Juegos Olímpicos

Viña del Mar

De cero a cien en siete meses

La Razón
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El 28 de noviembre de 2007 nos sobrecogía esta frase de Toni Nadal, el tío de Rafa, su entrenador, una de las personas que mejor le conoce: «Rafael sufre una enfermedad grave, muy grave». Se trata de una osteocondritis del escafoides, o enfermedad de Müller-Weiss... «Es una enfermedad crónica que arrastra desde 2004, convive con ella y con ella ha llegado a ser el número 2 del tenis mundial», resumía Toni como para restarle importancia, como si no fuera verdad lo que algún especialista predecía en el futuro de su sobrino: «La única forma de terminar con esas molestias es dejar de jugar al tenis». Nadal negaba la mayor y se defendió de los malos augurios conquistando meses después, entre otros, el oro olímpico en Pekín y el número 1.

Con medidas ortopodológicas recondujeron los apoyos de los pies para reducir la sobrecarga en las zonas vulnerables. Y se acostumbró a las plantillas como el que utiliza lentillas; las unas son al pie como las otras a los ojos. Pero el dolor no cesaba, ni cesa. «No hay ningún deportista de élite al que no le duela algo –suele decir Nadal–. Hay que aprender a divertirse sufriendo».

Como si las lesiones le hicieran más fuerte, en su regreso a las pistas Nadal reaparece superior. En 2008 volvió a ganar Roland Garros, sumó su primer Wimbledon y puso la guinda en los Juegos de Pekín al ganar el oro al chileno Fernando González.

Pero hay otras heridas, lesiones que no son óseas ni musculares, que duelen tanto o más, son las del corazón. A mediados de 2009 trascendía la separación de Ana María y Sebastián, los padres de Rafa, un deportista que siempre se ha apoyado en el vínculo familiar. Fue un «shock», y así lo confesó tiempo después en el programa televisivo de David Letterman: «Eran el pilar de mi vida y ese pilar se había desmoronado. Estaba deprimido, me faltaba entusiasmo. La continuidad que tanto había valorado en mi vida se había roto por la mitad. Y el orden emocional, del que dependía, había sufrido un duro golpe. Había perdido el amor por la vida...». Sin embargo, no culpa a esa situación de sus derrotas: «Mis padres se separaron en enero y estuve ganando hasta junio. El problema fue una cadena de lesiones». Todo quedó atrás cuando sus padres anunciaron que se reconciliaban en marzo de 2010. De nuevo cada cosa en su sitio; todos los pilares, fuertes y ensamblados, otra vez número uno, hasta que Djokovic le derrotó en seis finales. Aquello era tenis, sólo tenis; lo que estaba por venir fue mucho peor.

El 28 de junio de 2012, Rosol, centésimo jugador del mundo, le eliminó a las primeras de cambio en Wimbledon. En el origen de la sorpresa, una rodilla, la izquierda, afectada de una rotura parcial del ligamento rotuliano y una hoffitis. Tras siete meses de rehabilitación e incertidumbre, con adelantos como la máquina Alter G para recuperarse, reaparece en Viña del Mar en febrero y pierde la final con Horacio Zeballos; después gana diez de once y recupera el número 1.