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El Real Madrid sólo perdió un partido de LaLiga la temporada pasada. Fue en otoño, en el Metropolitano, contra el Atlético de Madrid. El equipo de Simeone borró a los de Ancelotti con balones desde la banda al centro del área. 3-1 acabó ganando el equipo local y dejó una sensación de trabajo por hacer en el Real Madrid. El resto de la historia es conocido. El Atlético firmó una temporada sin alegrías y el Real Madrid acabó ganando LaLiga y la Champions con un dominio abrumador en la primera. Durante todo el curso, Ancelotti no dejó de repetir que parte del éxito venía de aquel tropezón contra el rival de la ciudad. Sirvió para ajustar la posición de Bellingham y para que los jugadores sintieran que eran vulnerables. Sirvió para cambiar el optimismo por el pesimismo: es decir, la relajación por mantenerse atentos, las guerras individuales por las colectivas.
El partido contra el Mallorca no es lo mismo que aquel derbi. Aún es agosto, no hubo derrota (el Real Madrid sigue sumando encuentros sin perder en LaLiga) y no hay ningún trauma. Pero sí que puede servir, como sirvió la derrota de la temporada pasada, para que el equipo se conciencie de que no se pueden ganar los partidos por inercia. «Hemos empezado bien, nos hemos adelantado y después hemos tenido la oportunidad de marcar el segundo», decía tras el encuentro Carlo Ancelotti.
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