El euro pierde valor en relación al dólar como moneda refugio

La otra guerra: euro frente a dólar

La fuerte apreciación del billete verde está poniendo contra las cuerdas a la moneda única europea, que se deprecia un 14% en lo que va de año, pero también a la libra, el yen o el yuan, en lo que ya es un enfrentamiento de divisas no declarado

A Robert Mundell, Premio Nobel de Economía en 1999, se le puede considerar el padre del euro o, por lo menos, el ideólogo de las teorías que sembraron en la Unión Europea el anhelo de crear una unión económica y monetaria con una divisa común que fuese compartida por millones de europeos. El economista canadiense, pero enamorado de Italia (de hecho, estableció su residencia en Siena, donde falleció en 2021), defendía que los países que se enfrentan a fluctuaciones económicas similares, tienen precios y salarios suficientemente flexibles y entre los que los trabajadores se pueden mover libremente deberían compartir la misma moneda. Y así lo recogió en sus análisis de las políticas monetaria y fiscal bajo diferentes regímenes de tipos de cambio y de las áreas monetarias óptimas, que le valieron el reconocimiento de la Real Academia de las Ciencias de Suecia, y que debió ser muy tenido en cuenta cuando en 1989 se redactó el «Informe Delors» (en honor al entonces presidente de la Comisión Europea, y que fue el encargado de dirigir los trabajos del comité de expertos que elaboraron este documento). Un texto que sentó las bases de la futura Unión Económica y Monetaria (UEM) y que proponía, entre otras medias, la creación de una institución independiente que se encargase de la política monetaria de los países miembros, y que no era otra cosa que el futuro Banco Central Europeo (BCE). Se estaban poniendo de esta forma los cimientos para construir un proyecto que, una década después, daría lugar a la ansiada moneda común europea, el euro, y a la creación de un selecto club económico, la eurozona.

Una historia, que arrancó en 1999 (con el estreno de la nueva moneda en los mercados financieros), y que se encamina ya al cuarto de siglo de vida, la cual no ha estado exenta de altibajos, de grandes apreciaciones, pero también de importantes «bajones». De uno de ellos, quizá el más intenso, estamos siendo testigos actualmente. Este 2022 no ha sido precisamente un buen año para la moneda común europea. En lo que llevamos de ejercicio, se ha depreciado un14% en relación al dólar. Y es que son muchos los interrogantes que actualmente se ciernen sobre la economía europea, especialmente desde que se desencadenase la Guerra de Ucrania. Con una factura energética que no deja de crecer y que no se sabe cuándo tocará techo, y una inflación galopante, la eurozona se dirige, si nada lo remedia, hacia la recesión, que, según los expertos, se vislumbra ya para los primeros meses de 2023.

No obstante, esta situación no solo se produce por «demérito» del euro, sino también por «mérito» del dólar. Y es que la agresiva política monetaria puesta en marcha por la Reserva Federal ha apreciado el billete verde frente a la mayoría de divisas internacionales, siendo, entre las principales, la peor parada la libra, que cotiza en su nivel más bajo desde el año 1985. El dólar también está poniendo contra las cuerdas al yen y al yuan en lo que es ya una guerra de divisas no declarada.

Valor refugio

La actual inestabilidad internacional, especialmente en Europa, unido a la rentabilidad (los tipos de interés se sitúan actualmente en el 3,25%, frente al 1,25% de la zona euro), ha hecho que los inversores vuelvan a refugiarse en el dólar. No parece, pues, que en el corto plazo el euro remonte, sobre todo si se tiene en cuenta que las previsiones apuntan a que la Reserva Federal pueda incrementar las tasas por encima del 5% para frenar los efectos de segunda ronda que ya está provocando la inflación en el país norteamericano.

Todo ello llevó a la moneda europea a perder el pasado mes de julio la paridad con el dólar por primera vez en 20 años, situación que que se mantiene a día de hoy (al final de esta semana se cambiaba por 0,98 dólares). No obstante, aún se encuentra lejos de su mínimo histórico, 0,827 dólares, que marcó octubre de 2000. Sin embargo, en aquella época, el euro solo era una realidad en las transacciones financieras. Desde que llegó físicamente a manos de los europeos, el 1 de enero de 2002, nunca se había encontrado en una situación de debilidad frente al dólar como la actual. Desde hace dos décadas, el euro siempre se ha mantenido en una situación de superioridad, marcando su máximo histórico en abril de 2008, al rozar los 1,60 dólares (1,5988).

Pros y contras

Pero, ¿ a quién perjudica y beneficia un dólar fuerte y un euro débil, y viceversa? El sector turístico europeo, sin duda, sale muy favorecido. El número de ciudadanos americanos que han cruzado el Atlántico para pasar sus vacaciones ha crecido notablemente con respecto al año pasado, animados por el fin de las restricciones de la pandemia, pero también por un poder adquisitivo mucho mayor que el que hace un año. Y como muestra, un botón. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el número de turistas americanos que eligieron España como lugar de descanso ascendió a agosto a 223.498, lo que supone prácticamente duplicar los que nos visitaron en 2021. Una buena noticia, sin duda, más si se tiene en cuenta que el ticket medio de un ciudadano estadounidense supera con creces los 600 euros, frente a los 300 del gasto turístico medio.

También las empresas exportadoras, especialmente aquellas cuyos productos y servicios tienen como destino Estados Unidos, se benefician, como todas aquellas que se encuentran instaladas en territorio del país norteamericano.

«Cuando un ciudadano procedente de Estados Unidos llega a Europa, recibe más euros por su dólares, lo que hace que los destinos europeos en estos momentos sean muy atractivos para los visitantes que pagan con la moneda americana. Además, la compañías exportadoras salen muy favorecida, ya que sus productos son mucho más competitivos que los americanos, al contar con unos precios más bajos. Igual ocurre con las compañías europeas que se encuentran instaladas en Estados Unidos, ya que envían sus beneficios en dólares, por lo que, al convertirlos a euros, salen ganando», expone Rafael Pampillón, catedrático de Economía de la Universidad CEU San Pablo.

