Picasso arrincona a Duchamp
«El gran vidrio», una de las piezas fundamentales del siglo XX que el artista francés realizó en 1923, hace cien años, ha quedado relegada por los fastos dedicados al pintor de Málaga
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En el año de Picasso, a dos días de que se inaugure “1906” -la gran exposición consagrada por el Reina Sofía al artista malagueño-, pocos se han acordado de Duchamp y, más concretamente, de su “Gran Vidrio”. La obra maestra del artista francés -probablemente la creación artística sobre la que más se ha escrito y reflexionado de la historia del arte- cumple cien años. Duchamp comenzó a pensar en ella en el periodo comprendido entre 1912 y 1915. No fue hasta llegar a Nueva York -en 1915- cuando comenzó a trabajar en ella. Después de ocho años de dedicación intermitente a ella, la dio por “inacabada” en 1923, no exhibiéndose por primera vez hasta 1926, en el Brooklyn Museum, donde, en su traslado, resultó dañada.
El “ Gran Vidrio” constituye una pieza intermedia -pintura y escultura- que mide 277,5 x 175,9 cm. Está compuesto por dos planchas de cristal unidas por una banda metálica. Sobre el cristal, Duchamp desplegó un delirante universo de formas y máquinas alógicas realizadas con láminas de plomo, barniz, alambre y polvo. Las dos mitades en las que se divide delimitan dos universos diferentes: el inferior -el masculino-, y el superior -el femenino-. El primero se encuentra presidido por los solteros; el segundo, por la novia.
Entre ellos no existe contacto visual, ya que la banda metálica que separa ambas mitades funciona como una línea del horizonte que impide que ambas realidades puedan alcanzarse mediante la mirada. Definir el contenido del “Gran Vidrio” constituye una tarea harto difícil en unas pocas líneas. Pero, en resumen, aquello que representa Duchamp en esta obra es una ceremonia de cortejo por parte de los “moldes málicos” -la parte masculina- a la novia. Los solteros producen un gas -resultado de su deseo- que, tras experimentar diversas transformaciones, se proyecta en forma de imagen a la parte superior, en donde la novia descodifica esta energía sexual.
En realidad, esta obra de ingeniería paralógica constituye el gran manifiesto de Duchamp sobre el nuevo arte. Desde su punto de vista, lo masculino materializa el viejo arte -la pintura retiniana-; un arte que se nutre exclusivamente de lo que el ojo ve, vaciado de materia intelectual, bruto e impotente. Por el contrario, lo femenino representa la pintura mental o intelectual: ese giro conceptual que Duchamp imprimió al arte para variar drástica y radicalmente toda su historia. Duchamp asocia a los solteros con la luz, y a la novia con la sombra. La superioridad de la sombra -lo mental- sobre la luz -lo puramente visual- concede a lo femenino, en su obra, una superioridad que no ha sido entendida bien.
El centenario -apenas celebrado- del Gran Vidrio supone el aniversario de una obra a la altura de las grandes creaciones de la historia del arte: el Partenón, la Capilla Sixtina, “Las Meninas”, la “Mona Lisa”, etc.. En todas las grandes revoluciones del arte contemporáneo -giro conceptual, performance, instalación, desmaterialzación del arte-, se encuentra la obra de Duchamp y, por inclusión, el Gran Vidrio. Pasar por alto su centenario es menospreciar una de las obras más revolucionarias de la historia.