Estreno

La última lección de la señorita Mercedes

El Español estrena "La habitación blanca", de Josep Maria Miró y dirigida por Lautaro Perotti, un viaje a los paisajes íntimos y emocionales de la infancia

De izquierda a derecha, Santi Marín, Jon Arias, Paula Blanco y Lola Casamayor
De izquierda a derecha, Santi Marín, Jon Arias, Paula Blanco y Lola CasamayorJuanjo Marín

«La verdadera patria del hombre es la infancia», afirmaba Rilke, los recuerdos infantiles no solo forman parte intrínseca de nuestras vidas, sino que ayudan a estructurar nuestra personalidad. La propuesta que hace Josep Maria Miró en «La habitación blanca» es un viaje de vuelta a los paisajes íntimos y emocionales de la niñez. «Al espacio desde donde a veces acarreamos los miedos, las frustraciones, las alegrías, los sueños, porque es un momento decisivo y clave en nuestras vidas para generar una parte muy importante de nuestra identidad –asegura Miró–. Y en ese paisaje infantil, la escuela y los maestros son esenciales». ¿Qué pasaría si nos encontráramos, no solo con una ex maestra, sino con la que nos enseñó a leer y escribir? Han pasado 30 años, Carlos (Jon Arias), Laia (Paula Blanco) y Manuel (Santi Marín) se reencuentran con esa figura esencial para su aprendizaje y formación que fue la señorita Mercedes (Lola Casamayor). Este personaje reaparece en la vida adulta de ellos y les abre interrogantes sobre lo que aspiraban a ser y en quién se han convertido. «Todos han llevado caminos diferentes, pero tienen una cosa en común, y el reencuentro, aparentemente casual, con la señorita Mercedes, va a resultar inquietante y trastornador, casi un acto de exorcismo, porque les hace reavivar dolores y heridas que tenían abiertas y aún no han resuelto», explica. «La habitación blanca», del Premio Nacional de Literatura Dramática 2022 Josep Maria Miró se estrena ahora en el Teatro Español dirigida por Lautaro Perotti.

«El papel de esta maestra –prosigue el autor– es casi como el fantasma de la Navidad de Dickens, ese personaje que nos hace poner el retrovisor y mirar qué pasó en la infancia y qué consecuencias ha tenido en nuestras vidas. Los tres ex alumnos son muy diferentes, uno trabaja en un supermercado, en esa habitación blanca donde hacen pasar a quien quiere llevarse algo sin pagar, otro es arquitecto y la mujer se dedica al mundo del protocolo, y están unidos por una figura ausente, otro niño que no aparece, pero que es citado en los tres casos», explica Miró, para el que la habitación blanca «es el espacio simbólico de la infancia que llenamos de botes donde plantamos semillas y dibujos en las paredes, un lugar donde todo puede ser y hay que decorar, llenar de cosas. Es un espacio metafórico, el lienzo en blanco que es la niñez».

Y hacia esa época retroceden en un viaje que no es traumático, «sino hacia el dolor, aunque también hacia aspectos luminosos, porque siempre que uno se revisita o se relee también encuentra momentos de luz. Aquí hablamos de un niño capaz de hacer daño a otro y de recibirlo, de un espacio vulnerable donde se puede ser agresor y víctima al tiempo, y eso tiene unas consecuencias enormes. Pero lo importante –asegura Miró– es la capacidad que tenemos los seres humanos de ordenar, y la señorita Mercedes no va a poner el dedo en el dolor, va a buscar su capacidad para ordenarlo, sus expectativas, sus frustraciones y sus alegrías». La infancia tiene una parte maravillosa, pero también es muy cruel, y el acoso escolar puede tener consecuencias terribles. «Estos chicos están generacionalmente muy cerca de mí –explica–, y hace 30 años ocurría el “bullying”, pero era más permeable desde la mirada de los adultos, esta crueldad se tomaba como una cosa normal, estaba muy naturalizado, y me alegro de que ahora se le haya puesto nombre y herramientas para combatirlo, lo que tiene un peso importante en la obra». De ahí que para el autor, el maestro –no el profesor– es alguien muy particular, «aquí hay una reivindicación de su figura y de su importancia en la educación. En nuestras vidas hay pilares fundamentales, y la figura del maestro es clave, porque a veces nos determina tirar para un lado u otro, todos hemos confiado en algunos que han sabido ver nuestras virtudes y defectos, y esto marca lo que seremos de mayores».

Lautaro Perotti se sintió enamorado cuando leyó el texto de Miró: «Enseguida me di cuenta de que me proponía un descubrimiento de la manera de contar, con una estructura temporal no cronológica donde, como en los sueños, los acontecimientos se van superponiendo por necesidad más que por lógica. Hay un anclaje a la realidad sobre aquello que vivieron en el pasado y están transitando de nuevo y a su vez tiene algo de onírico o fantasmagórico con la presencia de esta maestra que no se sabe de dónde sale, si está viva, si muerta, y si es casual el encuentro o no –comenta–. Esta es una obra de texto donde el valor de la palabra es fundamental y es para actores; por eso, constituir el elenco fue muy importante, porque depende de la humanidad y del oficio que le puedan dar».

Su gran desafío como director, explica Perotti, «era trabajar con ellos para construir estos personajes tan complejos y encontrar una puesta en escena que pudiese transmitir todo eso de una pieza que combina drama, humor, ternura y reflexión». Porque, como afirma Miró, «No me gusta un teatro que aleccione y dé respuestas, sino que genere un espectador activo, y me parece que esta obra activa nuestra conexión con la infancia», concluye.

  • Dónde: Teatro Español, Madrid. Cuándo: hasta el 9 de abril. Cuánto: 18 euros.