Nucleares
Estos son los inventos nucleares que casi desataron la destrucción durante la Guerra Fría
La era atómica no solo trajo la bomba, sino un torrente de ideas hoy impensables: desde coches y tanques con reactor propio hasta pelotas de golf radiactivas para no perderlas en el campo

Hubo un tiempo, durante la llamada era atómica en Estados Unidos, en que la fe en el poder del átomo parecía no tener límites. La imaginación de los ingenieros llegó a concebir objetos tan cotidianos como pelotas de golf con isótopos radiactivos, diseñadas para ser localizadas sin esfuerzo en el campo con un simple contador Geiger. Esta fiebre por lo nuclear se extendió al automóvil, con prototipos como el Ford Nucleon, un coche familiar que prometía albergar un pequeño reactor en su parte trasera para moverse.
En esa misma línea de innovación, la industria militar no se quedó atrás. La compañía Chrysler llegó a diseñar el TV-8, un tanque cuya torreta modular no solo contenía el armamento, sino también una planta motriz nuclear. El objetivo era dotar al vehículo blindado de una autonomía sin precedentes en el campo de batalla, liberándolo de la dependencia de los combustibles fósiles en operaciones prolongadas.
Asimismo, la escala de los proyectos creció hasta alcanzar proporciones colosales. El gobierno estadounidense impulsó el «Proyecto Plowshare», una propuesta que, según detalla el medio Interesting Engineering, buscaba emplear explosiones atómicas controladas con fines de ingeniería civil. La idea, hoy impensable, era utilizar la fuerza de la fisión para excavar canales o construir puertos de la nada, remodelando la geografía a golpe de detonación nuclear.
El átomo en el campo de batalla: de lo micro a lo macro
En el ámbito puramente castrense, la creatividad se aplicó tanto a la miniaturización como a los sistemas de alcance global. Se desarrollaron armas como el «Davy Crockett», un rifle sin retroceso capaz de disparar una ojiva atómica de bajo rendimiento para uso de la infantería, convirtiéndose en uno de los artefactos atómicos más pequeños jamás fabricados. Junto a él surgieron las minas nucleares portátiles, diseñadas para que un único soldado pudiera destruir infraestructuras estratégicas.
Por otro lado, la ambición también apuntó a las estrellas y a los cielos. Con el «Proyecto Orion» se exploró la posibilidad teórica de propulsar naves espaciales con detonaciones atómicas controladas en su popa, un concepto que buscaba conquistar el espacio con la misma energía que amenazaba el planeta. En una vertiente más pragmática, se estudió la viabilidad de lanzar misiles balísticos intercontinentales desde grandes aviones de carga, buscando así aumentar la movilidad y supervivencia del arsenal nuclear ante un primer ataque. Esta carrera armamentística, lejos de ser un capítulo cerrado, continúa en la actualidad con nuevas potencias, como demuestra el hecho de que China enseñe sus últimas bombas nucleares gigantes con capacidad intercontinental.
En definitiva, todos estos planes, desde la pelota de golf radiactiva hasta la nave espacial atómica, son hoy vestigios de una época muy particular. Reflejan una mezcla irrepetible de un optimismo tecnológico desbordante y la tensión constante que definieron los años de la Guerra Fría, cuando se creyó que la solución a cualquier problema, grande o pequeño, pasaba por la fisión del átomo.

 
	                 
	                