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Van Gogh, un misterio del calibre 7

larazon

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La Historia, tal y como la conocemos, es el resultado de un baile en el alambre. Qué habría sucedido, se preguntaba Pascal, si la nariz de Cleopatra hubiese sido un pelín más corta. Lo mismo con el arte: ¿hubiese sido Van Gogh el Van Gogh que conocemos si en un par de días de furia no se hubiera a) rebanado la oreja, y b) descerrajado un tiro? Sería, sí, el pintor de «Los girasoles», el genio hecho a sí mismo, talento en estado químicamente puro, cristalizado en apenas cinco años de furibundo trabajo. Pero, sin locura, sin muerte prematura y violenta
–rodeada de misterio– no figuraría en esa liga de artistas siempre en el candelero, carne de mitomanía, mixtificación y mitificación. La Champions que va de Da Vinci a Bansky. La oreja de Van Gogh, como la nariz de Cleopatra, es lo que hace del mero pintor un icono. A partir de ahí, cualquier lugar por el que transitase (la habitación de Arlès), palabra que dejase consignada (las cartas a Theo) o instrumento que blandiese (el revólver con el que se «mató»), no son simples circunstancias, sino Tierra Santa para el mitómano, la voz del genio en la tierra. Respecto a este último (el revólver), hay mucha tela que cortar. Una casa parisina de subastas, Drouot, ha anunciado que el 19 de junio sacará a la venta la pistola, del calibre 7 mm, con la que presuntamente se disparó en el pecho el 27 de julio de 1890, provocando su muerte tras dos días de agonía. La pieza, que ya estuvo expuesta en 2016 en el Museo Van Gogh de Ámsterdam, sale con un precio estimado de entre 40.000 y 60.000 euros, como corresponde a un suceso y un arma rodeados de un aura apasionante de misterio. Para empezar, nunca quedó del todo claro que Van Gogh se suicidara. Pudo haber sido víctima de un disparo ocasional mientras dos jóvenes jugueteaban con el arma, una teoría que ha cobrado fuerza en los últimos años a pesar de que los desórdenes mentales de Vincent hagan más que probable un desenlace suicida. Pero es que incluso el propio revólver causante de la muerte (provocada o no) encierra una historia peculiar y abierta a disquisiciones sobre su autenticidad. No fue hasta 1965 que se supo de ella. Un agricultor encontró el arma, modelo Lefaucheux, en el paraje de Auvers-sur-Oise en el que se produjo el suceso 75 años antes. El calibre correspondía con el impacto de bala reseñado por el doctor Gachet en su día, a pie de cama del finado, y por su estado de deterioro quedaba claro que llevaba mucho tiempo abandonado en el mismo lugar. Todo apunta a que el revólver, que fue presentado en sociedad en 2012 tras décadas en manos privadas, es el verdadero objeto mortífero. Ahora, en algo más de un par de meses, pasará de manos, custodiando en su esqueleto ferruginoso el misterio, no ya de una muerte, sino de uno de esos instantes que, como la nariz de Cleopatra, cambian y definen la Historia.