Discurso de Navidad
El Rey reivindica la fuerza de España
Sabe Don Felipe, y así lo expuso, que existe un deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones, pero que esa desconfianza no debe hacernos dudar de la solidez de nuestro Estado, que prevalecerá»
Buena parte de la sociedad española aguardaba con interés las palabras navideñas del jefe del Estado, Su Majestad Don Felipe VI, en unos momentos de inocultable preocupación por el futuro de la Nación, sumida en una crisis política complicada, enfrentada de nuevo al desafío separatista catalán, temerosa de una recaída de la economía y con un presidente del Gobierno en funciones que busca la investidura desde una debilidad parlamentaria patente.
Pues bien, el Rey, que no eludió, aunque fuera sucintamente, ninguno de los problemas presentes, planteó un discurso que fue, en sí mismo, una reivindicación de la fortaleza de España como país y como sociedad, y un recordatorio de que sólo los españoles en su conjunto, somos los responsables y los artífices de nuestro porvenir. Que, en esencia, las dificultades que atravesamos, ni menores ni mayores que las que tuvieron que superar anteriores generaciones, se salvarán desde la confianza propia, la unidad y la ambición de ser mejores. Que, para ello, la sociedad española cuenta con un instrumento poderoso como es la Constitución y que tan inútil es caer en la autocomplacencia como en el desaliento de una crítica autodestructiva que niega lo que hemos construido entre todos.
Así, el Rey, situándose en el exacto papel institucional que le atribuye nuestro ordenamiento jurídico y reconociendo que no vivimos tiempos fáciles, señaló una evidencia que parece desdibujarse en el tráfago de la negociación de investidura de Pedro Sánchez, la de que corresponde al Congreso de los Diputados otorgar o denegar la confianza al candidato propuesto para la Presidencia del Gobierno y que cualquier decisión se tomará, sin duda, desde la consideración más conveniente para el interés general de todos los españoles. No puede haber confusión de funciones, por más que un amplio sector de la sociedad mire a la Jefatura del Estado en demanda de una solución o de una guía que están, necesariamente, en manos de la representación popular. Pero ello no quiere decir que Su Majestad no haya querido marcar los límites del terreno donde se juega la actual controversia.
En las propias palabras de Don Felipe, vivimos en un Estado Social y Democrático de Derecho que asegura nuestra convivencia en libertad. Un país moderno, que garantiza las prestaciones sociales y los servicios públicos esenciales, bien equipado en infraestructuras de comunicaciones y transporte, seguro frente a la delincuencia, integrado entre las naciones más libres y prósperas del mundo. Lo logrado, es fruto del esfuerzo común, pero, también, de la voluntad de entendimiento y de integrar nuestras diferencias dentro del respeto a nuestra Constitución, que reconoce la diversidad territorial que nos define y preserva la unidad que nos da fuerza. En resumen, los principios de solidaridad, igualdad y libertad que vertebran la sociedad española, pero que no podemos dar por supuestos y olvidar su fragilidad. Sabe el Rey, y así lo expuso, que existe un deterioro de la confianza de muchos ciudadanos en las instituciones, pero que esa desconfianza no debe hacernos dudar de la solidez de nuestro Estado, que prevalecerá a poco que los españoles se mantengan unidos en los valores democráticos que compartimos.
Así, atendiendo a las palabras de Su Majestad, ayer, en la Nochebuena, si nunca está de más inyectar un poco de optimismo cuando las cosas se complican, es mucho más necesario cuando, además, ese optimismo se sustenta en el hecho incuestionable de que hablamos de los problemas, serios, sin duda, de un gran país. De una de las pocas naciones del mundo donde arraiga la libertad en toda la extensión del término, y que, no hay que dudarlo, sus ciudadanos sabrán defender.
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