Crítica de clásica
Quedar para jugar
La tradición decimonónica beethoveniana enfrentada a quienes quisieron romperla o, al menos, refundarla
Obras de Beethoven, Bartók y Stravinski. Piano: Xiaolu Zang. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección musical: Gustavo Gimeno. Ciclos Musicales de la Orquesta Sinfónica de Madrid. Sala Sinfónica. Auditorio Nacional, Madrid, 23-X-25.
Arrancó su tradicional ciclo de conciertos la Orquesta Sinfónica de Madrid con un programa intenso y un tanto polarizado: la tradición decimonónica beethoveniana enfrentada a quienes quisieron romperla o, al menos, refundarla. Dos incentivos se sumaban a la propuesta: la presencia de Gustavo Gimeno en su primer año como titular de la agrupación y la del pianista pekinés Xiaolu Zang, flamante ganador del Concurso Internacional de piano María Canals y segundo premio hace un par de años del Paloma O’Shea. Arrancó la velada con una obra compleja y genial, el Concierto para piano y orquesta n.º 5 de Beethoven, una página maratoniana que Zang enfrentó con un punto de despreocupación. La técnica del pianista chino es impecable, tanto en la gradación de fuerza en la pulsación como en el uso del pedal, lo que le permite centrarse de forma más directa en la creación de atmósferas o el sentido del color. Y ahí es donde queda un mayor camino por recorrer. Dentro de su elegancia, el “Adagio un poco mosso” quedó huérfano de una visión más poética, que rebuscara contenidos más lejos de la superficie. Modélico el acercamiento a su último movimiento, reforzando el juego de síncopas que trasladan al oyente a un mundo donde lo popular y el halo de inocencia que Beethoven le otorga, se reivindican. Gustavo Gimeno puso la orquesta al servicio de la visión de la obra de Zang, en una lectura casi paisajística y cuidando en extremo el balance de volúmenes entre la orquesta y el solista.
Para la segunda parte quedaban dos claras manifestaciones del genio tímbrico del primer tercio del siglo XX, tanto de Bartók como de Stravinski. Arrancó la Suite de “El mandarín maravilloso”, op. 19 del compositor húngaro, una catálogo detallado de hallazgos en la paleta orquestal y síntesis de intensidades. Aquí la dirección de Gimeno comenzó a coger altura, gracias al extraordinario sentido del ritmo y de cómo transmitirlo que tiene el director valenciano, algo que quedó de manifiesto ya desde el caos urbano con el que arranca la partitura. Extraordinario trabajo del viento madera a la hora de construir la gradación intermedia que tan a menudo se pierde entre la barahúnda sonora. Cuando la obra se estrenó en su día contó el director de orquesta Eugen Szenká que “...al final de la representación hubo un concierto de silbidos y maullidos de gato”. Por suerte aquí la recepción fue otra. Finalizó la velada con la Suite El pájaro de fuego, de Stravinski, resuelta con idénticos mimbres aunque huyendo del exceso decibélico para concentrar el esfuerzo en una paleta orquestal cuidada y la consecución de un hilo narrativo sólido. La Orquesta Sinfónica de Madrid se abonó al espíritu de baile de la partitura y a su sensualidad inherente, disfrutando de la sonoridad brillante que le proporciona estar fuera del foso. Un gran inicio de temporada con una orquesta encantada, como cuando niños, de quedar una tarde entre semana para jugar.