"The Quiet Girl": un silencio que pide a gritos el Oscar
El director Colm Bairéad adapta un relato corto, completamente en gaélico, para contar una de las historias más sensibles del año
Valladolid Creada:
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Está completamente en gaélico, apenas se cerciora de cerrar los planos sobre nada más que no sea su pequeña protagonista y lidia con traumas que pocos se atreverían siquiera a bosquejar, pero hay en «The Quiet Girl», del irlandés Colm Bairéad, una sensibilidad apenas vista en la gran pantalla. Nominado al Oscar a la Mejor Película Internacional, su filme cuenta la historia de una de esas adopciones temporales tan típicas de los 70 y los 80, donde las familias con muchos hijos encontraban, en verano, «salida» a su prole. Así es como Cáit (brillante, pese a su juventud, Catherine Clinch) llega a casa de los Cinnsealach, un matrimonio traumatizado por la muerte súbita de su hijo.
Desde lo disfuncional a lo tierno, sin grandes discursos pero con una dirección de actores extraordinaria, Bairéad no solo encuentra en lo lacónico de la niña una excusa para narrar en miradas, sino que convierte su apuesta por los gestos en una cuestión formal, apelotonando en su formato cuadrado una de las películas más bellas del año. El director, que ganó en la pasada Seminci de Valladolid el Gran Premio del Jurado y el del público, habló allí con LA RAZÓN, sobre su adaptación del relato corto «Foster», de Claire Keegan.
-PREGUNTA. Desde que se empezó a ver "The Quiet Girl", generó muchas conversaciones. ¿Le gusta leer o escuchar lo que se dice de su cine?
-RESPUESTA. No demasiado, la verdad. Me gusta mucho la crítica cinematográfica, y siempre leo y estoy atento, pero respecto a lo mío me cuesta más. Sí me gusta escuchar qué dice el público, la gente, sobre mis películas. Porque es más fácil que te sorprendan, realmente, con sus opiniones. Pero como cinéfilo, creo que la crítica nos ayuda como cineastas a llegar a nuevos lugares, a encontrar nuevas resonancias y referentes, incluso, en la historia del cine.
-¿Fue difícil el proceso de financiación de la película?
-En cierto sentido, no demasiado. Y me explico. Esta película tuvo mucha suerte, porque es una de las primeras de un nuevo esquema de financiación en Irlanda. Todo esto empezó hace cinco años, y nos deja a directores y productores con tres vías de financiación. ScreenIreland, que es la grande y la genérica, TG4, que es la nuestra y la National Board de cine, que también ha colaborado. Son tres agencias, de carácter público o semi-público, que funcionan como motores de la industria. El nuevo esquema favorece las películas en gaélico, claro. No solo nos da dinero para la película, sino que nos ayudan en el proceso. Cada año eligen cinco proyectos para apadrinar, a partir de un guion, y nos ayudan a desarrollarlas. De esas cinco, eligen dos y nos proporcionan 1,2 millones de euros para el rodaje. Y, además, la financiación está asegurada hasta el final, porque viene de un fondo estatal. Ha sido una experiencia fantástica.
-¿Tiene que estar en gaélico irlandés? ¿Por qué hay tan poca producción audiovisual en esa lengua?
-Sí, para entrar en el proyecto sí. Pero la respuesta respecto a la falta de producciones es más complicada. Si vas a Irlanda ahora mismo, es complicado que de 100 personas escuches a más de tres hablar en gaélico. Es un país que habla inglés, por mucho que el gaélico también sea oficial. Por mucho que sea una asignatura obligatoria en el colegio. Pero claro, si no la aplicamos de maneras prácticas, se siente como algo forzado, como algo que ha sido impuesto. No se explica bien el valor de aprender una lengua así, que "no sirve" para nada. Y hay un sentimiento de apatía, diría, respecto al idioma. Eso es lo que quiere arreglar el esquema que te comentaba. Y es que, claro, ni siquiera teníamos una industria sólida en inglés antes de los noventa. No es como que haya que levantar un cine en gaélico, sino que también hay que levantar un cine con pasaporte irlandés a la vez. Pero nuestra película demuestra que si la historia es buena, la lengua puede ser un vehículo. En Reino Unido, la película se estrenó en mayo y a día de hoy (noviembre de 2022) sigue en cines. Es un fenómeno extraordinario a nivel cultural. Hay que desafiar la percepción de la gente respecto al gaélico.
