Europa League
Final Sevilla-Inter: 6 paragüeros 6 (elogio del malaje)
El Inter de Conte es un clon del Sevilla, pero agigantado por la calidad que compra un presupuesto astronómico
La leyenda de la camiseta no es graciosa, quizá, pero está trufada de sentido del humor: «Soy andaluz. Que te cuente un chiste tu puta madre». Es complicado ser el Sevilla Fútbol Club en la autoproclamada ciudad de la gracia, porque el crecimiento experimentado desde el descenso en mayo de 2000 se ha cimentado sobre una radical negación de la identidad del terruño. Nadie en el Sánchez-Pizjuán, donde el bilardismo es religión y Caparrós es padre fundador, quiere resultar simpático fuera de la cerrada comunidad de sevillistas que ha adaptado con orgullo los epítetos ofensivos de las gradas rivales: «Sevillanos, yonquis y gitanos». Eso es el Sevilla, en efecto, y cuidadito señor Inter porque trae peligro, llámese usted Liverpool, Benfica o Barcelona, por citar sólo a tres ilustrísimos subcampeones europeos que vieron a esta tropa levantarles la copa en las narices.
«Andalucía la que divierte» es un quejido por esta tierra a la que nadie toma en serio de Pepe Suero, cantautor del Cerro del Águila, barrio populoso, obrero y sevillista, devoto con idéntica fe de su Virgen de los Dolores y de la hoz y el martillo. Casi nunca ha divertido este Sevilla, ni con el soso Juande ni con el obsesivo Emery ni ahora con el prudente Lopetegui, pero hoy disputa su undécima final continental. «No busquen más que no hay», cantó Silvio Melgarejo, el sevillista que le escribió un himno al Betis, porque nadie lo iguala en la Europa futbolística durante el siglo XXI. Diez lleva el Madrid y de ahí, para atrás. Que te divierta, o sea, cualquier errado (¿o sería mejor poner herrado?) de ésos que confunde el tocino con la velocidad y un cuarto de hora de pases horizontales con el buen fútbol.
«Soy el Sevilla –podría escribirse en otra camiseta–. Que te caiga simpático puntos suspensivos». No es la simpatía, que no, la principal virtud del equipo del que casi nadie se hace cuando llega a la ciudad y en cuyo estadio se aplaude con más fuerza a un recogepelotas bien aleccionado para que retrase el saque de banda del rival que la pirueta de un saltimbanqui tasado a precio de crack por algún agente avispado. Los sevillistas de bien, de hecho, sienten hacia el Inter un temor reverencial no por la chequera inagotable de su dueño chino, sino porque Antonio Conte habla su mismo idioma: tres centrales que desayunan clavos y recetan preciosas patadas tobilleras a cuanto incauto asoma por su territorio, noventa minutos a ritmo de rock and roll y maquinaria pesada en la delantera. Un clon, pero agigantado por la calidad que compra un presupuesto astronómico, es lo que va a encontrarse el Sevilla a orillas del Rhin.
«Hagamos una obra tal y tan grande que los que la vieren nos tomen por locos». No habló así y bien que podría haberlo hecho Roberto Alés, el presidente que comenzó a reconstruir desde sus cenizas a este club campeón, sino uno de los canónigos que encargó la construcción de la hispalense seo de Santa María de la Sede, el templo gótico mayor del mundo a despecho de, por ejemplo, el Duomo de Milán o la catedral de Colonia que se encuentra a 18 minutos en coche –según google maps– del Rhein Energie Stadion y donde se adoran las reliquias de los Reyes Magos.
Monchi encarnará a Baltasar el 5 de enero en la Cabalgata que organiza desde hace más de un siglo el Ateneo sevillano, la institución que acogió la reunión de poetas –su anfitrión y mecenas fue Ignacio Sánchez Mejías, torero que fuera presidente del Real Betis– que es considerada el acta fundacional de la Generación del 27. Portero igual que Franz Platko («tigre ardiente en la yerba», le cantó en su oda Alberti), cambiaría todo el incienso, toda la mirra y todo el oro del mundo por regalarle al Sevilla en la temporada de su retorno otro paragüero, pues así llaman con desprecio al trofeo de la Liga Europa quienes jamás lo sostendrán entre sus manos.
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