
Editorial
El fascismo de extrema izquierda
Lo que en principio podría entenderse como una defensa de la libertad y la democracia frente a ideologías totalitarias ha derivado en un movimiento autoritario y violento, que lejos de fomentar el diálogo, solo crea espacios de intolerancia donde se impone el pensamiento único y se acalla cualquier voz disidente

España está viviendo un silencioso auge de los movimientos callejeros antifascistas, grupúsculos de ultras de extrema izquierda, próximos al movimiento okupa y al anarquismo del siglo XXI y más que cercanos al independentismo más radical, que ha prendido con fuerza en el País Vasco, Navarra y Cataluña, pero que ya empieza a hacerse notar en otros territorios como Galicia o la propia capital de España. Deslumbrados por los ecos del terrorismo de ETA o Terra Lliure, este movimiento sectario, violento y supuestamente revolucionario hace una oposición de combate, que ha llevado el temor a la sociedad española tras los últimos incidentes con Vito Quiles, el profesor Carlos Martínez Gorriarán o el divulgador histórico Marcelo Gullo, que fue a la Universidad de Barcelona a presentar su libro sobre la batalla de Lepanto y tuvieron que intervenir los antidisturbios para que pudiera realizarse el acto. En el caso de Quiles, decenas de encapuchados le obligaron a suspender su charla y perpetraron un vil y cobarde ataque a un periodista de El Español. Lejos de criticar tan repulsivo acto, los líderes de la izquierda –como Irene Montero (Podemos), Manuel Pineda (IU) y las juventudes del PSOE navarro– optaron por alentar aún más una mal entendida «resistencia», basada en intimidar, agredir y boicotear al adversario político. En una línea de sometimiento de los espacios universitarios, solo buscan el pensamiento único, odian las ideas propias y a los que no piensan como ellos, colonizan los espacios educativos –escuelas, institutos y universidades–, convertidos en cotos exclusivos de la izquierda para recuperar el voto juvenil que las encuestas confirman que han perdido precisamente por su radicalidad. Lo que en principio podría entenderse como una defensa de la libertad y la democracia frente a ideologías totalitarias ha derivado en un movimiento autoritario y violento, que lejos de fomentar el diálogo, solo crea espacios de intolerancia donde se impone el pensamiento único, se acalla cualquier voz disidente, se practica la coacción ideológica y se erosionan principios fundamentales, como la pluralidad, el respeto y el pensamiento crítico. LA RAZÓN recuerda en un reportaje las palabras de Pier Paolo Pasolini, el director de cine, escritor y periodista italiano asesinado hace medio siglo, que intuyó mejor que nadie lo que ahora está ocurriendo: «La verdadera intolerancia es la de la sociedad de consumo, de la permisividad concedida desde arriba, querida desde arriba, que es la verdadera, la peor, la más fraudulenta, la más fría y despiadada forma de intolerancia. Porque es la intolerancia enmascarada de tolerancia. Porque no es veraz. Porque es revocable cada vez que el poder lo considera necesario. Porque es el verdadero fascismo del cual proviene el antifascismo inútil, hipócrita, sustancialmente agradable al régimen». Palabra de genio, palabra de verdad.
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