Editorial

La mascarilla no es una opción política

La experiencia con las decisiones del Gobierno no es, precisamente, alentadora

No hay que remontarse muy lejos en el tiempo para constatar que la evolución de la pandemia del coronavirus siempre ha acabado, al menos en España, por desautorizar los arrebatos de optimismo. Desde aquel «a lo sumo habrá uno o dos casos», de Fernando Simón, a la consigna del «salgan y disfruten» que puso fin a los confinamientos el pasado verano, los españoles se han visto duramente golpeados por una infección con escasos parangones en la historia, motivada por un virus del que la ciencia apenas ha comenzado a desentrañar su polimorfa naturaleza. Es cierto que la llegada de la vacunación masiva ha conseguido reducir la virulencia del coronavirus, pero también lo es que la experiencia con las decisiones del Gobierno no ha sido, precisamente, alentadora.

Nos referimos, claro está, a la decisión del Consejo de Ministros de suprimir a partir de hoy la obligatoriedad del uso de las mascarillas en el espacio público, decisión que, cuando menos, atenta al más elemental principio de precaución y que, sin querer caer en el juicio de intenciones, parece más determinada por razones de utilidad política que por el consenso científico. Más aún, cuando la orden gubernamental se produce en un momento de grave incertidumbre sobre las características de una mutación del Covid-19, la llamada «variedad Delta», mucho más infectiva y que presenta mayor resistencia a la mayoría de las vacunas actuales, sobre todo, cuando sólo se ha recibido una primera dosis, que es el caso de la mayoría de los españoles.

Debería servir de advertencia lo que está sucediendo en otras latitudes, como Israel, Portugal o Australia, cuyas autoridades se han visto obligadas a dar marcha atrás en la retirada de las medidas de seguridad sanitaria por causa de un repunte de contagios y pese a la extensión de sus campañas de vacunación. Pero, también, la realidad contrastada con los brotes estudiantiles en Baleares, de que el virus se expande con inusitada velocidad a poco que se baje la guardia. Si bien es imposible despreciar la influencia que la decisión gubernamental va a tener sobre el ánimo de una ciudadanía que ya acusa el «cansancio pandémico» y desea retornar a su vida de siempre, es preciso insistir en la necesidad de mantener la más elemental de las precauciones, como es el uso de las mascarillas, mientras sea una incógnita la potencial evolución del virus. Lo que ocurrió tras el verano de 2020 debería servir de aviso a navegantes.