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Croacia, el país donde se confunden política y deporte

El fútbol balcánico no se entiende sin la incidencia que tiene, históricamente y todavía hoy, el elemento nacionalista

Luka Modric, la gran referencia croata
Luka Modric, la gran referencia croataWolfgang Rattay / POOLEFE

La Eurocopa de 1996 fue la primera gran competición futbolística en la que participó una Croacia cuya camiseta arlequinada es imán para los aficionados neutrales que enseguida se convierte en sus simpatizantes. También encandilaba el talento de aquella generación, muchos de ellos campeones del mundo juveniles con Yugoslavia todavía unificada (Suker, Boban, Jarni, Prosinecki, Stimac… en Chile 1987), antes de que la penúltima guerra de los Balcanes hiciese saltar por los aires la obra de Josip Broz ‘Tito’, el partisano que centralizó todo el poder en Belgrado pese a ser de origen… croata. En Inglaterra, sólo los paró en cuartos el campeón, Alemania, todavía con los viejos Sammer y Klinsmann en orden de combate. Dos años después, en el Mundial de Francia, avanzaron hasta semifinales y pusieron contra las cuerdas a los anfitriones, que remontaron con un doblete de Thuram (2-1) para volar hacia su consagración.

Por aquellas calendas, Croacia era ya una mediana potencia deportiva gracias al tenista Goran Ivanisevic, campeón en Wimbledon, y a su excepcional selección de baloncesto que Drazen Petrovic –fallecido en 1993– condujo hasta la final olímpica de Barcelona, en la que los Kukoc, Radja, Perasovic, Vrankovic... resistieron durante un tiempo al genuino «Dream Team» de los Estados Unidos. Pero el fútbol lo era todo para esos «eslavos del Sur», unos locos del balón que tenían a su primer hincha en el presidente de la recién proclamada república, el ultranacionalista católico Franjo Tudjman, para quien la selección que dirigía el trotamundos Miroslav Blazevic era un asunto de estado. O algo más.

Fútbol y política siempre han caminado de la mano en los Balcanes, como explica Diego Mariottini en su ensayo “Dios, patria y muerte”, recién publicado en España por Altamarea. El domingo 13 de mayo de 1990, cuando a la República Federal Socialista de Yugoslavia le quedaban exactamente trece meses de existencia, tuvo lugar el acto fundacional de la selección que maravilló al mundo en la década siguiente, hasta su tercer puesto en el Mundial 98. Dinamo de Zagreb y Estrella Roja de Belgrado se enfrentaban en el estadio Maksimir, adonde los ultras serbios habían llegado con la firme intención de formar un taco. «Hemos venido a matar a Tudjman», le cantaban al recién electo presidente –todavía regional– de Croacia.

El grupo de aficionados del Estrella Roja no era sino una milicia paramilitar liderada por Zeljko Raznatovic, alias Arkan, un psicópata que estaba a punto de saltar del hampa a la limpieza étnica, puesto que había sido reclutado por los servicios secretos del presidente Milosevic para realizar todo tipo de trabajos sucios. Los Tigres, el batallón emanado de aquella (supuesta) peña de hinchas, acumularían un horrendo prontuario de crímenes de guerra durante el conflicto que se desencadenaría meses después: ejecuciones de civiles, torturas, violaciones sistemáticas, mutilaciones… Ese día invadieron el terreno de juego ante la pasividad de la policía controlada desde Belgrado, que sí actuó con rotundidad cuando los ultras croatas respondieron con violencia a la violencia.

Zvonimir Boban, el capitán del Dinamo, era un niño prodigio que se había ceñido el brazalete sin haber cumplido los 22 años. Ante la escena que estaba presenciando, se lanzó contra los agentes antidisturbios y la emprendió a patadas con ellos. Cuando, tres años después, Croacia comenzó la fase previa de la Eurocopa de Inglaterra, él era el líder a pesar de que la mayoría de sus compañeros podían presumir de un palmarés más nutrido. Lo que estaba fuera de toda discusión, era el vínculo de aquel equipo que Tudjman utilizó como el embajador más eficiente de la nueva república. En vísperas de la Eurocopa, el Sevilla se jugaba la permanencia contra el Salamanca y Suker, ya traspasado al Real Madrid, quería ayudar a sus compañeros a evitar el descenso. Abandonó la concentración en el avión presidencial, que lo esperó en la pista del aeropuerto de San Pablo el tiempo justo para que marcase un hat-trick, le diesen la vuelta al ruedo del Sánchez-Pizjuán a hombros y se volviese a seguir preparando el campeonato en el que la selección croata se presentó al mundo.