Opinión

Vini, Balón de Oro... si se hace el sueco

El Mundialito ha servido para calibrar que el Madrid está mejor de lo que esperábamos y para certificar la dificultad de vaticinar dónde llegará Vinicius

Rabat (Morocco), 11/02/2023.- Real Madrid's coach Carlo Ancelotti (R) greets Vinicius Junior (L) of Real Madrid after winning the FIFA Club World Cup final between Real Madrid and Al Hilal SFC in Rabat, Morocco, 11 February 2023. (Mundial de Fútbol, Marruecos) EFE/EPA/Mohamed Messara
Vinicius saluda a Ancelotti tras ganar el Mundial de clubesMohamed MessaraAgencia EFE

Tan cierto es que el Mundialito es un torneíto y los dos rivales del Real Madrid eran equipos que seguramente no figurarían entre los 20 de la Primera División, como que se ha visto otro Madrid. Es lo que tiene poder juntar a todas las grandes estrellas de mitad de campo para arriba por vez primera en semanas. Las dos grandes ausencias de la retaguardia se notaron. Lunin no es Courtois ni Rüdiger, Militao, pero cuando los de Ancelotti andan finos de puntería da igual cuantos goles les metan que el saldo siempre será favorable.

Lo que no he entendido muy bien es el banquillo del que ha sido el mejor de 2023: Dani Ceballos. No es muy edificante esto de hacer política para colar con fórceps a un Modric que no es ni una sombra del que era hasta noviembre. Y tampoco se lanza la mejor de las señales a esos noveles que se dejan la piel en búsqueda de una oportunidad. La pachanga frente a un plantel de amigos permitió intuir que tal vez el mejor Madrid ha vuelto en el momento decisivo: conviene no olvidar que en febrero y marzo se juega la temporada enfrentándose en Liga a Atlético y Barça, en Copa a los culés y en Champions al Liverpool. Un Liverpool que, en contra de lo que pueda parecer, es más temible de lo nos sugiere la obviedad que al estar desahuciado de la Premier centrará todos sus esfuerzos en Europa.

He repetido hasta la saciedad, si no hasta el aburrimiento, que el conjunto blanco siempre hace un valle en enero para coger fuerzas cara a un febrero en el que comienza ese esprint final de siete partidos que te permite levantar La Orejona. El Mundialito ha servido para calibrar que el plantel blanco está mejor de lo que esperábamos y para certificar la dificultad de vaticinar dónde llegará Vinicius. Cada semana escribe una página nueva. Que es uno de los delanteros más rápidos del planeta, está claro; que es el mejor regateador, también; y que es ya por derecho propio un formidable rematador, tres cuartos de lo mismo. Al punto que esta temporada es el anotador merengue número uno. Quién lo iba a decir hace siquiera un par de años cuando mandaba a la grada goles cantados. Que es un ganador nato, un profesional como la copa de un pino, no me lo han contado, lo he visto yo con mis propios ojos: como quiera que se le encasquilló esa pistola que porta en su pierna diestra, se dedicó a hacer horas extra tirando a puerta compulsivamente. Sesiones en las que efectuaba entre 500 y 1.000 chuts a puerta imitando, no sé si consciente o inconscientemente, a ese Drazen Petrovic que cuando terminaba de entrenar se quedaba para efectuar 1.000 tiros a canasta.

La progresión del brasileño es exponencial, al punto que ya nadie puede descartar que más pronto que tarde gane el Pichichi o la Bota de Oro pese a no ser un 9 sino más bien un 11 o incluso un 7. El veinteañero de Sao Gonçalo es en estos momentos un «limitless», que es como los estadounidenses denominan a quienes en cualquier orden de la vida carecen de límites conocidos en su virtuosismo. Cómo serán las cosas que también se ha transformado en un experto en asistencias. La que trazó con el exterior del pie para regalar un gol a Benzema frente al Al Hilal es para enmarcar. Ahora sólo resta que aprenda de una vez de Cristiano y Messi y no precisamente de fútbol porque pocas lecciones le pueden dar ya en el «core business».

No estaría de más que le encierren a ver vídeos con la reacción de los dos mejores peloteros de los últimos 30 años cada vez que les llamaban de todo y por su orden desde la grada o cuando el rival iba a partirles las piernas. Si lo hace, comprobará que tanto el uno como el otro ponían cara de póquer, como si la feria no fuera con ellos, no entrando al trapo, en definitiva, pasando de las provocaciones. Resumiendo que es gerundio: si se hace el sueco y se dedica a brillar en lo suyo, el balompié, y no en la bronca, estamos ante un más que seguro Balón de Oro. Mbappé, ¿quién era Mbappé?