Editorial
La degradación del orden internacional
Es de una ingenuidad dolosa concluir que el ataque de Putin se reduce a Ucrania. Lo es contra Occidente y el orden liberal
La segunda jornada de la invasión rusa de Ucrania ha mantenido las constantes sobre el terreno de la abrumadora superioridad militar de Putin, la resistencia heroica de los atacados y los muertos civiles y militares que engrosan una nómina que en sí misma representa una prueba de cargo contra el inquilino del Kremlin. Enterrada la mentira del antiguo coronel del KGB, llegó el terror. Mentira y terror han sido tradicionalmente la singularidad bífida del expansionismo comunista soviético, y de otros como el chino que intimidan ya en teatros de operaciones como el de Taiwán. Si en ese frente de batalla por la supervivencia en que se ha convertido Ucrania el desarrollo de los acontecimientos responde a la lógica criminal del agresor y al instinto y el orgullo por resistir de la víctima, a cientos o miles de kilómetros, la guerra de los despachos, la contienda por otros medios, ha desnudado groseramente la incapacidad de Occidente no ya para socorrer al que sufre, sino siquiera para disuadir al verdugo, en este caso, Moscú. En estas horas se han volado buen número de puentes para entorpecer la guerra relámpago de los blindados rusos, pero tal vez el más determinante es el virtual que sostenía el orden internacional mundial, en trance de colapsar de manera irremediable. Los líderes del denominado mundo libre, Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente, han exhibido una insuficiencia pavorosa ante la secuencia de un señor de la guerra que ha pisoteado la legalidad y la soberanía de una nación y que se conduce en estos momentos por el fango de los crímenes de guerra con la soberbia de quien sabe que no hay adversario ni consecuencias temibles que ponderar ante sus actos por más viles que sean. El crudo panorama, especialmente para los ucranianos que son los que sufren, es que los misiles y los obuses que siegan vidas en los edificios de viviendas del centro de Kiev son replicados por discursos y sanciones graduales sobre las que incluso cunden las discrepancias entre los estados que miden su respuesta guiados por intereses propios e inconfesables. Sirvan como ejemplo las reservas de Alemania, Italia y Francia que han impedido pulsar el botón nuclear de Swift y desconectar así a Rusia del sistema de pagos internacionales, probablemente la medida que más daño provocaría al Kremlin entre todas las que se han adoptado y se adoptarán. No parece una elucubración pensar que Putin se preparó con tiempo para afrontar las sanciones económico-financieras y que, visto lo visto, sus planes sobre la contenida reacción de Occidente han resultado proféticos. El autócrata moscovita nos ha empujado delante del espejo de una comunidad de naciones que rehúye defender el marco de derechos y deberes internacionales que ordenaba las relaciones y las disputas entre los Estados, embridados a una opinión pública acomodada y confundida entre timbres morales evanescentes. Sin la voluntad de hacer lo necesario para salvaguardarlo y castigar cualquier atentado a ese concierto mundial, de facto se concede un plácet a una idea fatal para cualquier orden civilizado, a la doctrina primitiva que dice que la fuerza es el derecho y que las esperanzas de paz, seguridad, justicia y libertad se desvanecen entre el estruendo de los cañones, el silencio de los cadáveres y la grandilocuencia impostora de las cancillerías. No existe lo que no se defiende hasta el final y no se defiende aquello en lo que no se cree. Son horas cruciales y terribles, unas en las que el mundo, de nuevo, encara una tragedia que provoca escalofríos. Errar en el diagnóstico, como hasta la fecha, será hacerlo en la réplica fatalmente. Es de una ingenuidad dolosa concluir que el ataque de Putin se reduce a Ucrania. Lo es contra Occidente y el orden liberal. Ayer mismo amenazó a Finlandia y Suecia. No hemos aprendido las lecciones de la historia. Huérfanos de liderazgo y determinación, ¿por qué Putin se contentará solo con Kiev? Todo esto lo comprendió tarde el presidente Zelenski: «Nos han dejado solos».
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