Ajedrez
Las piezas blancas y negras forman parte del ajuar en Georgia. Cuando una mujer sale de su casa para casarse, lo único seguro es que llevará el tablero bajo el brazo. No se trata solo de una tradición, es que en esta ex república soviética las mujeres son las reinas absolutas del ajedrez desde hace siglos, son las que juegan más y mejor, las que se llevan todos los títulos. Ana Matnadze (Telavi, Georgia, 1983) fue una de estas niñas prodigio. Aprendió de su madre a los cuatro años y a los seis estaba completamente atrapada. Fue una estrella en su país y hoy, nacionalizada española, también lo es en el nuestro.
La serie de Netflix «Gambito de dama» ha visibilizado a las mejores ajedrecistas de España. Mujeres que están en la elite y de las que apenas (o nunca) habíamos oído hablar. Es el caso de Ana, actual número uno, o de Sabrina Vega (Las Palmas de Gran Canaria, 1987), que le sigue en el ranking. Rivales en el tablero y amigas fuera de él, hablamos con esta pareja, cuya relación recuerda la sana competencia de Nadal y Federer, sobre la miniserie que está causando furor para ver si se parece en algo a su realidad.
Lo primero en lo que coinciden es en que el machismo no está presente en su mundo. Al menos como nota dominante. Puede haber salidas de tono aisladas, pero que la mujer mueva las fichas no es ya nada excepcional. Desde la ciudad de Telavi en la que se encuentra confinada, Ana asegura que lleva «31 años en este mundo, casi siempre rodeada de hombres, y nunca me he sentido mal».
Notas discordantes
Sabrina coincide, aunque entiende que la participación de las mujeres en los torneos absolutos (en los que compiten ambos sexos) aún es minoritaria y por ello puede haber «alguna nota discordante». Lo que es un hecho es que el ajedrez masculino aún tiene un nivel muy superior al femenino, una circunstancia para la que existen teorías para todos los gustos. La mayoritaria, y que comparten estas dos Grandes Maestras (un estatus que solo han conquistado otras 61 mujeres en el mundo), tiene que ver con el número. Como la cantidad de féminas que juegan es infinitamente menor que la de los hombres, el nivel es notoriamente desigual.
El entrenador de la Selección Femenina de Ajedrez, David Martínez, considera «absurda» la teoría biologicista de que las mujeres no están programadas para competir al mismo nivel. Y pone como ejemplo el caso de las hermanas Polgár de Hungría, cuyo padre, pedagogo, se empeñó en demostrar que la mujer está igual de capacitada y adiestró a sus tres hijas para ser campeonas. Lo consiguió. La pequeña, Judit, ahora retirada a sus 44 años, está considerada la mejor jugadora de la historia y la única que logró colarse en la lista de los 10 primeros del mundo en 1996.
También parece haber consenso en que Beth, la enigmática protagonista de «Gambito de dama», está inspirada a medias en Polgár y en el mítico Bobby Fischer, que en la década de los 70 acabó con el monopolio de los rusos. La épica de la serie ha enganchado a las dos mejores jugadoras de España, pero apenas se ven reconocidas en el personaje. Sabrina Vega asegura que solo se identifica en el proceso iniciático de la huérfana Beth. Ella misma aprendió en el colegio y en seguida le gustó, pero fue gracias al que ella llama su «eterno maestro» que se desató su pasión «por descubrir la verdad en el tablero durante años».
El estilo de estas dos atletas es opuesto. Lo reconoce Ana, «mucho más caótica que Sabrina, que es muy analítica y ordenada», y lo refuta su entrenador. David también se enganchó a la serie de Netflix al segundo capítulo. «Al principio me pareció un poco lenta, pero luego ya no podía parar. Creo que el ambiente está muy logrado y trata temas que no suelen reflejarse, como la tensión de la competición y el bajón cuando pierdes». También al fracaso se enfrentan de manera distinta Vega y Matnadze. La canaria tiene urgencia por revisar la partida en cuanto pierde, por saber en qué ha fallado, mientras que la actual número uno dice que «al menos hasta el día siguiente no vuelvo a pensar en ello, trato solo de focalizarme en la siguiente».
Los tranquilizantes que la protagonista de «Gambito de dama» ingiere como gominolas son más una licencia literaria de Walter Tevis, autor del libro original, que una práctica real. En cambio, cuando Beth se tumba en la cama y visualiza el tablero en el techo con las piezas suspendidas en el aire, no está haciendo nada ajeno al mundo de la alta competición. Explica el entrenador nacional que «jugar a la ciega» es habitual, repasar la partida en la cabeza. Sabrina reconoce que «yo también veo las piezas en el techo, cuando tienes experiencia y recorrido analizas sin mirar el tablero, se te ocurren líneas nuevas, ideas, que comentas con los compañeros sin necesidad de tener nada delante».
Esfuerzo y dedicación
La soledad del personaje que interpreta la actriz Anya Taylor-Joy, la incomprensión del mundo que la rodea, tampoco la ha experimentado Ana Matnadze. Ella creció en un entorno familiar «muy cariñoso» e, igual que Sabrina, recibió mucho apoyo para dedicarse profesionalmente al ajedrez, del que ambas viven.
Sin embargo, el sacrificio y la dedicación que requieren este deporte es inevitable. «No te tienes que sentir sola, aunque es evidente que tiene que compensarte el esfuerzo porque te pierdes muchas cosas. Yo solo puedo asistir a bodas o a otras reuniones familiares cuando no me coinciden con ningún torneo o cuando no estoy demasiado cansada porque a veces cojo cuatro vuelos en la misma semana. Cuando llego a casa lo que necesito es dormir todo lo que puedo», asegura Ana.
Uno de los motivos de que no haya tanta presencia femenina al más alto nivel (el 90% son hombres) es que muchas niñas abandonan la competición cuando llega la adolescencia, algo que está empezando a cambiar. David Martínez cree que «quizá el ambiente, tan masculino, de entrada no invita, aunque ahora es mucho más cordial que hace unas décadas».
El empuje de las jugadoras más jóvenes hace albergar esperanzas. Ahí están nombres como el de Cecilia Guillo (Madrid, 2004), que empezó a «mover piezas a los cinco años y a los siete estaba compitiendo». El año pasado se alzó con el título mundial de rápidas sub 16 y a ella, como a Beth, no le gusta nada «hacer tablas, yo siempre quiero ir a ganar, aunque en ocasiones eso me haya hecho perder». Entrena unas once horas semanales, también le va la apertura de gambito de dama y ha sentido el estupor de «ciertos contrincantes adultos al perder con una niña».
Adhara Rodríguez (Santa Cruz de Tenerife, 2004) es otra gran promesa que este año se ha alzado con el título de campeona de España sub 16. Con solo seis años quedó la primera en el torneo de Tenerife sub 10. Desde pequeñita se sintió «intrigada por esas piezas», y con el paso del tiempo la atrapó «la complejidad del juego, sus múltiples variantes, la capacidad de pensar en tantas combinaciones y el poder de elección. ¡Vamos, la inmensidad de un juego que no tiene límites!».