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La larga marcha de Caparrós

El técnico utrerano está muy confiado en que en cuestión de días sea nombrado el sucesor de Del Bosque al frente de la Selección

Joaquín Caparrós, en la Ciudad Deportiva de Las Rozas
Joaquín Caparrós, en la Ciudad Deportiva de Las Rozaslarazon

Joaquín Caparrós Camino, utrerano de sesenta años, es el hombre elegido por Ángel María Villar para suceder a Del Bosque como seleccionador.

Joaquín Caparrós Camino, utrerano de sesenta años, es el hombre elegido por Ángel María Villar para suceder a Del Bosque como seleccionador. Su nombramiento se oficializará a mediados de julio, a no ser que los muchos detractores que el entrenador sevillano tiene en el entorno de la Federación, que básicamente le reprochan un ideario en el que prima la eficacia sobre la estética, triunfen en su campaña por colocar a Paco Jémez, enterrador del Rayo Vallecano, pero reforzado por una «panzerdivision» de aduladores mediáticos muy hábil a la hora de disimular con el incienso del «buen juego» el tufo a cadaverina de la derrota.

Caparrós, muy confiado en resultar elegido, ya ha relatado a su círculo de confianza que lo único que se interpone entre el banquillo de la Selección y sus posaderas es la cláusula que permitiría a Paco Jémez romper su reciente contrato con el Granada si recibiese una propuesta de la RFEF. Sabe el hispalense, pues su relación con Villar y Del Bosque es fluida desde hace tiempo, que su nombre se barajó entre otros muchos (Míchel, Marcelino, Ernesto Valverde...); pero que sus competidores en la terna final eran Jémez y Julen Lopetegui, finalmente comprometido con el Wolverhampton.

El presidente lo prefiere a ambos por su perfil institucional. Representante del colectivo de entrenadores en la asamblea de la RFEF, la elección de Joaquín Caparrós conviene a Villar no sólo por sus cualidades técnicas, sino porque está dispuesto a erigirse en un embajador federativo ante todos los estamentos del fútbol español, especialmente ante esos sectores modestos y territoriales que constituyen la base electoral del sempiterno mandatario. «Las visitas casi diarias a peñas que hacía cuando estaba en el Sevilla y el contacto permanente con todos los clubes de nuestro ámbito de influencia, pero extrapolado a escala nacional. En eso, es incansable e imbatible», relata un antiguo dirigente sevillista con quien mantiene trato.

Desde mediada la primavera pasada, Caparrós manejaba ofertas para dirigir en la temporada 2016-17, pero cuando algunos empezaron a señalarlo como posible sucesor de Del Bosque, cesó toda negociación. Sus dos hijos, con quienes consulta cualquier decisión importante, terminaron de convencerlo de que valía la pena correr el riesgo de pasarse otra campaña en blanco con tal de esperar a ver si coronaba su carrera al frente de España. Igual que sus dos predecesores, a los que idolatra.

Lo futbolístico, en Caparrós, no se puede separar jamás de lo psicológico y en este hecho radica otro de los motivos que lo van a llevar a la Roja, un grupo que en el último cuatrienio no se ha comportado como esa cohesionada España Club de Fútbol de la época triunfal. Maestro en el arte de seducir a sus futbolistas e inventor de toda clase de artimañas para mantener al vestuario unido (empapelaba cada semana el camerino con recortes de agravios, reales o presuntos, del rival de turno para enardecer a su tropa), los equipos del entrenador utrerano no están a salvo de la derrota, ninguno lo está, pero siempre se comportan como un ejército de fanáticos que se dejarían amputar una pierna antes de rehuir la pelea en un balón dividido.

El liderazgo, hoy, de la Selección recae exclusivamente en la persona de Sergio Ramos, a quien Caparrós moldeó desde adolescente y que ha sido su gran valedor ante el resto de internacionales con algún peso, que lo recibirán con los brazos abiertos. Cuando el camero tenía 17 años, el técnico lo hizo debutar en Primera y lo colocó como lateral diestro porque Javi Navarro y Pablo Alfaro eran indiscutibles en el eje. «Un chaval con ese potencial debe jugar», dijo antes de caer en la cuenta de que desplazaría del once a otro futuro «crack» mundial. «Pues pongo a Dani Alves de extremo», aseguró.

Futbolista juvenil en el Real Madrid («un poco amanerado, yo nunca habría jugado en mis equipos»), ganó plaza de funcionario en el Ayuntamiento de Cuenca y se pateó durante tres lustros los campos modestos manchegos antes de fichar por el Recreativo en 1996. De su, sin duda loable, gusto por «el otro fútbol» habla un detalle: cuando lo llamó el Sevilla, sólo exigió un fichaje, traerse desde Huelva a Cristóbal Soria, su delegado de confianza en el Decano. En el Sánchez Pizjuán, forjó su leyenda de técnico pragmático, encantado con la fama pendenciera que iba adquiriendo su equipo, pues en la alta competición «el resultado es el único Dios verdadero y Bilardo es su profeta». Del maestro argentino aprendió también sus manías supersticiosas y se dice que en la temporada 2000-01, con los sevillistas como líderes de Segunda todo el curso, conservó durante meses en un vaso de agua el chicle que mascaba durante los partidos. Pero no es verdad; o puede que sí.