-¿Ha sido complicado el traslado desde el relato corto al largometraje? ¿Cómo encontró el tono adecuado para el filme?
-El relato, más o menos, se lee en una tarde. Por lo que había mucho con lo que jugar. Esencialmente, mi película quería extender el relato de Keegan, honrar lo que ella había conseguido a un nivel emocional. Está escrito en primera persona y en presente, por lo que ves, sientes y escuchas todo desde el corazón de esta niña. La película intenta emular esa sensación, porque me fascinan las películas que tienen un punto de vista obvio, claro, nítido. Es la única forma de conseguir un relato verdadero, sincero, íntimo. Queríamos que la audiencia se sintiera tal y como la niña, del mismo modo que lo hace el lector en el relato de Kate. Desde mi punto de vista, como director, sabía que la película tenía que ser exitosa en la inmersión para llevar de la mano al espectador. ¿Por qué? Porque el argumento es bastante sencillo. Un verano fuera. Lo importante es el cómo, las nociones que uno aprehende de pequeño y no suelta jamás. El miedo a lo nuevo, a lo injusto, a lo extraño. Eso es lo que te agarra como espectador, no el qué va a pasar después.
-¿Era importante para usted no mostrar el abuso verbal o las agresiones de una manera explícita?
-Sí. Creo que la película deja bastante abierto ese tema, se abre a la interpretación sobre el abuso, de una manera totalmente consciente. Hay una edad, la de la niña, en la que la gravedad casi no importa, es la propia violencia la que acaba dando forma a la personalidad. Hay quien piensa que es extremo, otros que es leve, pero da igual, no necesitábamos que fuera extremo para que fuera traumático para una niña. Lo más importante que necesita un niño es atención, y si le quitas eso, le estás quitando una parte muy importante de su desarrollo. En el relato de Keegan las cosas se sugieren, no se muestran, y ese es realmente también el espíritu de la película. Es la audiencia quien debe completar la película en base a su propia experiencia.
-¿Cómo encontró a Catherine Clinch? Se me hace complicadísimo imaginar qué pedirle como director para obtener de ella una interpretación tan extraordinaria...
-Nos tomó siete meses de cástings. Por supuesto, empezamos con audiciones abiertas para todo el mundo, pero luego llegó el COVID y tuvimos que acotar bastante más. Vimos a centenares de chicas, pero nadie tenía todos los elementos que estábamos buscando. No era tanto la capacidad interpretativa como el aura, lo que debía transmitir la actriz con su presencia. Y justo dimos con ella, justo antes de que cumpliera 11 años. Eso nos obligaba a tenerla solo 7 horas y media en el rodaje al día, durante un máximo de 25 días. Es un proceso agotador, no solo físico, también mental, pero cumplió con creces. Es una intérprete capaz de reprimir y soltar a voluntad, y a esa edad... Tiene una carrera muy prometedora por delante.
-¿Cómo dio con la forma? La película está en 1:37:1 y apenas dibuja nada más que el primer plano...
-Mi principal referencia era una película de Lynne Ramsey, "Gasman", que es un cortometraje. Está en Youtube, de hecho. En cuanto a profundidad de campo, es una de las mejores películas que se ha hecho, también con el punto de vista de una niña. Lo que más discutimos, eso sí, con Kate McCullough ("Normal People"), la directora de fotografía, fue el tema de la textura. Cómo, de algún modo, los paisajes iban a ir afectando a la textura de la película. Y esas texturas también serían textuales: si ibas a una granja en 1981 en Irlanda, el coche sería de los setenta y la cocina, quizá, de los cuarenta. Todos esos elementos dialogaban entre sí y con la niña, lo que nos permitía dar la sensación de una película viva, identificable.