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Thomas Page McBee: “No tenía derecho a estar triste, pero sí a estar enfadado”

En «Un hombre de verdad» (Temas de hoy) relata que, cuando cambió de sexo, descubrió cómo el duelo bebe de la identidad y cómo ésta sí distingue entre géneros.
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En «Un hombre de verdad» (Temas de hoy) relata que, cuando cambió de sexo, descubrió cómo el duelo bebe de la identidad y cómo ésta sí distingue entre géneros.
Nació mujer pero siempre se supo hombre. Tanto dentro como fuera del ring, Thomas Page McBee ha sido cómplice de lo que conlleva cambiar de género en la sociedad actual. Privilegios, peleas, miedos, búsqueda de aceptación y de una identidad que no tiene por qué ser innata. Afincado en Brooklyn, es periodista –escribe para el «New York Times»– y boxeador amateur. A los 30 años cambió de sexo y fue el primer transexual en combatir en Madison Square Garden. En su libro «Un hombre de verdad» (Temas de hoy) relata cómo vivió su transición, cómo entendió la masculinidad a raíz de la muerte de su madre y, sobre todo, qué significa ser hombre. Las mujeres, abrazan. Los hombres, ¿pelean?
–¿Qué es la masculinidad?
–La definición del diccionario es muy poco satisfactoria: «rasgos asociados con los hombres». Pero puede que sea también la mejor definición, porque deja espacio para lo que yo quiero que sea: cualquier cosa que queramos que sea. Todavía sigo pensando en ello.
–Con el #MeToo, ¿estamos en una nueva crisis de la masculinidad?
–Esa idea ha sido documentada en la literatura académica desde los 90. Yo empecé a escribir sobre ella en 2011 y me di cuenta de que los sociólogos y los psicólogos la llevan identificando desde hace tiempo. Pero, como respuesta al #MeToo, los comportamientos que lo desencadenan están enraizados en normas culturales profundas e insalubres.
–Si eres hombre, no puedes ser mujer, y viceversa. ¿Qué opina sobre esta negación?
–Es la teoría del espejo de Jacques Lacan: nos identificamos respecto a lo que no somos. Para mi libro hablé con una investigadora que hablaba con hombres daneses y, cuando les preguntaba qué es lo opuesto de un niño, decían «un hombre». Cuando preguntaba a los americanos, decían «una niña». Cada cultura hace un énfasis completamente diferente y rechazar lo femenino es una parte integral del aprendizaje de la masculinidad.
–Al cambiar de sexo, ¿cambió de papel en la sociedad?
–Sí. Los transexuales siempre hemos existido, en el tiempo y en el espacio, y creo que las historias que escuchamos sobre nosotros son sensacionalistas. Pero lo que me parece interesante sobre ser trans es que, como adulto, yo pude vislumbrar la manera en la que todos tenemos una identidad basada en el género y cómo somos diferentes a la hora de expresarlo.
–¿Existe una identidad innata?
–No hay evidencia científica que demuestre que exista un género innato, aunque a nivel de hormonas se generan características diferentes. Para mi libro hablé con Robert Sapolsky, un neurocientífico, y me dijo que la testosterona no causaba agresión, pero sí una búsqueda del estatus: le daban a algunos hombres placebo diciéndoles que era una inyección de testosterona y tendían a comportarse como cabrones. Así que no creo que el género sea innato en el sentido del rol social que tiene, pero sí en nuestro propio sentido de la identidad.
–Entonces, ¿es una cuestión cultural más que natural?
–Es complicado. Es muy real el mirarme en el espejo y no verme a mí mismo. Yo me pregunto si los comportamientos que me preocupaban después de mi transición son innatos. Como bien sabrás, si viajas a otros países te adaptas rápidamente a las normas, sobre todo si tu supervivencia depende de ello, así que no es tan fácil cambiar una construcción social.
–¿Por qué el boxeo?
–Después de mi transición a los 30 años me hice consciente de los privilegios que gané por ser hombre: me tomaban más en serio y me sentía más seguro. Tras cuatro o cinco años, después de que mi madre falleciera, experimenté el duelo. Ahí las cosas cambiaron. Sentía como que no tenía derecho a estar triste pero sí a estar enfadado. Además, durante tres meses hubo hombres que intentaron pelearse conmigo en la calle y casi entré. Me pregunté: «¿Por qué pelean los hombres?». Eso me llevó al boxeo.
–¿Qué opina del culto al cuerpo?
–Convertirlo en un tema moral es una manera de llamar salud a lo que realmente es un estándar de belleza. Así que es una gran preocupación. Creo que hacer deporte viene muy bien mentalmente aunque no me interesa tanto la estética de ello sino, más bien, tener la sensación de estar habitando mi cuerpo.
–Menciona en el libro el contacto físico: para las mujeres son los abrazos. Para los hombres, la violencia. ¿Por qué a través de golpes?
–Los hombres españoles parecen abrazar mucho, eso me han emocionado. Un sociólogo me contó por qué yo encontraba tanta intimidad en el boxeo: porque la cubierta de la violencia otorgaba a los hombres ese espacio para poder acceder al contacto. Todo el mundo necesita ser tocado.

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