Editorial

La Alemania austera que necesita Europa

Para desasosiego de los entusiastas de la barra libre de gasto público y el Estado pródigo, nada indica que el nuevo canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, que ayer tomó posesión de su cargo, vaya a cambiar las líneas maestras de la política financiera de la Eurozona que estableció su antecesora y que, es preciso no olvidarlo, Scholz desarrolló como ministro de Finanzas en el gobierno de la Gran Coalición. Volverá, pues, a la vigencia el Pacto de Estabilidad, que no se cuestiona en el programa del nuevo Ejecutivo federal, a poco que el coronavirus dé una tregua y las aguas vuelvan a su cauce. Ciertamente, encontrará la resistencia de una parte de los socios comunitarios, encabezados por Francia e Italia, pero también por España, para quienes la emergencia de la pandemia ha supuesto ganar un tiempo añadido frente a la obligación de abordar una serie de reformas estructurales, económicas y administrativas, difíciles en términos de coste político, pero indispensables para la estabilidad de la moneda única.

Habrá flexibilidad, como demuestra la gran apuesta por el Fondo de Reconstrucción, pero, como también nos dicta la experiencia, siempre condicionada a que Alemania, la gran potencia exportadora de Europa, vea peligrar su sector exterior por la contracción general de la economía comunitaria. Se nos dirá que el retorno a las políticas de contención del gasto, de reducción del déficit público y del equilibrio presupuestario han perdido su sentido ante las graves consecuencias financieras de una pandemia que nos golpea de nuevo y cuya evolución nadie es capaz de prever, pero, lo cierto, es que si Europa ha podido hacer frente a la emergencia se ha debido, en buena parte, a unas condiciones de partida sólidas, cimentadas tras la convulsión de la gran crisis financiera mundial de 2008. Por supuesto, no se trata de pedir la vuelta de los «hombres de negro», pero sí de recordar que una Eurozona dopada por una deuda pública incontrolada está fatalmente llamada a la quiebra.

No lo tendrá fácil el nuevo canciller germano, exigido por el proceso de descarbonización de una economía que aún depende en buena medida de los combustibles fósiles y por el compromiso de mejora del estado del bienestar, pero Europa aún necesita de esa Alemania austera, pragmática, que ha ejercido el papel de liderazgo de la mano de Angela Merkel, y que, con sus luces y sus sombras, mejor ha contribuido a sostener el ideal europeo común, en las circunstancias más difíciles. No en vano, los alemanes han elegido al canciller que mejor encarnaba la continuidad de la era Merkel. Porque, nada sería peor que una Alemania volcada en sí misma, en la tentación de los populismos que proliferan en el viejo continente y que renuncia a su posición de referente, de guardián del necesario equilibrio entre los dos grandes bloques que constituyen la Unión Europea.