El personaje
Isabel Díaz Ayuso, la heroína frente a todos
La presidenta de la Comunidad de Madrid, sin causas judiciales pese a sucios intentos de algunos, siempre ha actuado a cara descubierta
Sucedió hace unos días, bajo un soleado fin de semana, en un hermoso pueblo de la sierra norte de Madrid, comarca del Lozoya: Garganta de los Montes. Isabel Díaz Ayuso acudió a almorzar en un restaurante y, nada más entrar, fue aplaudida a rabiar por los comensales de todas las mesas. La anécdota revela el apoyo popular de una mujer a quienes muchos quieren desesperadamente combatir. En el año y medio que lleva como presidenta de la Comunidad de Madrid ha hecho frente a todos: a la izquierda política y mediática, a los dardos de La Moncloa, a los navajazos desleales de sus socios de gobierno, Ciudadanos, y a sectores soterrados de su propio partido. Nadie, ni siquiera sus dos antecesoras, Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes, ha soportado una acosadora campaña de tal calibre. Pero Isabel Natividad Díaz Ayuso, sin ninguna causa judicial pese a los sucios intentos de algunos, lejos de achantarse ha actuado a cara descubierta, crecida en la adversidad como una heroína sin tregua. Hasta el punto de que un periódico francés la definía en sus páginas como «la nueva estrella» de la derecha española. A sus enemigos, desde luego, les ha salido un grano duro de roer.
De casi desconocida a la política más popular en Madrid. De inexperta en la gestión, a una gestora de primera, con unas cifras económicas motor de España. Por si fuera poco, con los mejores baremos sanitarios dentro de la trágica pandemia. En su última batalla sobre los impuestos, sin pelos en la lengua, les ha soltado dos frescas a los independentistas catalanes: «Madrid no es un paraíso fiscal, sino de libertad, y se queda uno de cada cinco euros». Toma ya, impresentable Gabriel Rufián. Isabel no piensa permitir que estos políticos de quinta fila avasallen los bolsillos de los madrileños. Al ministro de Sanidad, Salvador Illa, le espeta su gobernanza ante la crisis y responde con señorío a sus desprecios sobre el hospital Isabel Zendal. A la de Educación, Isabel Celaá, le hace cara en defensa del español, aplaudida incluso por las calles de Barcelona. A su vicepresidente, Ignacio Aguado, le soporta con paciencia e inteligencia sus deslealtades. Y hasta algún puñal que viene de Génova trece, lo encaja con estoicismo. Arropada por Miguel Ángel Rodríguez, su asesor discutido y discutible, pero un auténtico sabueso experto en liderazgos, la presidenta madrileña se mueve como la nueva Margaret Thatcher de la derecha española.
Acaba de cumplir cuarenta y dos años, curtida ya en mil batallas. Nacida en el barrio madrileño de Chamberí, en una familia dedicada al comercio, también ha soportado infamias contra su padre fallecido. Licenciada en Periodismo, conoció a Pablo Casado en el distrito municipal de Moncloa dónde el hoy líder del PP abanderaba las Nuevas Generaciones de Madrid. Llegó a la política madrileña desde la Universidad, un foro que le apasiona. Trabajó a destajo con Pablo Casado en los barrios ciudadanos, le gustó a Esperanza Aguirre que la introdujo en el organigrama de poder del gobierno de la Comunidad, y no tuvo ningún reparo en renunciar a su escaño en la Asamblea para ser viceconsejera de Presidencia con Ángel Garrido, ironías del destino, hoy en Ciudadanos bajo sus órdenes como Consejero de Transportes.
El pasado mes de marzo, en pleno estado de alarma, Isabel dio positivo por el coronavirus y se mantuvo aislada en el apartamento de una conocida cadena hotelera madrileña. La izquierda montó un escándalo de campeonato del que también salió airosa. Ante las continuas acusaciones y broncas en la Asamblea de Madrid, ella afirma estar ligera de equipaje, vive de alquiler en un piso del barrio de Malasaña con su pareja, el peluquero Jairo Alonso, y mantiene la cabeza fría. Su faceta de periodista le infunde conciencia crítica cuando hace falta y una cierta distancia de los problemas. «Mi familia se arruinó con la crisis y yo ha sabido salir adelante», dice la presidenta, que se define liberal y poco sectaria. Nacida en Madrid, pero de raíces abulenses como Pablo Casado, su padre era de Sotillo de Ladrada, pueblo que adora y dónde tiene amigos de toda la vida. «Ese equilibrio ente ciudad y montaña me da fuerza», confiesa.
A diario, mucha marcha por los barrios de Madrid. Los fines de semana, senderismo por los montes del Valle del Tiétar, herederos de de los maratones populares que ha practicado durante años. «Ahora estoy algo menos entrenada» confiesa Isabel al recordar sus caminatas por los montes de Gredos en compañía del perro de su hermano. Le gustan la naturaleza, los animales y proclama los valores del centro-derecha sin ningún complejo. Es una viajera empedernida, su gran pasión. Ha subido al Machu Pichu, recorrido los Andes, y hasta las cordilleras hindúes del Himalaya, mochila en mano hacia destinos lejanos. Desde muy jovencita, aprendió a ganarse la vida por sí misma y decidió entrar en política el día que conoció a Pablo Casado «Éramos un grupo de estudiantes liberales, hasta el moño de la demagogia izquierdista», evoca hora Isabel. Desde las Nuevas Generaciones de Madrid diseñaron un proyecto de comunicación para el partido y ella fue su gran apuesta para la Comunidad de Madrid. Año y medio después, pese a incesantes puñales adversarios, no ha decaído. Sabe bien dar la cara. «Aunque algunos me la quieran partir», admite frente a todo y frente a todos.
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