Editorial
El «rodillo» sanchista se supera a sí mismo
Quedaría la vía del recurso al TC, pero sería pecar de angelismo pretender que un órgano de mayoría «progresista», presidido, además, por Cándido Conde-Pumpido, vaya a oponerse a la voluntad del Gobierno.
La triada que conforman La Moncloa, la Mesa del Congreso y el Tribunal Constitucional se ha convertido en una seria amenaza para el mantenimiento de los equilibrios de poder que son consustanciales en las democracias occidentales. El último caso lo tenemos en el asalto al Senado a través de una triquiñuela legislativa del peor estilo y de dudosa constitucionalidad, que introduce dos enmiendas, como si fueran polizones, en la futura ley de paridad para sortear la capacidad de veto de la Cámara Alta al techo de gasto del Estado.
Y no importa que la letrada de la Comisión de Igualdad, donde se ha producido el atropello, haya advertido que de acuerdo a la reiterada doctrina del Tribunal Constitucional se vulnera el derecho de los diputados a debatir los proyectos de ley, porque la segunda pata de la triada, la que representa la presidenta del Congreso, la dirigente socialista Francina Armengol, ya ha actuado de oficio para rechazar el escrito de reconsideración presentado por el Partido Popular. En otras circunstancias, quedaría la vía del recurso al TC, pero sería pecar de angelismo pretender que un órgano de mayoría «progresista», presidido, además, por Cándido Conde-Pumpido, vaya a oponerse a la voluntad del Gobierno en una materia tan fundamental como es la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado.
Nos hallamos, pues, ante una muestra acabada de la lógica política del sanchismo, que reduce la mecánica democrática a la mera aritmética parlamentaria, lo que, en los hechos, permite saltarse todas las convenciones establecidas, algo que abre un camino de inciertas consecuencias.
Ciertamente, comprendemos que es un engorro para La Moncloa que en las elecciones generales del 23 de julio las urnas concedieran la mayoría absoluta en el Senado a la formación que lidera Alberto Núñez Feijóo y, asimismo, entendemos las tribulaciones del presidente del Gobierno ante una Cámara que no deja de responder a la dinámica frentista, la de la muralla entre españoles, que ha impulsado el sanchismo, pero romper las reglas de juego en lugar de abordar una negociación presupuestaria con la oposición, como es normal en la mayoría de los países de la UE, retrata a un gobernante con evidentes tics autoritarios.
Traslada, además, la sensación de la propia impotencia del Ejecutivo, que renunció a tramitar los Presupuestos, un hecho insólito en las democracias, porque se coincidía en el tiempo con las campañas de las autonómicas y catalanas y, dada la naturaleza de la mayoría parlamentaria que respalda a Pedro Sánchez, era de suponer que no saldrían adelante. Así, uno de los actos políticos más importantes a los que debe hacer frente un gobierno, como es la elaboración de las cuentas públicas, se echaba por tierra por razones coyunturales y, en definitiva, porque el sanchismo siempre depende de otros.
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