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Ray Zapata gana una plata con valor de oro

Ray Zapata, segundo en suelo empatado con el ganador. Una norma que el español «desconocía» le impidió ganar. «Da igual el color, soy el mejor, todos lo han visto», dice

Ray Zapata lo ha conseguido: plata en la final de suelo de los Juegos Olímpicos. El gimnasta español decidió finalmente no ejecutar su nuevo ejercicio, el «Zapata II», que es muy complicado. Pura estrategia: el equilibrio entre arriesgar demasiado y equivocarse o ir más sobre seguro a clavar los movimientos. Lo que sí hizo fue el «Zapata I», otra de sus creaciones, que tiene su nombre y que también utilizó por ejemplo el ganador, Dolgopyat. Curiosamente, empataron a puntuación, 14.933, pero como la apuesta del israelí tenía una mayor dificultad de salida, eso le dio el oro. El bronce se lo llevó el chino Xiao. «Flipé mucho, no tenía ni idea de que existiera esa norma. Si yo tengo menor dificultad y tenemos las misma nota final eso supone que yo lo he hecho mejor, que he ejecutado mejor el ejercicio, por lo tanto yo tendría que ir primero. Es lo que he visto siempre en la historia de la gimnasia y no sé por qué no ha sido así», protestó el español. «Hemos reclamado, miramos la normativa. Si llego a ser yo el que se sale no hubiera conseguido ni el bronce», insistió. «Pero vamos a dejarlo ahí, vamos a disfrutar de esto y ya está. No importa el color, soy el mejor, todos lo han visto», finalizó.

Los nervios carcomían a Ray Zapata mientras esperaba después de terminar él. Porque tuvo que esperar, y mucho. Empezó la final Nikita Nagornyy, uno de los favoritos, que sí arriesgó con un triple en carpa, y falló por mucho. Adiós a sus opciones. Ahí estaba la respuesta a una de las grandes preguntas: ¿qué hubiera pasado si Ray hubiera hecho el «Zapata II»? Si lo clava, podría haber ganado, pero si no quizá se hubiera quedado sin nada. Después del ruso le tocó al español, que sólo tembló en una de las series, que tuvo que corregir con un pasito. En el resto de diagonales, pisaba y ahí se quedaba tieso, firme, después de las piruetas, los vuelos y los giros. Hizo su trabajo, que es no fallar. Terminó, gritó, abrió los brazos y cerró los puños con los ojos cerrados. Fue una liberación. La tensión, en gran parte, se quedaba ahí. Al menos la que dependía de él. A continuación, enseñó el babero con el nombre de Olympia, su hija, que apenas tiene dos meses. Susana, su mujer, se lo escondió en la maleta camino de Tokio, él no sabía ni que estaba ahí y se dio cuanta al aterrizar en la capital de Japón. Un impulso más. Olympia no ha hecho más que dar un punto más de madurez a Ray Zapata, un gimnasta con unas capacidades extraordinarias, aunque un tanto alocado. Por eso, quizá, en Río 2016 no se metió en la final. Le quedaban por delante cuatro años de preparación para darse una nueva oportunidad, que se convirtieron en cinco por la pandemia. Y un calvario también que tuvo que pasar: primero la rotura del Aquiles, de la que se operó. Antes de la final, le dolía la zona. «Pero si se rompe otra vez, que se rompa», confesó que pensó. Después, la agónica clasificación lograda casi a última hora, el parón por el confinamiento que le sirvió para calmar la cabeza y descansar el físico. Y todo para lograr esa plata.

Pero después de su ejercicio le quedaba un largo tiempo viendo a los seis rivales restantes. Tan mal lo pasó que incluso hubo un momento en el que lloró. No podía más, paseando de un lado a otro. Pero sólo el israelí Dolgopyat se puso por delante... Y por un pelo. Ray Zapata ya tenía motivos para llorar, pero de alegría, y lo hizo de verdad en el podio. Pero como un niño. Con ganas.

Su padrino Gervasio Deferr

El sucesor de Deferr, el que volviera a dar una medalla a la gimnasia en España, tenía que ser él. Gervi es uno de los motivos de que sea gimnasta. Ray nació en la República Dominicana y llegó a Lanzarote con 11 años. Primero lo hizo su madre, y reunió dinero para traer a toda la familia. Y al principio al pequeño Zapata no le gustaba, echaba de menos la libertad de Santo Domingo, donde pasaba los días saltando de tejado en tejado y de árbol en árbol. Pero descubrió la gimnasia y llegó a la conclusión de que él quería volar. Hubo piedras en el camino porque decían que ya era muy mayor o que le faltaba técnica. Deferr opinaba lo contrario, que no, que ahí había un gran gimnasta. Tanto Gervi como Víctor Cano. Ambos apostaron por él y no tardó en destacar y cumplir su sueño de ser olímpico. Lo de Río le llegó demasiado pronto, como él mismo ha reconocido. Ahora es otro, más sereno, con la ayuda también del psicólogo del CAR Pablo del Río, que gritaba en la grada. Han sido meses de ayudarlo a focalizarse en su ejercicio, no en la medalla, porque lo segundo no iba a ser posible si no salía lo primero. Y en sus reuniones Pablo le decía que entrara con andares chulescos al tapiz, con determinación, que eso haría que después fuera valiente. Tokio le ha llegado en su justo momento.

Ahora ya podrá volver a casa con Olympia. Durante el último mes, el peso de la pequeña ha recaído en su mujer y en la familia. Él tenía que estar centrado en los Juegos. «Pero yo soy un ‘flipao’ de mi hija. Ya he estado sin dormir por unos Juegos, si no duermo por mi hija no pasa nada. Cuando regrese me tocarán los biberones», decía antes ir a Tokio. A Olympia le dará el biberón un medallista de plata.