Editorial

El cesarismo sanchista pasa factura al PSOE

El caudillismo sanchista ha sido una experiencia amarga para la nación, pero los estragos en el PSOE no lo serán menos

Pedro Sánchez solventó de un plumazo el que se presumía como uno de los comités federales más tormentosos que se recuerdan en sus años como presidente del Gobierno. Las vísperas resultaron un espejismo y, como ha sido la tónica en este periodo aciago, el malestar de los barones no traspasó el quicio de las puertas de Ferraz y el colosal ninguneo de Sánchez a los díscolos puso la guinda. La indignación por las intervenciones y correcciones del aparato sanchista en las listas al Congreso y al Senado formuladas por las federaciones apenas quedaron reducidas al plante de Page y Lambán, que no acudieron a la convocatoria de la dirección, y a algún desahogo público de Tudanca y Puig. Poco más. Llueve sobre mojado con esto de las rebeliones territoriales en el PSOE. El amago de motín suele tornar en soponcios de tintes grotescos. No obstante, que el coraje político entre los barones ante el poder absoluto no sea una virtud acendrada no significa que el partido en el gobierno comparezca en la decisiva cita con las urnas en unas condiciones óptimas, ni siquiera esperanzadoras. Obviamente, eso no presume resultado alguno, pero el cuadro clínico del paciente no promete alegrías. El poder y las victorias, por pírricas que resulten, constituyen una consistente argamasa que cierra bocas y aprieta filas y disuelve y extraña cualquier tipo de desavenencia interna mientras los cargos fluyen. En estos años del sanchismo nadie ha movido un dedo mientras se implantaba un régimen cesarista bajo el puño y la rosa y el proyecto socialdemócrata se travestía de extremismo y populismo con complicidades con lo peor de la política española. La vendetta del secretario general tras la recuperación del poder en Ferraz con el cambio de estatutos para desactivar los contrapesos orgánicos, enterrar todo rastro de democracia interna y articular unos órganos de dirección a su servicio fueron los polvos que han traído a la organización hasta la encrucijada actual. Pedro Sánchez hace y deshace a su antojo y ni siquiera ha rendido cuentas ante los auténticos damnificados de una estrategia personalista y profundamente errada después del mayor batacazo que se recuerda en unos comicios territoriales. Su intervención en el Comité Federal fue ayer otra exhibición de prepotencia y altanería del primer responsable de una colosal derrota que ni siquiera asume ni por la que reflexiona ni realiza una autocrítica. Al contrario. Pero el gastado discurso del milagro económico de un proyecto de éxito que ha transformado España es el que los españoles castigaron con su censura en las urnas. Si acaso, una clave nueva en el cónclave. La apelación recurrente a la unidad en torno al líder, con alguna amenaza e insulto incluido del aparato al dirigente que se salga de madre. «Tontos útiles», los llamaron. Se presume de lo que se carece. El caudillismo sanchista ha sido una experiencia amarga para la nación, pero los estragos en el PSOE no lo serán menos.