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La leyenda negra antiespañola que propagó Hollywood

En “Hollywood contra España”, Esteban Vicente Boisseau analiza cómo la meca del cine es el mayor aliado de las campañas que tergiversan la historia
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Tenemos interiorizado que el universo Disney es blanco y puro; un mundo ideal para entregarle a nuestros herederos sin más preocupación que la de adentrarles prematuramente en el consumo loco del capitalismo. Los diversos parques de atracciones que la compañía tiene repartidos por el mundo son algo así como capitales absolutas de la felicidad. Lugares inocentes a los que todos vamos a ver la enorme sonrisa de los más pequeños a la vez que los mayores disfrutamos como ellos o más. Pero lo que más cuesta ver en mitad de la fortuna absoluta es la trivialización que se ha hecho de comportamientos que, trasladados a otro ecosistema o si bien fueran de otra temática, harían convocar a sus puertas a centenares de ofendidos. Nadie, o muy pocos, se han parado a pensar que dentro de la atmósfera de «Piratas del Caribe» (cuyos derechos pertenecen al gigante estadounidense) está el mejor ejemplo de la Leyenda Negra que persigue a los españoles desde el siglo XVI, desde que tenía la hegemonía del mundo. En ello se ha detenido Esteban Vicente Boisseau en su ensayo, «Hollywood contra España» (Espasa), donde analiza cómo la meca del cine se ha convertido en el mejor aliado de las campañas antiespañoles de antaño. «Cien años perpetuando la Leyenda Negra», subtitula.
El autor pone el foco en los millones de visitantes que pasan cada año por la atracción de los piratas y que comprueban de primera mano «que robar, torturar y matar españoles, vender, comprar y abusar de mujeres hispanas y saquear una ciudad española no solo estaba justificado, sino que es un acontecimiento alegre y divertido». Fenómeno que implica que el público destinatario de estas películas ha «aceptado culturalmente un pensamiento basado en un inmenso desprecio por el trato sufrido por miles de hispanos a manos de piratas ingleses, con unos comportamientos que, cometidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, están prohibidos por todos los convenios internacionales», defiende la obra.
Aprovechando este ejemplo, Boisseau acude al término cumbre de Hannah Arendt para hablar de la «banalización del mal», en este caso, de «una interiorización de la idea de que es admisible y normal visualizar con despreocupación delitos cometidos por piratas». Todo ello no es más que, como afirma el libro, eco de una propaganda elaborada en el siglo XVI para desprestigiar a España. Publicidad que, entre otros, la profesora de la Universidad de California Carolyn P. Boyd analizó en «La imagen de España y los españoles en Estados Unidos de América», artículo en el que expone la existencia de ese estereotipo negativo antiespañol en EE UU: «Pintar a los españoles como el mal encarnado le permitió a la nueva república americana perseguir sus intereses geopolíticos bajo el pretexto de una cruzada moral». Una caza en la que se combinan la hispanofobia y el anticatolicismo, pues «a pesar de las matanzas masivas provocadas por anglicanos y protestantes, el cine británico y el de Hollywood se han interesado, sobre todo, en denunciar la intolerancia católica».
Como cuenta el escritor, el fenómeno «subsiste y se ha convertido en el enfoque dominante que las películas realizadas por productoras británicas y estadounidenses» reflejan sobre el periodo en el que España exploró, descubrió y administró amplios territorios en el continente americano, desde la llegada de los primeros españoles en 1492 hasta la guerra hispanoamericana de 1898, que supuso la pérdida de sus últimos territorios americanos. Imagen previa a la visión positiva romántica posterior de autores estadounidenses, como Washington Irving, e hispanófilos, como Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society.

