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Opinión

Hablemos de sexos... pero sin la doctora Ochoa

El único deporte perfectamente mixto en los Juegos es la equitación. Lo demás, son extravagancias

Laurel Hubbard, en la final femenina de halterofilia +87 kilos
Laurel Hubbard, en la final femenina de halterofilia +87 kilosLuca BrunoAgencia AP

Laurel Hubbard, neozelandesa de 43 años que hasta hace diez se llamaba Gavin y orinaba de pie, participó en la categoría de más de 87 kilos de halterofilia femenina, hormonado como la mujer que es, pero con la masa muscular del hombre que fue. Su paso por los Juegos fue más folklórico que competitivo, ya que sus marcas acreditadas no la anunciaban entre las pretendientes al podio. Hizo tres nulos en arrancada –cero patatero en su marcador– y se volvió a Auckland, ciudad de la que su padre fue alcalde. Menos mal. Una medalla habría abierto y dinamitado los cimientos del deporte femenino.

Mientras las federaciones internacionales se esfuerzan por preservar la feminidad de la competición de mujeres, en evitación de distorsiones genéticas que perviertan la equidad, el activismo LGTB etcétera emponzoña el deporte con su detritus ideológico y los medios generalistas compran la burra con la ñoñería habitual y un pánico cerval a no desfilar al paso que marcan los sacerdotes de la corrección política. Para visibilizar la causa transgénero, Hubbard y su musculatura varonil van a Tokio, claro, pero lo hace en detrimento de otra (de una) mujer que entrena el doble que ella (él) para levantar un kilo menos de hierro. Laurel es muy libre de sentirse lo que desee y es perfectamente lícito que así figure en el registro civil. Pero en el gimnasio, trabaja con los poderosos brazos de Gavin.

El asunto tiene tan poca vuelta de hoja, que las namibias Christina Mboma y Beatrice Masilingi se clasificaron ayer para la final de 200 metros… porque no se les permitió correr su prueba predilecta, los 400. ¿El motivo? Pertenecen a una etnia del África sudoccidental cuyas mujeres presentan una alta tasa de testosterona y World Athletics ha determinado que esto supone una ventaja ilegítima en carreras de velocidad sostenida y medio fondo. Caster Semenya doble campeona olímpica y tricampeona mundial de 800 metros, ha sido vetada por idéntico, igual que pronto será invalidado el récord de la distancia, que data de 1983, un ultraterreno 1:53.28 de Jarmila Kratochvilova, andrógino checoslovaco a quien nadie se ha podido acercar en lo que va de siglo… excepto Semenya. El primer corredor masculino –nivel campeonato regional– que se declarase transgénero, si el atletismo se rigiese por el «canon Hubbard», se convertiría en plusmarquista universal.

Sobre el COI recae la responsabilidad, enorme, de mantener diáfanas las naturales separaciones entre el hombre y la mujer sin soliviantar al feminismo «enragé» ni al movimiento queer, que tanto mandan y con tan poquita cintura. Así, en estos Juegos se ha sacado de la manga una decena de pruebas mixtas de nuevo cuño sin demasiado interés, aunque digamos esto en voz queda porque a España le ha proporcionado su, hasta ahora, único oro del medallero. A las tradicionales disciplinas de implemento (tenis, tenis de mesa y bádminton), se han unido deportes de suma de puntos como el tiro o el tiro con arco, y unos relevos en natación y atletismo que son más bien una extravagancia. En fin, cada cual con sus vicios.

El único deporte perfectamente mixto es la equitación. En sus tres modalidades olímpicas –doma, saltos y concurso completo– compiten hombres y mujeres en perfectísima igualdad. Y ellas ganan bastante, en demostración de que la revolución siempre la hace la alta burguesía.