Jorge Vilches

El virus Illa

El Gobierno calcula cuánto daño puede soportar la sociedad por la covid-19 sin que sus intereses electorales sean perjudicados

El virus Illa
El virus IllaPSOE HANDOUTEFE

Salvador Illa es licenciado en Filosofía, y una vez fue alcalde de una población de 9.000 almas. Poco bagaje hoy, pero no importaba en 2019. El catalán es un hombre de partido, uno de esos que cumplen órdenes sin expresar opinión alguna. Resultaba útil en Madrid y le hicieron delegado del PSC en el Gobierno de España con la misión de velar por el diálogo y la cesión a los golpistas. Para tener tiempo libre en esta tarea se le encomendó un ministerio menor, el de Sanidad, cuyas competencias están prácticamente en manos de las autonomías.

Era un títere, un peón de los planes de otros. Si en el PSOE todo el personal está al servicio del sanchismo, en el PSC no podía ser menos; especialmente cuando el jefe de la Moncloa depende de los votos de ERC y JxCAT, actuando Podemos como costurera del monstruo de Frankenstein.

En enero de 2020, sanchistas y podemitas se plantearon que para tejer una red de poder que cambiara el régimen por la puerta de atrás había que mantener la convivencia entre ambos, y la complicidad con los nacionalistas. Estas dos condiciones han marcado el desarrollo de la pandemia por la Covid-19.

La noticia de la expansión del virus se presentó como un obstáculo antes de marzo de 2020. Para no entorpecer sus planes decidieron que había que ocultarla, minimizarla, decir que era una «gripecilla». El Gobierno socialcomunista quiso jugar con los tiempos de los contagios, calculó daños, incluidas las vidas humanas, y tiró hacia delante. Decidió hacerse el sordo y celebrar las manifestaciones del 8-M para evitar el enfrentamiento entre el PSOE y Unidas Podemos en la cuestión más importante para la izquierda: la propaganda del feminismo. La lucha se produjo por capitalizar la reivindicación y definición feminista, y de hecho aún continúa. Entonces, para impedir una ruptura, Salvador Illa, siempre a las órdenes de Sánchez, dejó que se extendiera el virus.

Lo mismo está ocurriendo en el caso de las elecciones en Cataluña, fechadas para el 14 de febrero. El Gobierno está calculando cuánto daño puede soportar la sociedad española por la covid-19 sin que los intereses electorales del PSOE sean perjudicados. Lo de menos son las vidas humanas y la economía. Salvador Illa está pensando en rentabilizar su posición como ministro de Sanidad, la simpatía que le pueden granjear sus actuaciones contra Ayuso, los inciertos augurios de las encuestas, y la debilidad de los partidos nacionalistas. Es la razón de que no decida restricciones sanitarias, sino que hable de «cogobernanza», que es el epítome de la parálisis o de las medidas pequeñas.

Esto hará que la tercera ola del virus se extienda. Ya pasó en marzo pasado, y durante el verano, justo después de que Sánchez, el 3 de julio, dijera: «He vencido al virus. Disfruten del ocio que proporciono». Ahora volverá a ocurrir porque al PSC le interesa que las elecciones sean el 14 de febrero. Incluso el TSJ de Cataluña ha dejado en manos del Gobierno cuándo han de celebrarse allí las elecciones autonómicas. La operación está en marcha. Algunos han picado ya, como Ortega-Smith, de Vox, que ha declarado que apoyará a Illa para que no gobiernen los golpistas, como si el PSOE de Sánchez fuera de fiar. Si gana el PSC gobernará con En Comú Podem con apoyo de ERC, como a nivel nacional, con la demagogia del «programa progresista».

Escribía Aristóteles, que sigue vivo, que una oligarquía puede corromper una democracia cuando actúa solo en su propio beneficio, no en interés general. La única manera de mantener esa oligarquía con vestidura democrática era, decía el griego, a través del engaño y la demagogia. Esto sí lo sabe Salvador Illa.