Historias basura

«El cine es uno de los grandes medios de comunicación de masas de los siglos XX y XXI, y su papel ha sido relevante a la hora de popularizar y perpetuar los estereotipos de la Leyenda Negra, cuya finalidad es justificar la política de expansionismo anglosajón en los territorios americanos ocupados por los españoles durante cuatro siglos, gran parte de los cuales acabaron siendo conquistados por EE UU y forman actualmente parte de su territorio», explica. Historia que ha trascendido más allá de Occidente «y ha sido divulgada y potenciada a nivel mundial por Hollywood». Como dijo el diplomático español Eugenio Bregolat Obiols: «La historia, ya se sabe, la escriben los vencedores, y la historiografía anglosajona, con Hollywood como su más influyente exponente en nuestro tiempo, ha tendido, en general, a ignorar o menospreciar al que fuera durante siglos el enemigo principal de Inglaterra».
De esa «history junk» o «historia basura» han bebido durante un siglo los guionistas, «más cerca de la leyenda que de fuentes históricas fidedignas», afirma Boisseau de un término empleado por historiadores, como el profesor británico de Stanford y Harvard, Niall Ferguson; concepto, a su vez, relacionado con la idea de pseudohistoria que, según Douglas Allchin, de la Universidad de Minnesota, tiene como característica «la persecución de un objetivo político, religioso o ideológico». Falsa historia cargada de estereotipos entre los que destaca el prejuicio antiespañol heredado de la Leyenda Negra que ha pasado a formar parte de la cultura anglosajona. Prejuicios que perduraron gracias a las ilustraciones de la prensa amarilla estadounidense con motivo de la guerra en Cuba y se transmite al cine bélico que surge con motivo del conflicto hispanoestadounidense de 1898, sabedores del «potencial educativo» del cine: «El problema aparece cuando el público es “educado” con películas o documentales que incluyen errores históricos (...) lo que implica la difusión de una falsa historia que puede hacer creer a una parte del público que es verídica».
Y junto a esta visión negativa convive ahora una imagen de España «más simpática y atractiva para el turismo como la fiesta, el flamenco, el sol, la playa, la sangría, la paella y las procesiones». Clichés que, sin embargo, las cintas representan de forma disparatada, con errores geográficos y confusiones en cuanto a las fiestas. ¿Recuerdan aquel inicio de «Misión Imposible 2» en el que Fallas y Semana Santa eran una misma celebración? Y es que, como señala el escritor, en Hollywood se critica más a los Reyes Católicos que a Lutero, fundador del protestantismo profesado por muchos dirigentes angloamericanos y gran parte del público estadounidense. Sí ha hecho justicia en estos últimos días el presidente norteamericano, Joe Biden, en su visita a la cumbre de la OTAN, quien aseguró que EE UU le debía mucho a España en referencia al apoyo que se les ofreció en su Guerra de la Independencia contra Gran Bretaña, en la misma línea en la que se pronunció George Washington en su día. Un hecho que no siempre es destacado y que se ha obviado en muchas ocasiones en beneficio de Francia, como recuerda Boisseau: «El recuerdo de la ayuda francesa se mantuvo en la narración académica norteamericana, aunque con la idea de que, sin ese apoyo, los patriotas habrían ganado la guerra solos».

Manipulación histórica

Uno de los ejemplos que pone Boisseau en su ensayo es el de las escenas cinematográficas que recurren con frecuencia al método de jugar con el número de extras para señalar la superioridad anglosajona, «de manera que aparecen unos pocos protagonistas capaces de hacer frente a ejércitos enemigos, en muchas ocasiones compuestos por hispano-americanos de rasgos indios o mestizos». Es este el caso de «Grupo salvaje» (1969), de Sam Peckinpah, donde cuatro bandidos estadounidenses se enfrentan a decenas de militares mexicanos; o en «Dos hombres y un destino», del mismo año, en la que los forajidos Butch Cassidy (Paul Newman) y Sundance Kid (Robert Redford), después de matar a varios hispanos, en la escena final, cargan a pie pegando tiros contra tropas bolivianas, que también les disparan; y en «Rough Riders» (1997), donde John Milius equilibró el número de estadounidenses que se enfrentaban a los españoles en la batalla de la colina de San Juan (julio de 1898), «eludiendo la realidad de que las tropas norteamericanas eran más numerosas». El libro destaca que «España legisló para proteger a los indios». O, como dice Alfonso Borrego, bisnieto del jefe apache Gerónimo: «La diferencia es que los ingleses mataron a todos los indios». Pero no se contó de la misma manera.
En definitiva, Boisseau resume que «el cine anglosajón ha provocado en la imagen de España el mismo escarnio que la historiografía desde el siglo XVI, utilizando diversos métodos de manipulación histórica con los que también han difamado la imagen de otros pueblos». Así, el autor no pide no contar lo que sucedió, sino que «la equidad en la narración con referencias históricas no debería consistir en omitir las escenas fílmicas con conquistadores e inquisidores españoles cometiendo crímenes, sino en representar en la misma proporción otras muchas atrocidades cometidas por otros». Lo que supondría poder visualizar habitualmente a los anglosajones torturando y masacrando, en nombre de su religión, a protestantes, a irlandeses, a españoles y a nativos americanos y australianos; a dirigentes andalusíes morenos y rubios sembrando el terror y cortando miles de cabezas; al capitán John Smith saqueando aldeas nativas americanas, y a los piratas ingleses agrediendo y matando salvajemente a mujeres y niños hispanos de ascendencia blanca, india y africana. «Escenas realistas sobre el pasado anglosajón que cineastas como Steven Spielberg no han filmado», cierra.