Esas son algunas de las caras de la un dólar fuerte y un euro venido a menos, pero también tiene cruces y éstas son muy acentuadas en Europa, especialmente en lo que a la factura energética se refiere. Y no solo porque el precio de estos productos, como del resto de materias primas, sea más caro al cotizar y ser pagados en dólares (con el consiguiente deterioro para la balanza comercial), sino también porque este excesivo coste se traslada a la producción, aumentando el desembolso para las empresas, lastrando sus beneficios (independientemente de que exporten o no) y alimentando aún más la inflación. Prueba de cómo el coste de la energía se está trasladando al resto de componentes de las cesta de la compra es la inflación subyacente (aquella que excluye los elementos más volátiles, como son los productos energéticos y los alimentos no elaborados), y que en el mes de septiembre se situó en la eurozona en el 6,1%.

Incertidumbres

Un escenario complicado, pero del que, no obstante, se puede salir reforzado. «Creo que con la situación actual todo el mundo sale perdiendo, porque, al final, hemos disminuido nuestro nivel de bienestar. Estamos ante una crisis que recuerda mucho a la de los setenta, y que, al final, se está empezando a permeabilizar sobre la microeconomía. En líneas generales, el escenario es negativo y con muchas incertidumbres. Sin embargo, en el corto y medio plazo, puede suponer una oportunidad para sectores como los que tienen que ver con las energías renovables, la seguridad en infraestructuras, la defensa, el sector agrario o la gestión de el agua , entre otros», concluye Alicia Coronil, Economista jefe de Singularbank.

Lagarde y Powell, a distinto “tempo”
Christine Lagarde y Jerome Powell, presidentes del Banco Central Europeo (BCE) y de la Reserva Federal estadounidense, respectivamente, son los actuales directores de orquesta del concierto de la economía mundial. De sus decisiones en política monetaria, dependerá, y mucho, el devenir de los acontecimientos a uno y otro lado del Atlántico y que, en este momento, son del todo inciertos. Aunque los dos banqueros centrales cuentan con los mismos instrumentos para hacer sonar su melodía, el «tempo» empleado por cada uno es bien distinto. Mientras que el de la FED es «Allegro», el del BCE se asemejara más a un «Moderato».
Pese a que tanto la eurozona como Estados Unidos están atenazados por la inflación, las diferencia en el origen de las tensiones que están provocando el alza de los precios, les fuerzan a diseñar estrategias distintas para salir lo mejor parados de una situación a la que cada día se suman más incógnitas e incertidumbres.
Estados Unidos, liberado del yugo energético que oprime a Europa, ha comenzado antes y de forma más intensa las subidas de tipos de interés, siendo más contundente en sus decisiones de política monetaria para frenar una inflación que, en su caso, también está desbocada, y que, en septiembre, se situó en el 8,2%.
Las tasas se sitúan ya en el país norteamericano en el 3,25%, y la previsión es que continúen subiendo, incluso por encima del 5%, cerrando de esta manera la puerta a un aterrizaje suave de la economía, y abriéndola de par en par a la recesión.
Un decrecimiento que ya está llamando con fuerza a la puerta de la eurozona, y que, por las circunstancias específicas que vive Europa, fuerzan a Lagarde a a actuar con mayores cautelas que su homólogo americano a la hora de tomar decisiones y medidas para contener la inflación (aunque también se le ha reprochado su inmovilismo inicial y que solo comenzara a mover ficha una vez se había desencadenado el conflicto en Ucrania).
El precio del dinero se sitúa en la eurozona en el 1,25% y, si bien, la presidenta de la autoridad monetaria ya ha adelantado que «hará lo que sea necesario» para contener la subida de precios y devolverlos a la senda del 2% (frente al 10% actual), lo cierto es que lo expertos consideran que, dado el actual contexto de desaceleración, las tasas no subirá más allá del 3%, algo que puede contribuir a mantener la actual situación del euro, incluso deprimirlo aún más. «En Estados Unidos, ya empiezan a observarse efectos de segunda ronda, es decir, que las consecuencias de la inflación ya se están trasladando a los salarios, con incrementos sostenidos desde el año pasado del 5,5%, muy influido por la escasez de mano de obra. La FED no desea que esta espiral se perpetúe, por lo que su política a la hora de incrementar las tasas de interés debe ser más agresiva, sobre todo teniendo en cuenta que el repunte de la inflación viene por el lado de la demanda. Por el contrario, en la eurozona, los riesgos están menos acotados que en Estados Unidos, ya que las tensiones inflacionistas proceden de elementos exógenos, como son su alto grado de dependencia energética, la Guerra de Ucrania o, incluso la sequía que asola al Viejo Continente. Además, todavía no se detectan efectos de segunda ronda, por lo que el BCE será más precavido si no quiere que la recesión se alargue más de lo previsto en el tiempo. No obstante, sus decisiones dependerán de cómo se presente el invierno y de su efecto sobre la energía, y del deterioro de la actividad, algo que aún no se sabe a ciencia cierta. En este sentido, en Europa, van a ser de vital importancia las medidas que cada estado miembro tome (fiscales, salariales...) para que en ningún caso, contribuyan a alimentar aún más la inflación», explica Alicia Coronil, economista jefe de Singularbank.
Hoy, más que nunca, los bancos centrales deberán hilar muy fino para, con sus actuaciones, no quedarse cortos en su lucha contra la inflación, pero tampoco pasarse de frenada y prolongar una recesión que ya parece inminente.