Editorial

En Cataluña se repite una fórmula agotada

Aragonés es la prueba de que el proceso ha encallado en los arrecifes de la realidad

Que en el mundo independentista catalán, ERC haya acabado por reflejar la moderación no es sólo una de esas paradojas que procura la política, sino la demostración de que el proceso separatista ha encallado en los arrecifes de la prosaica realidad y de que sólo desde la situación personalísima de uno de sus más conspicuos protagonistas, el fugado ex presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, se puede explicar el contrasentido de un partido que se mueve en el ámbito del centro derecha una su destino en el gobierno a los postulados de una formación antisistema, aquejada de bipolaridades varias, como son las CUP.

No se debería, sin embargo, despachar la elección como presidente de la Generalitat de Pere Aragonés como si fuera un hecho sin mayor interés que el cruce de apuestas sobre la duración de la legislatura, porque, entre otras cuestiones, se trata de una victoria efectiva de los republicanos sobre los restos de la vieja Convergencia y de la primera investidura de un representante de ERC para el palacio de la plaza de San Jaime desde la recuperación de la autonomía. Sin duda, se aducirá que, a efectos prácticos, nada va a cambiar en las políticas económicas y sociales del Principado, aunque sólo sea porque los neoconvergentes se han asegurado la administración del 60 por ciento del Presupuesto del gobierno y cualquier estrategia de gestión vendrá lastrada por la necesidad de mantener el espejismo del procés, pero, con todo, explica el nulo interés que tenían los seguidores de Puigdemont en una repetición electoral.

Comentamos, por supuesto, un cambio en el equilibrio de poder que no revelará todo su potencial más que a futuro, porque, lo cierto, es que el nacionalismo catalán se empeña en repetir una fórmula agotada y con una fecha de caducidad que no pasa, necesariamente, por la decisión política, sino por el devenir de la peripecia judicial del actual inquilino del chalé de Waterloo, una vez que la Justicia mantiene abiertos los distintos procedimientos para su extradición. Con un problema añadido, que nadie puede prever hasta cuándo fingirán los representantes de las CUP que se creen lo de un nuevo referéndum, pactado con el Gobierno, o que la Generalitat va a embarcarse en un nuevo proceso de confrontación directa con las Instituciones del Estado, cuya reciente experiencia tiene su mejor imaginario en la prisión de Lledoners.

Pere Aragonés comienza, pues, una legislatura, cuando menos, azarosa, atrapado entre dos socios con estrategias dispares y mucho más dispuestos a cobrarse su cabeza política que a facilitar la gobernabilidad de los catalanes, de todos los catalanes. Sólo podemos augurar otro tiempo perdido, mientras los ciudadanos se debaten frente a las consecuencias terribles de la crisis.