
Fútbol
Ni Simeone ni el catenaccio: el increíble dato de posesión del City de Guardiola contra el Arsenal
El equipo de Manchester ha empatado en el campo del conjunto de Arteta, pero ha dejado atrás todas sus virtudes ofensivas

El Emirates fue escenario de un partido tan atípico como revelador. Arsenal y Manchester City empataron 1-1 en un duelo que quedará en la memoria no por su intensidad, ni por el espectáculo ofensivo, sino por una cifra insólita: el 32,8% de posesión del balón del City, la más baja registrada en toda la carrera de Pep Guardiola como técnico en un partido de élite. Sí, el entrenador que convirtió la posesión en religión decidió, por primera vez, renunciar a ella con un descaro casi escandaloso.
El marcador se abrió temprano. Apenas corría el minuto 10 cuando Erling Haaland volvió a demostrar su instinto asesino. El noruego, de espaldas a portería, ejecutó una acción de manual: control, descarga, giro y desmarque. Encaró con potencia, dejó atrás a un Gabriel incapaz de seguirle el ritmo y definió con frialdad ante un David Raya que poco pudo hacer. Gol de manual, gol de Haaland. Parecía el preludio de un recital del City.
El City de Guardiola, a defender
Pero no. A partir de ahí, el equipo de Guardiola dio un paso atrás. Y luego otro. Y otro más. Hasta quedar completamente replegado. Con el marcador a favor, el técnico catalán activó su versión más conservadora, apostando por el repliegue bajo, las líneas juntas y el contraataque como único camino ofensivo. Fue, literalmente, el City menos reconocible que se haya visto bajo su dirección.
Guardiola, que en sus tiempos en el Barça quería más de un 70% de posesión para sentirse cómodo, firmó una actuación de antítesis futbolística. Apenas un 32,8% del balón. Una cifra que ni los equipos más modestos de la Premier suelen tener cuando visitan el Emirates.
El Arsenal, por su parte, tardó en reaccionar. Los de Arteta no supieron cómo perforar el muro celeste durante buena parte del primer tiempo. Apenas generaron peligro real. La única chispa fue Noni Madueke, que encaró, buscó desbordes y trató de activar un ataque plano. Aun así, solo un disparo a puerta en 45 minutos. Un bagaje escaso para un equipo que aspira a arrebatarle la liga al Liverpool y que jugaba como local.
La decisión de Arteta en el descanso fue desconcertante: retiró a Madueke, el más activo, para dar entrada a Bukayo Saka, que regresaba tras lesión. El cambio trajo algo más de dinamismo, sobre todo con la incorporación de Eberechi Eze. El ex del Crystal Palace, junto a Martín Zubimendi, fueron los únicos que inquietaron a Donnarumma, pero el guardameta italiano respondió con solvencia a cada intento.
Asegurar el gol a favor
Mientras tanto, Guardiola seguía apostando por el cerrojo. Quitó a sus jugadores más ofensivos, reforzó la línea defensiva y terminó el partido con seis defensas y dos pivotes de corte defensivo sobre el campo. Una declaración de intenciones. Asegurar el 0-1 parecía ser el único objetivo.
Pero el plan no resistió hasta el final. En el minuto 92, cuando todo apuntaba a una victoria pragmática, una jugada entre líneas rompió la resistencia del City. Eze encontró un espacio entre los centrales y filtró un pase milimétrico para Martinelli. El brasileño, que venía de brillar en Champions ante el Athletic de Bilbao, no se lo pensó: levantó la pelota con una vaselina preciosa sobre Donnarumma. El balón, con suspense, se coló en la portería ante la mirada atónita de los jugadores del City. Golazo y empate.
El 1-1 supo a poco para ambos. Al Arsenal, porque necesitaba ganar para no perderle la estela al Liverpool, que se escapa a cinco puntos. Y al City, porque este empate lo deja noveno en la tabla, con apenas 7 de los últimos 15 puntos posibles. Una cifra preocupante para un equipo que está llamado a pelear todos los títulos.
El gran protagonista de la noche, más allá de Martinelli y Haaland, fue sin duda el dato de posesión. Opta lo confirmó al final del encuentro: nunca un equipo dirigido por Guardiola había tenido tan poco el balón en un partido de liga. No ocurrió en el Barcelona de Messi, Xavi e Iniesta. Ni en el Bayern de Múnich, donde controlaba partidos con insultante autoridad. Ni siquiera en el City del triplete, donde, aunque más vertical, seguía siendo dominador del juego.
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