Wounded Knee, la masacre de nativos americanos que todavía avergüenza a Estados Unidos
En 1890, soldados de la caballería masacraron a 300 integrantes de la tribu Lakota después de haber asesinado a su líder, Toro Sentado. Veinte miembros del regimiento, que masacraron a más de 200 mujeres y niños, fueron condecorados por ello
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Se trata de uno de los episodios más oscuros de la historia de Estados Unidos, uno de los sucesos que forman parte del pecado original de la formación del país americano, fundado por colonos que arrebataron sus tierras a sus pobladores históricos. La masacre de Wounded Knee, ocurrida en 1890, tuvo lugar en el apogeo de la campaña del recién formado país para avanzar hacia el oeste y conquistar las grandes llanuras, el territorio donde, desde tiempo inmemorial, vivían las tribus indias, a las que se les “concedían” zonas para seguir viviendo, las llamadas “reservas” bajo unos acuerdos firmados que fueron repetidamente incumplidos bajo un plan cuyo final oculto era el exterminio. Sin embargo, aquel 29 de diciembre, unos terribles sucesos protagonizados por la caballería estadounidense contra los pobladores Sioux (Lakota) desarmados quedaron para siempre escritos en la historia de la vergüenza del país estadounidense.
El llamado Tratado de Fort Laramie de 1868 había establecido un territorio de 60 millones de acres para la gran tribu de los Sioux. Si sus habitantes evitaban salir de su reserva y de atacar a los colonos, recibirían a cambio alimentos, se les ofrecería el sistema educativo y otros beneficios. Sin embargo, la ambición de los nuevos pobladores por las tierras de cultivo y especialmente por la minería en los años de la “fiebre del oro”, no hizo sino mermar el territorio de la reserva, que se redujo a un tercio (21 millones de acres) en 1877 y a la mitad de eso (12,7 millones) en 1887. Además, lo que era una extensión ininterrumpida, se convirtió en una serie de islas bajo estrecha vigilancia del Ejército. Progresivamente, lo que estaba pensado para ser un modelo de semilibertad, se iba convirtiendo en mayor represión. Las autoridades forzaban a los indios a abandonar su modo de vida y sus costumbres, a que adoptasen el inglés y el cristianismo, fomentaban la agricultura y la ganadería en formas que los pobladores originales jamás habían practicado. En suma, a que fuesen perdiendo su identidad como pueblo.
Los Lakota, una de las familias de la gran tribu Sioux, habían perdido los territorios de caza y el Congreso de Estados Unidos recordó, en vísperas del duro invierno de 1890, el presupuesto para raciones de alimentos. Los Lakota se morían de hambre y entre ellos empezaba a crecer el espíritu de rebeldía en lugar de la actitud pacífica que habían mantenido mientras se veían pisoteados. Las autoridades estadounidenses percibían un resurgimiento de las danzas tribales por un movimiento que llamaba a la unidad entre las tribus, llamado Ghost Dance, y que trataba de mantenerse firme en las creencias tradicionales. No perderlas era evitar la primera derrota de antemano. Sin embargo, todoslos intentos anteriores de unidad entre las tribus habían fracasado.
El líder de los Lakota era el legendario Toro Sentado, quien, al frente de un gran grupo de “ghost dancers” de su tribu y de los Cheyenne, había derrotado al ejército estadounidense en la batalla de Little Bighorn, en 1876. No había sido una victoria cualquiera: Toro Sentado y Caballo Loco contestaron a la arrogancia del general Custer con una emboscada. Allí pereció toda la unidad del Séptimo de Caballería, unos 200 soldados y el bigotudo general estadounidense. En noviembre de 1890, el Ejército estaba esperando todavía vengarse. Desplegaron la mayor fuerza armada desde la Guerra Civil para entrar en la reserva de los Lakota. Decidieron arrestar a Toro Sentado por estar alentando a la subversión contra el Gobierno con sus cultos de bailarines tribales. 43 hombres se presentaron para llevar a cabo la detención del líder y, cuando algunos de sus lugartenientes Hunkpapa se resistieron, los mataron allí mismo. También a Toro Sentado.
Con la muerte del líder, el jefe oglala Nube Roja trató de negociar un acuerdo con las autoridades que permitiese a los Lakota preservar sus tradiciones y evitar un nuevo derramamiento de sangre. Dirigía una expedición de 350 hombres con el objetivo de reunirse con el ejército de EE UU, pero fueron desarmados, detenidos y conducidos a una prisión militar en Fort Omaha (Nebraska). En diciembre, el Séptimo de Caballería, bajo las órdenes de James W. Forsyth, llegaron al campamento de Wounded Knee, donde descansaba el resto de los Lakota. Big Foot, su líder, anunció que entregarían las armas pacíficamente, como así hicieron. Sin embargo, tras un registro de Forsyth, los soldados del ejército encontraron más escondidas. Los registros fueron subiendo en intensidad y violencia y los hombres Lakota empezaron a ponerse nerviosos por la intrusión y comenzaron con sus bailes tribales para mantener la calma y a su pueblo alerta.
Sin embargo, cuando los soldados fueron a arrebatarle el rifle a un miembro de la tribu que era sordo, el arma se disparó accidentalmente. No hirió a nadie, pero el Séptimo de Caballería abrió fuego contra la tribu, que ya no tenía armas. Decenas de hombres murieron en apenas unos minutos y, cuando trataban de huir para esconderse, los soldados persiguieron y asesinaron a dos centenares de mujeres y niños. Los historiadores certificaron que entre 250 y 300 indios Lakota fallecieron y también 25 soldados estadounidenses, muchos de ellos por fuego amigo. Por sus acciones ese día, los veinte miembros del regimiento que mataron a más personas fueron galardonados con la prestigiosa Medalla de Honor. En el año 2001, el Congreso Nacional de Indios Americanos aprobó dos resoluciones condenando la entrega de estas medallas y pidió al gobierno estadounidense que las rescindiera. El lugar de la masacre está declarado Hito Histórico Nacional.