«Woke»: de movimiento social progre a religión tirana
Erique Rubio, guionista y escritor, narra con tonos autobiográfico cómo es escapar de la nueva secta de pensamiento izquierdista integrada por el feminismo desaforado y la corrección política digna de anuncio de champú
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La cultura de la cancelación ya tiene mucha bibliografía al respecto. Tanta literatura ha acabado por poner un nombre a ese movimiento dictatorial y estúpido: el wokismo. Francia nos lleva ventaja. Allí, la socióloga Nathalie Heinich lo definió como una forma de totalitarismo colindante con el viejo comunismo. Es adoptado por los jóvenes, dice, como una forma de cambiar el mundo con la idea de progreso, claro, pero a costa de la libertad y de la democracia.
Aquí, en España, el «wokismo» lo ha abordado Enrique Rubio con inteligencia y humor en «Religión woke. El despertar del supremacismo identitario» (Almuzara, 2023). El autor es novelista y guionista, autor de «Tengo una pistola» (2009) y «Escape» (2021), entre otras. Es un tipo peculiar, como muchos, solamente que siente «asco», como confiesa al inicio de su obra, por esta sociedad de memos. Salió de la «secta izquierdista» en 2017 –¡Con 39 añazos! ¡Acto heroico!– tras votar a IU, PSOE y Podemos. Siente que su mirada está «relativamente limpia de prejuicios ideológico-religiosos», y aborda la cuestión sin citas porque ha decidido asumir los aciertos y errores de la obra sin escudarse en nadie. Rubio prefiere «un librepensador inculto a un intelectual fanático y ciego». Así inicia un ensayo psicológico sobre la «religión dominante del siglo XXI» y, al tiempo, una «catarsis con tintes autobiográficos». (Yo sí le voy a citar aquí porque le hago responsable de sus palabras. Este acto heroico es mío).
La teoría de Rubio es que el izquierdismo «woke» y el feminismo son las dos patas de la «religión woke». No lo ve como algo extraño, sino como la típica maniobra de la élite para dividir y someter a la población a través de un «sistema operativo religioso». El motivo es que cualquier religión, ya sea teísta o ideológica, dice Rubio, sirve para evadirnos de la realidad, alejarnos de la explicación científica y racional, y comportarnos como borregos. La religión, asegura, es una solución de la mente para autoengañarnos, una especie de calmante. Creo que Marx lo resumió mejor que Rubio: «la religión es el opio del pueblo» que provoca un sueño del que hay que despertar. Sí, es la píldora roja de «Matrix». El esquema a partir de ahí es conocido porque se ha escrito sobre las religiones seculares desde hace cien años: creencias políticamente correctas, construcción de identidades para manejar a la gente, y dictadura de los «dioses culturales». De aquí las estupideces y el autoritarismo de la élite de la religión «woke» y de sus feligreses.
Pero la parte teórica del libro es la menos importante y original. Lo llamativo es la aplicación de dicho esquema a nuestra vida cultural. Es aquí donde Rubio no deja títere con cabeza. El libro tiene una estructura parecida a las novelas de Jardiel Poncela, hechas a retazos que funcionan como relámpagos, que no parecen seguir un hilo, pero que sabes, a poco despierto que seas, que no importa tanto el final del trayecto como el viaje.
El clero «femiwoke» –neologismo made in Rubio– está compuesto por pijos, como ha sido siempre desde el inicio de los socialismos. Hoy es más descarado porque se gastan fortunas en moda y vida burguesa, como Yolanda Díaz o Irene Montero. La líder de Sumar, dice Rubio, parece «un anuncio de champú» o la portada de Marie Claire. Peor incluso: muchos de esos líderes provienen de la nomenclatura del franquismo o del felipismo de los ochenta. Niñatos (y niñatas) que lo han tenido siempre todo muy fácil, y que se rebelan psicológicamente contra su realidad blandiendo las antorchas de la dictadura «woke». Pero hay algo más: son jetas, dice, son vividores de las propias víctimas que crean, una panda de supremacistas morales, mezquinos y violentos como Anita Botwin, Cristina Pedroche o Buenafuente.
