Investidura de Pedro Sánchez
El síndrome de Nerón
Junqueras fue el protagonista ausente ayer en el Congreso. Maneja los hilos desde Lledoners con el doble objetivo de aprovechar el gobierno frágil de Sánchez y acabar con Puigdemont
Un visionario desde la cárcel decide el futuro de España. La frase corresponde a un avezado sociólogo catalán que, ironías del destino, desayunaba en un hotel madrileño cercano al Congreso, en tránsito a un cónclave internacional. Varios diputados del PP y Ciudadanos toman juntos un café antes de llegar a la Cámara, algunos catalanes, y la coincidencia es clara: Oriol Junqueras maneja los hilos desde la prisión. Más aún, es un hombre que percibe la realidad desde su aislamiento y, según estos expertos, padece el llamado síndrome de Nerón. Es decir, alguien con poder ya perdido y percepción alejada de la realidad, con el objetivo de engañar a un Pedro Sánchez frágil y mercader con quien haga falta, para destruir algo que a él le importa un bledo: España. Para este grupo de diputados, el tema es evidente: el líder de ERC, en su celda de Lledoners, atraviesa por ese llamado síndrome del emperador romano, mejor todos en llamas que apaciguados. Mejor cargarme a mi adversario soberanista, Puigdemont, y de paso, poner en la picota a un gobierno débil en Madrid.
Al filo de las ocho de la mañana, cuando la noche aún llenaba el patio del Congreso, llegaba Mertixell Batet a su despacho. A pocos minutos, con caras largas, hacían su entrada los ministros del Gobierno y diputados socialistas. El mazazo de la Junta Electoral Central escocía como un alfiler y provocaba duras descalificaciones. La más indignada, Adriana Lastra: «Es una maniobra de la ultraderecha para cargarse un gobierno progresista». Los del PP, Cs y Vox no daban crédito. Estupefacto, Teodoro García Egea se preguntaba dónde queda ahora el Estado de Derecho. «Ya se ve por qué Sánchez tenía tanta prisa». El comentario era unánime en las filas de la derecha. Con un rostro casi de mármol ocupó su escaño el candidato Pedro Sánchez. Y para avanzar su gobierno con Podemos, corbata morada con chinitas blancas. Desde sus filas, Pablo Iglesias, descorbatado pero también con camisa morada, con una cara de cuchillo, ordenó a rebato el aplauso a Sánchez. «Parece una reunión del soviet comunista», apostillaron diputados del PP ante el clamor hacia el líder. Iglesias y su señora, la cada día más tiesa y antipática Irene Montero, se juegan el suculento pesebre de sentarse en el Consejo de Ministros y la cosa no está para bromas. Los de ERC, Gabriel Rufián, y esa nueva musa republicana, Carolina Telechea, sin soltar el móvil para ver las noticias de su Ejecutiva reunida en Barcelona. Menudas presiones tendrán que soportar si mantienen su apoyo a la investidura. Ya lo advirtió la portavoz de JuntsxCat, Laura Borrás, simpática y grandullona ella, nueva zarina del soberanismo. Divulgado el secreto del pacto PSOE-ERC, muchos de sus artífices desvelan algunas claves. El acuerdo se cerró con gran sigilo en La Moncloa el pasado 1 de diciembre, en una reunión a solas entre Sánchez y Aragonés. El republicano adelantó su viaje en AVE a Madrid, dado que el 2 tenía prevista una reunión con su grupo parlamentario. Esa misma mañana, el preso Junqueras le telefonea desde una cabina de la cárcel de Lledoners y da la orden de abstenerse en la investidura. «Hay que desbrozar el camino aunque tengamos arañazos». Esta frase se convierte en lema durante la tensa sesión, pues socialistas y republicanos lo corean al unísono por los pasillos: «La decisión de la JEC no puede afectarnos, es un simple rasguño». Pero las presiones del mundo independentista las van a sufrir los de ERC como una tremenda herida callejera con las elecciones catalanas como agujón, reconocen.Ahora se sabe también cuántas veces visitó Pere Aragonés a Oriol Junqueras en la cárcel de Lledoners, el líder del orden y mando. ¿Qué queda de este partido asambleario?, se preguntan en el PP y Ciudadanos ante lo que definen como una conducta caudillista de Junqueras. Populares y naranjas coinciden en que el pacto de ERC debe entenderse en clave catalana. Es decir, el avance de un tripartito con el PSC y los Comunes que permitiría a Miquel Iceta presidir La Generalitat y a los republicanos expulsar de ella a sus eternos rivales, JuntsxCat y Carles Puigdemont, para ser los únicos separatistas en el Govern. Esta es la llave del pacto, pero el ex presidente fugitivo, rehabilitado en su escaño europeo, no piensa permitirlo y anuncia sorpresas. Lo repiten con furor sus dos «halconas» en el Congreso, Laura Borrás y Miriam Nogueras. Una lucha sin cuartel se avecina en el mundo independentista dónde Puigdemont y los suyos planean elecciones en Cataluña con la complicidad de su brazo armado callejero, la ANC, y su lideresa, Elisenda Paluzzi, como compañera de viaje del propio Puigdemont en una lista electoral. «Tela marinera», admiten diputados catalanes de distinto signo. ¿ Y Junqueras? «¿Ha visto todo esto por televisión?», le pregunta un ingenuo periodista a Rufián en el pasillo. «No lo sé, pero lo vea o no es el triunfador», suelta con toda su chulería. Ha conseguido doblegar a Sánchez y poner a España en dificultades. Que es lo que él quiere. Toma nota. Mientras, algunas ministras del gobierno no paran de charlar en los pasillos. Lola Delgado y María Jesús Montero, a carcajada limpia con los periodistas. ¿Pero de qué se ríen esta dos señoras?, se preguntan muchos. Ni que la justica y las cuentas públicas fueran de broma, dice Inés Arrimadas, dama de lienzo de Murillo. La pintura es triste, desde luego.
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