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Arte

El tedio de ARCO 2024: un arte conservador en un mundo que se derrumba

En esta edición, donde se echan de menos nombres irreemplazables del sector, la obra más cara es un Joan Miró de 3,2 millones de euros y los creadores han vuelto a códigos artísticos ya usados

 “KEv” (2020), pieza de Elmgreen & Dragset, una de las más originales de la edición
“KEv” (2020), pieza de Elmgreen & Dragset, una de las más originales de la ediciónLa Razón / Pedro Alberto Cruz

Antes de que ayer se abrieran, a las 11,00, las puertas de Arco, la organización tuvo el acierto de rendir un homenaje íntimo a José Martínez Calvo, co-piloto -junto a Luis Valverde- de la Galería Espacio Mínimo, fallecido hace unos meses. Después de casi tres décadas, es la primera feria sin la presencia de uno de los nombres imprescindibles del arte español contemporáneo, y era de justicia que la 43 edición de esta cita comenzase con tan merecido recuerdo. Igualmente se hace extraño no toparse, por primera vez desde la creación de Arco, con el estand del que fue su fundadora: Juana de Aizpuru. La primera impresión que transmite, por tanto, esta nueva convocatoria de la feria madrileña es la de la ausencia de nombres irreemplazables.

Tras esta suerte de duelo inicial, la primera pregunta que asalta cuando se examina la edición de 2024 de Arco es por qué se ha retrasado dos semanas para hacerla coincidir con una de las ferias más importantes del panorama internacional: la TEFAF de Maastricht. Es evidente que el nivel y la calidad del coleccionismo de uno y otro evento son muy diferentes: por introducir un elocuente factor de comparación, una de las piezas más caras de Arco es un Joan Miró que trae Leandro Navarro con un precio de 3.2 millones de euros; por su parte, las obras más caras de Maastricht superan holgadamente los 30 millones de euros. Arco nunca ha sido una feria para coleccionistas que compran por encima de los 5 millones de euros y, por ende, juega en una liga diferente a la TEFAF.

Pero de ahí a pasar a celebrarse en las mismas fechas que ella supone asumir abiertamente un rol secundario y de feria local, y, por inclusión, renunciar a los grandes coleccionistas. De hecho, ya no es noticia que, un año más, las grandes galerías del planeta -Gagosian, Rudolf Zwirner, White Cube, Pace, etc.- hayan brillado por su ausencia. En realidad, Arco no deja de ser un fiel reflejo del mercado del arte español: si, según la última entrega del Art Market, redactado por Art Basel y UBS, el sector artístico facturó, en 2022, en torno a los 68.000 millones de dólares, en España, el volumen de negocio movido por galerías y casas de subastas supera con dificultad los 300 millones. Si tenemos en cuenta que hablamos de la cuarta economía de la Unión Europea, es evidente que algo falla en el sistema de comercialización del arte en España.

Una feria conservadora

A veces, los contextos más locales y menos presionados por las grandes multinacionales del sector pueden tener como factor positivo su mayor flexibilidad y, en consecuencia, su configuración como espacios más propicios para la innovación y el riesgo. No es el caso de Arco. Año tras año, se vienen consolidando una serie de tendencias que refuerzan el sentimiento de abulia y de resignación entre el visitante. Llama la atención -al igual que sucedía en las últimas ediciones- la ausencia de conflicto y énfasis político de la mayoría de las propuestas. El mundo se desmorona y -al menos el que se muestra en Arco- el arte se recrea en un esteticismo que llega a resultar desquiciante. Las aristas provocadoras que incendiaran ediciones pasadas han quedado limadas para entregarnos una feria plana, soporífera y que no va a reclutar demasiados adeptos para el arte contemporáneo. Por momentos, se tiene la impresión de estar asistiendo a una revisión de las prácticas artísticas de los 80 y 90, pero con el agravante de que la reivindicación de aquellos modelos se realiza mediante significantes vacíos de significados. Lo contemporáneo ha descarrilado hacia una sosa cocina de los códigos del pasado más inmediato que ni siquiera llega a tener el encanto o el mal gusto de lo posmoderno. No se percibe sentido lúdico ni gamberro por ninguna parte. En el peor de los casos, tampoco hay una tendencia al pastiche y al exceso que remueva nuestros instintos más (neo)barrocos. Cuando nos salimos de la tendencia mayoritaria de la pintura decorativa es para caer en el ámbito de un objetualismo ramplón que oscila entre la cacharrería y el preciosismo más artificial.

