Tenis

Open de Australia

Nadal o cuando tu cuerpo es tu gran enemigo

Hace mucho que Rafa compite más contra su salud que contra los rivales y suele salir airoso

Nadal, en su partido de segunda ronda del Open de Australia
Nadal, en su partido de segunda ronda del Open de AustraliaLOREN ELLIOTTREUTERS

El viernes 3 de diciembre de 2004, uno de los técnicos más avezados de la Federación Andaluza de Tenis alucinaba con la victoria de Rafa Nadal sobre Andy Roddick, segundo punto de la final de la Copa Davis disputada en el sevillano estadio de La Cartuja: «Este chico lleva avisando desde los catorce años y apunta a número uno; pero debe cambiar su forma de jugar porque así, su cuerpo no va a soportar el ritmo de la élite». Desde entonces, ha ganado veinte torneos mayores, entre una ristra inacabable de títulos, y el vaticinio del técnico se ha cumplido a medias: aguanta en la élite, vaya si aguanta, pero ha sido a costa de evolucionar su estrategia para mitigar el desgaste físico y de modificar muchos de sus gestos para paliar el impacto en articulaciones lesionadas. Como un torero con veinte años de alternativa, no hay centímetro de su anatomía sin una cicatriz. Lo último que le da la lata, ahora en Australia, es la espalda.

Sus rivales de las dos primeras rondas, Laslo Djere y Michael Mmoh, le permitieron cómodos triunfos a pesar de una velocidad de servicio de entrenamiento. El partido de esta mañana contra Cameron Norrie, un pegador aguerrido en el ambiente ruidoso y despiadado de la liga universitaria estadounidense, va a ser el «crash-test» que necesita su equipo para saber cuáles son las posibilidades reales de Nadal de superar en Melbourne a Roger Federer en la cúspide histórica del tenis mundial. El renqueo de Dominic Thiem y Novak Djokovic desde la tercera ronda da esperanzas con vistas a una hipotética final, ante la que sólo se yergue, si el español está en razonables condiciones, la amenaza real de Daniil Medvedev. Hace mucho que Rafa compite más contra su salud que contra los rivales y suele salir airoso. No hay ningún motivo para pensar que esta vez será distinto.