-Inclán
"Fundamentalmente fantasías para la resistencia" ocupa la sala grande del Teatro Valle-InclánLuz Soria

Autor y director: Alfredo Sanzol. Intérpretes: Natalia Hernández, Juan Antonio Lumbreras, Javier Lara, Paco Déniz, Elena González, Pablo Márquez, María Moraleja, Julia Rubio, Pepe Sevilla y Eva Trancón. Teatro Valle-Inclán, Madrid. Hasta el 16 de abril.

Desde un punto de vista artístico, todos los temas, absolutamente todos, por muy luctuosos que sean, pueden ser abordados en clave de comedia sin menoscabo de su gravedad. Otra cosa es que el resultado de esa comedia sea más o menos profundo, bello, original... o incluso cómico. Aunque bastante rebatida por las fuerzas vivas de la ultracorrección política, esta idea no es, obviamente, exclusiva de un servidor, sino que es ampliamente compartida por quienes se sirven del humor en su labor creadora de una manera natural y talentosa.

Uno de esos creadores es Alfredo Sanzol, cuyos mayores logros teatrales, y no han sido pocos hasta la fecha, se han cosechado en el terreno de la comedia. Era lógico, por tanto, y hasta deseable, que el dramaturgo y director decidiese abonar de nuevo ese campo, tan fértil para él, cuando se propuso tratar, en Fundamentalmente fantasías para la resistencia, un asunto tan espinoso y palpitante como es el de la guerra de Ucrania. El problema, a la vista del resultado, es que uno tiene la sensación de que a él mismo le ha faltado el convencimiento necesario para hacerlo.

La función cuenta la historia de una compañía teatral ucraniana que está ensayando una especie de farsa sobre Putin dentro de un refugio, mientras fuera de él se está librando la cruda guerra. Todo lo que el espectador ve que ocurre en ese búnker parece emanar de la imaginación de la dramaturga y directora de la compañía, un personaje de resonancias pirandellianas que es quien está escribiendo y dotando de vida a todos los demás. El punto de partida no puede ser más sugerente: la directora se convierte en el oportuno nexo entre la devastadora realidad de una guerra de gigantescas proporciones, sobre la que ella apenas tiene poder en cuanto mero individuo, y su mundo imaginario y artístico, donde sí se puede otorgar a sí misma la capacidad de reaccionar y decidir.

Pero, más allá del planteamiento, la estructura hace aguas y la cosa no termina de funcionar. En primer lugar, se percibe una falta de armonía dramatúrgica a la hora de acoplar esos dos distintos planos, de manera que la farsa imaginaria sobre Putin, que debería ser más bien el pretexto para encarar el tema de fondo, se convierte en la principal, y superficial, línea argumental de una obra que tiene, por cierto, la injustificada duración de dos horas y veinte minutos. Esos dos planos, además, tardan mucho en converger, y lo hacen, finalmente, de una manera artificiosa –mejor no desvelársela al potencial espectador– que no hace sino poner al descubierto una serie de trampas en la construcción del argumento. Por último, ya próximas al desenlace, hay unas reflexiones puestas en boca de la directora que son sin duda muy interesantes, pero que poco tienen que ver con la idiosincrasia del personaje y con su contexto dramático. Son reflexiones que parecen expuestas en el escenario por el propio Sanzol, como si necesitase justificar su propuesta, y que no dejan por eso de sonar todo el tiempo impostadas, aunque sea una actriz tan buena como Natalia Hernández quien trate, en vano, de hacerlas consustanciales al personaje.

En el reparto, formado por un total de diez actores, hay algunos viejos conocidos del director muy bien dotados para la comedia, entre los cuales destacan esta vez, junto a Hernández, Juan Antonio Lumbreras y Paco Déniz. Sin embargo, y sé que este tema es delicado, mal puede entenderse la decisión de incorporar al elenco, bajo pretexto de favorecer la inclusión social y profesional, a dos personas con diversidad funcional que, tal y como se demuestra, carecen de las aptitudes interpretativas que esta propuesta en concreto está demandando para ellas. La verdadera inclusión -en cualquier campo, no solo en el teatral- se logra cuando, dentro de un grupo, cada persona está en disposición de alcanzar el grado óptimo de calidad que exige su trabajo individual para que el resultado colectivo no se resienta y no se note en él discontinuidad de ninguna clase. (Sirva de ejemplo a este respecto lo que ocurría en Supernormales, una brillante y exitosa producción de este mismo Centro Dramático Nacional en la que la mitad del elenco estaba compuesto por personas con diversidad funcional). Aquí, por el contrario, parece evidente que el casting no es muy acertado, pues no hay una adecuación entre la exigencia de algunos personajes, tal y como han sido escritos, y las capacidades individuales de ciertos actores que tienen que interpretarlos, de manera que la discontinuidad se nota mucho más de lo debido y lo colectivo se resiente. Y, claro, así... flaco favor se hace a esa inclusión que todos deseamos.

  • Lo mejor: La proverbial vis cómica de Juan Antonio Lumbreras es lo único que consigue salvar la dilatada trama de la farsa sobre Putin.
  • Lo peor: El innecesario y recurrente intento del autor por justificar su propuesta desde el propio texto.