Oasis de calidad

Naturalmente, nada es tan absoluto como para resultar completamente bueno o malo. Y, en este sentido, Arco, no es la excepción. Por lo pronto, siempre nos quedan los “clásicos” del arte contemporáneo, aquellos nombres que siempre constituyen una apuesta segura. Por citar algunos ejemplos, destaca el despliegue de La Ribot en la Galería Max Estrella; las piezas de Regina José Galindo en la italiana Prometeo Gallery; el interesante tríptico fotográfico “Dois espaços” (2010-2011), de Helena Almeida, que se exhibe en el estand de Filomena Soares; el impactante Jannis Kounellis que ha traído Lelong & Co.; o la extraordinaria obra de Antoni Muntadas que, bajo el título de “Generic Still Lifes” (1987), ocupa un lugar destacado en el estand de Prats Nogueras Blanchard.

En medio de la cacofonía que supone toda feria, es posible hallar unos pocos intersticios de silencio en los que dialogar con piezas de una excepcional calidad. Una de ellas es, sin duda alguna, “Untitled (Spoken Poem in a Bottle)” (2018), de la artista india Shilpa Gupta, que se puede contemplar en la berlinesa Neugerriemschneider. Con la referencia de fondo del “Aire de París”, de Duchamp, Gupta presenta una serie de botellas y frascos cerrados dentro de una vitrina en los que se hallan sellados una serie de poemas hablados que, supuestamente, solo se pueden escuchar si se abren. En una línea semejante a la de la instalación presentada en el Festival de Edimburgo de 2018, Gupta transforma el poema en un acto performativo en el que lo que cuenta es la materialidad de la voz, la “sensualidad política” del significante. Curiosamente, Duchamp vuelve a ser citado en dos piezas de Lluis Hortolá que se exponen en Rocío Santa Cruz, en las que se reformulan -a mayor escala- sus célebres rotorrelieves.

Espacio Mínimo vuelve a presentar uno de los estands más cuidados y contundentes de toda la feria. Además de algunas maravillosas piezas de Liliana Porter y de una magnífica interpretación de la última cena realizada por Diana Larrea -en la que Cristo y los apóstoles son sustituidos por grandes maestras de la historia del arte-, destaca la colección de óleos sobre tablas de Martí Cormand –“Closer to Vermeer”-. Varios individuos son representados de espaldas, en lo que supone una inversión de la ética levinasiana -en la que es el rostro el que nos da la dimensión del sujeto-. La ausencia de rostro sirve al mismo tiempo tanto para objetualizar como para construir un espacio de intimidad en el que proteger a la identidad de los estereotipos. A través de una técnica pictórica exquisita, Cormand consigue trabar un discurso tan fino como sugerente y elevar así el nivel de la feria.

Cuerpos extraños

En la Galería Helga de Alvear, se exhibe la instalación escultórica “Kev” (2020”, de Elmgreen & Dragset, una de las obras visualmente más llamativas de la presente edición de Arco. Un niño, completamente extenuado, yace tumbado sobre una pista de tenis de hierba. A su lado, una raqueta y una pelota permanecen como testigos mudos de ese cuerpo del que se conoce la causa de su colapso. Uno de los aspectos más interesantes de esta obra es que el bronce -material noble- aparece pintado como si fuera resina -un material más pobre-. Este empobrecimiento del bronce expresa la debilitación de un cuerpo -el del niño- que, pese a su condición atlética, ha caído al suelo.

Los Reyes durante la visita inaugural a ARCO.
Los Reyes durante la visita inaugural a ARCO.David JarLa Razón

LOS REYES, CON LA VANGUARDIA ARTÍSTICA

Don Felipe y Doña Letizia apoyan la 43 edición, dedicada al Caribe

Por Susana Campo

Pasadas las seis de la tarde de ayer, Don Felipe y Doña Letizia llegaron a los pabellones 7 y 9 de IFEMA para inaugurar ARCO. Es una de las citas marcadas en rojo en la agenda de la Casa Real. El compromiso de los Reyes con el arte y la cultura es una máxima.Recorrieron las 207 galerías procedentes de 36 países que conforman esta cita que este año cuenta con el Caribe como protagonista. Permanecieron en el recinto más de una hora y media.

A su llegada, fueron recibidos por el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, el presidente de la Asamblea de Madrid, Enrique Osorio Crespo y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, entre otras autoridades. Siempre fieles a su cita con el arte, es en estos momentos cuando la Reina Letizia aprovecha para deslumbrar con «looks» más atrevidos. En esta ocasión, la monarca ha lucido el clásico binomio «black and white», compuesto por una blusa larga en color blanco y unos pantalones negros.

Durante la hora y cuarto que ha durado su recorrido, han visitado los espacios de El Caribe, Portugal o Colombia.Han charlado con los galeristas, artistas y mecenas que se han acercado a la inaguradción de la Feria, que a partir de el sábado estará abierta a todos los amantes del arte. Al finalizar el recorrido, sus Majestades los Reyes han saludado a Juana de Aizpuru y le han dado un libro

honorífico de la Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Madrid, que incluye una fotografía dedicada por los Reyes. Un año más, Don Felipe y Doña Letizia se comprometieron con un sector vendedor que mueve más de 300 millones de euros