Economía

Hacia el suicidio energético

Las redes eléctricas españolas están al borde de la saturación y en algunos lugares podrían colapsar y poner en peligro proyectos previstos de inversiones millonarias

Sara Aagesen Muñoz, Vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, durante la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 11 12 2024
Sara Aagesen Muñoz, Vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, durante la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón. 11 12 2024 © Alberto R. Roldán La Razón

Nikolai Tesla (1856-1943) , todo un genio con suerte dispar, de quien Elon Musk tomó el nombre para sus coches eléctricos, decía que «si tu odio pudiera convertirse en electricidad, iluminaría a todo el mundo».

El pionero en la investigación y desarrollo, aunque muy en mantillas entonces, de la trasmisión de energía de forma inalámbrica, no conocía a los talibanes antinucleares. De haberlo hecho, los hubiera incluido en su aseveración.

Es evidente que si el odio de los fanáticos contra la energía nuclear pudiera transformarse en electricidad no es que pudieran iluminar a todo el mundo, sino a todo el Sistema Solar, sin exagerar.

España camina, con paso firme, hacia una especie de suicidio energético anunciado. Aelec (Asociación de Empresas de Energía Eléctrica), que preside Marina Serrano González, ha advertido esta pasada semana, de que el 83% de las redes eléctricas españolas están saturadas, un porcentaje que llega al 99% en el País Vasco y La Rioja, al 96% en Aragón y al 94% en Navarra. Madrid y Cataluña rondan el 82%.

El peligro de colapso, por lo tanto, es evidente, lo que significa que afecta y afectará a «la calidad del servicio eléctrico», que es el eufemismo que utilizan las compañías para no hablar de cortes de suministro, de apagones.

No, no habrá otro «gran apagón», porque Pedro Sánchez ha dado la orden de que se haga lo que se tenga que hacer –como si fuera un Mario Draghi del sector– para que no ocurra, cueste lo que cueste, al menos mientras él siga en la Moncloa.

Luego, ya lo dijo Luis XV de Francia (1710-1774), «después de mi, el diluvio», y llegó en forma de la Revolución Francesa de 1789. La saturación de las redes eléctricas también pone en peligro proyectos de inversiones millonarias, que necesitan suministros de electricidad constantes y con gran capacidad.

Dos ejemplos, pero hay bastantes más. La compañía china CATL ha anunciado una inversión de más de 4.000 millones de euros para construir la mayor fábrica de baterías de España y del sur de Europa cerca de Zaragoza, una zona en donde también está prevista la instalación de un macro centro de datos de Amazon Web Service.

En Andalucía existe el denominado proyecto Valle del Hidrógeno Verde Andaluz, con una inversión de unos 3.000 millones de euros. Esas y otras iniciativas buscan –y han creído encontrar en España– espacio suficiente y energía. Tanto Aragón como Andalucía pueden producir –y producirán más en el futuro–energía/electricidad de origen renovable, solar o eólica, más que suficiente, pero nadie puede garantizar por ahora una generación permanente y regular, sin altibajos.

El que las redes eléctricas estén al borde de la saturación es un problema. No habrá otro apagón como el de mayo, pero es muy probable que haya pequeños apagones, «ceros» en el argot eléctrico, en distintos lugares, de vez en cuando. Una molestia para los ciudadanos, pero un problema para las empresas.

La voz de alarma sobre la saturación de las redes eléctricas y sus peligros ha coincidido con el informe «Sobre el cierre de la central nuclear de Almaraz», elaborado por Diego Rodríguez, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid e investigador de Fedea, el «pensadero» que dirige Ángel de la Fuente.

Plantea que la decisión sobre el futuro de la central nuclear de Almaraz, con cierres previstos para 2027 y 2028, debería basarse «en un análisis realista de la situación esperable del sector eléctrico en 2030, que no tiene por qué corresponderse con los objetivos delineados en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC)», impulsado en su día por la ex vicepresidenta Teresa Ribera.

Es decir, una cosa son los planes y los deseos y otra la realidad y ahora no parecen coincidir. Rodríguez apunta que el cierre de Almaraz supondrá un aumento de los costes de la energía –para todos– y también «dificultaría enormemente el cumplimiento de los objetivos de descarbonización en el sector eléctrico (...) y pondría en peligro el objetivo de reducción global de emisiones comprometido por España para 2030».

Las compañías eléctricas, algunas Comunidades Autónomas como Extremadura y hasta los «indepes» de Junts y ERC –en su caso solo para Cataluña– reclaman que se prolongue la vida de la nucleares.

El Gobierno, por ahora hace oídos sordos. Sara Aagesen, sucesora de Ribera, en quienes tantos confiaban, aunque con mejores formas, parece tan talibana antinuclear como su predecesora. Todo ello unido al activismo antinuclear de Sumar, Podemos, Bildu y otros extremistas, pavimenta el camino hacia el suicidio energético de todo un país. Es imposible, pero si ese talibanismo y odio pudiera convertirse en electricidad lo iluminaria todo, que diría Tesla.