No corramos. Primero, una definición de «wokismo». Vendría a ser como si el comunismo y el nazismo, dice Rubio, tuvieran un hijo en una parroquia protestante y lo hubieran llevado a un colegio posmodernista. Porque esa religión «woke» es nihilismo sentimentaloide, en la que todo es destruible porque es un constructo cultural opresor. «Me oprimen luego existo; me quejo luego existo». El izquierdista «woke» edifica su identidad y la jerarquía identitaria en función de las opresiones. Por ejemplo, una mujer lesbiana, negra, gorda y con trabajo precario tendría el póker «woke». En cambio, un hombre heterosexual, blanco, delgado y con buen trabajo es un machirulo explotador fascistoide. En el imaginario «woke» todo es opresivo, desde los semáforos hasta las compresas. Por eso se empeñan en cancelar y prohibir lo que les cabrea, e incluyen a los oprimidos a la fuerza, como sea, con cuotas y victimismo. Ahí está Echenique. Rubio avisa: «Discapacitado, mujer, negro, no sois peores pero tampoco mejores. Sois igual de patéticos y miserables».
¿Y el feminismo? Para empezar, dice, las podemitas son tan puritanas como las franquistas de Auxilio Social. No se puede hablar con ellas de sexo, belleza o gastar bromas picantes. Si se hace tienen la respuesta: «Tú es que no follas». El motivo es claro. «Solo follan ellos. Los conservadores, los no-izquierdistas o los librepensadores no follan». Si no se piensa como los «woke» el sexo es algo traumático y opresivo, casi una violación. Rubio recuerda que hace tiempo llamaba «nazismo sexual» al supremacismo de las feministas por razones biológicas y al odio al varón. Ahora, dice, afirma que el problema es el feminismo, así, sin adjetivos.
La parte nuclear del «femiwokismo» es el institucional, sin el cual no vivirían, porque es una red clientelar que nutre económicamente a gente que no tiene otros recursos. Aquí las barbaridades dichas por personajes del feminismo y que recoge Rubio son para no olvidar: la heterosexualidad es peligrosa para las mujeres, masturbarse pensando en una mujer es violación, o el sexo entre hombre y mujer es un engaño capitalista. En suma, el feminismo actual no tiene nada que ver con la igualdad, sino con el supremacismo, el privilegio, la cancelación, el dinero público y las idioteces. La paridad del 50% es una falacia, tanto como el techo de cristal y la brecha salarial. Son mitos victimistas, cuenta Rubio. La desigualdad jurídica es impropia de una democracia, como muestra la LIVG. ¿Y qué decir de la sobrerrepresentación femenina en la literatura, el cine o las series de TV, siempre desde el victimismo y el interés? Todo sea por la corrección política y la subvención ministerial.
Las religiones necesitan apóstatas y blasfemos. Ahora Enrique Rubio es uno de ellos. Sin estos herejes no hay manera de mantener prietas las filas, de perfilar el dogma, o de fortalecer la unidad de los feligreses. Hoy ocurre con las religiones seculares, como el progresismo, el ecologismo y el feminismo, convertidas en el dogma único y en la moral obligatoria. Es aquí donde empieza el Terror, al modo jacobino, que se libra en ejecuciones públicas, en la tele y en las redes sociales, si alguien osa disentir de la religión «woke». El gran triunfo de su totalitarismo es la autocensura, pero ese es otro tema.
No se pierdan este libro. Está lleno de anécdotas descacharrantes, aunque terroríficas por verídicas, con nombres y apellidos. Por su páginas pasan políticos y muchos personajes del mundo de la cultura y del periodismo, esos que firman manifiestos y se ponen estupendos en TV y en las redes. Rubio ha escrito una obra irrepetible que escocerá a los sumos sacerdotes y feligreses del «wokismo».
La «hipogresía» (de progre) o hipocresía nivel Dios. Listado de Enrique Rubio. Miguel Ríos diciendo que por muy rico que sea mantendrá su clase social. Almodóvar defendiendo la sanidad pública pero yendo a la privada. Alba Flores criticando el patriarcado payo, pero no el gitano. Penélope Cruz cortándose el pelo en solidaridad con las mujeres de Irán pero cobrando la publicidad de la aerolínea Emirates. Irene Montero hablando del empoderamiento femenino pero justificando su riqueza por herencia de su padre y el dinero de su pareja masculina. Leticia Dolera al dirigir una serie sobre la opresión femenina pero echando a una actriz por quedarse embarazada. Pedro Sánchez despidiendo a Rubiales por un pico pero dejando en la calle a más de mil delincuentes sexuales. La ministra sanchista Teresa Ribera gastando 300.000 euros en una campaña para llamar derrochadores a los españoles. La memez de ir en coche a la manifa de «La hora del planeta». O, más corriente, pagar una bolsa en el super por motivos ecologistas para guardar productos envasados en mil plásticos.