4-M

Una campaña y tres lecciones

El 4-M nos deja una política cargada de emociones negativas, sondeos del CIS omnipresentes y el riesgo cierto de sorpasos que se veían lejanos

Papeletas
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Confesaba Benito Pérez Galdós que «ha habido días que pensé en meterme en casa y no ocuparme de la política. Pero lo he pensado mejor». Por suerte lo pensó mejor y dedicó muchas horas y muchas letras a lo común, a lo de todos, dejándonos un valioso legado al que recurrir en épocas convulsas. La suya, el siglo XIX, lo fue y trató de buscar espacios moderados en los que resguardarse: trazó una semblanza tan certera y amplia de España que mirándonos en aquella que él describió podemos interpretarnos ahora. Ante ciclos agitados, como el de la campaña de Madrid que estamos a punto de terminar, resulta pertinente (y muy necesario) pararse a reflexionar sobre las últimas semanas e intentar hacer un balance de lo ocurrido. Y podemos hacerlo a través de tres parámetros diferentes que nos permitirán esbozar una visión global de lo que nos ha pasado y, aún, de los que nos está pasando. Veamos.

Las emociones

Aunque un destacado dirigente político madrileño me reconocía estos días que nunca había vivido unos comicios con un clima de tanta tensión, lo cierto es que los choques frontales, la polarización o el frentismo (llamémoslo como queramos llamarlo) no constituyen ninguna novedad. Ni en procesos electorales de otros países ni, por supuesto, en los de España. Politólogos y antropólogos han esbozado teorías en las que defienden que el razonamiento requiere de la emoción para llegar a conclusiones: antes del pensamiento vendría el sentimiento. Según estas corrientes, las decisiones políticas estarían condicionadas por las emociones. Apelar a ellas para mover a los votantes es algo que se ha hecho a lo largo del tiempo, pero a partir de dos aproximaciones diferentes: una, la de los periodos positivos en los que se incide en valores como la igualdad o la esperanza (basta recordar el eslogan de campaña de Barack Obama), y otra, que se caracteriza por exacerbar las emociones negativas (rechazo, odio o miedo). En esta, el objetivo es agitarlos para conseguir movilizar a quienes no encuentran motivos para ir a las urnas. Y así es como las amenazas se han colado en campaña: el más evidente resumen gráfico de los excesos (sin restar un ápice de la gravedad a cualquier tipo de intimidación) es la imagen de la ministra Reyes Maroto sosteniendo la foto de la navaja que le enviaron en un sobre. La vieja estrategia de técnica política de usar la inseguridad como catalizador del voto, aunque la experiencia de tiempos pasados apunte a los riesgos del método.

La sondeocracia

Las encuestas han tenido un papel cambiante en las distintas citas con las urnas de los últimos años. Paradigmáticos, por erróneos, fueron los casos del Brexit o la victoria de Donald Trump en 2016. Los sondeos fallaron y los expertos intentaron fijar las causas de los desvíos: se trata de fotos fijas que solo reflejan un momento concreto, no muestran de verdad lo que le pasa a una sociedad o los encuestados ocultan su verdadera intención fueron algunas de las explicaciones para tratar de justificar lo sucedido.

Lo cierto es que, más allá de acertar o no el resultado, los estudios demoscópicos tienen, o pueden tener, la capacidad de influir en la intención de voto de los electores que los reciben en momentos en los que aún no han tomado una decisión en firme. Suele hablarse de las profecías autocumplidas o, incluso, de sondeocracia. Un término acuñado por el politólogo italiano Giovanni Sartori que alerta de los peligros de abusar de una técnica que, por lo demás, resulta tan útil como interesante para entender las sociedades en las que vivimos. Y en esta campaña, el CIS, omnipresente, ha combinado sus sondeos habituales, con otros denominados flash (creados exprofeso para el 4-M) y con la realización de encuestas incluso durante esta última semana, pese a estar prohibidas por la Ley Electoral. Estas polémicas convierten en pertinente la necesaria revisión sobre el papel y el uso que debería tener un organismo público como el CIS, que era tan prestigioso e indiscutible antes de la llegada de José Félix Tezanos.

Los sorpasos

Y junto a las viejas y las nuevas prácticas, nos encontramos con otras situaciones que se repiten una y otra vez. No hay que mirar muy atrás (basta con rescatar la hemeroteca de los últimos seis años) para comprobar que una de las consecuencias de la atomización de la política española ha sido la pugna cruenta entre los partidos que compiten por el mismo espacio demoscópico. PSOE, Podemos y Más Madrid mantienen en estas elecciones una competición sin tregua y se disputan una hegemonía que va más allá, incluso, del mero resultado: marcará el futuro de algunos de sus candidatos y presenta elementos, además, de una cierta vendetta o de una especie de ajuste de cuentas con el pasado.

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, que durante un tiempo aspiró a absorber al PSOE, se ve ahora amenazado por la lucha cainita con Íñigo Errejón, mientras Ángel Gabilondo mira con cautela los avances de Mónica García. En el espacio de la izquierda no solo se juegan los escaños de la Asamblea de Madrid, sino la consolidación de unos proyectos o la aniquilación de otros. Y como ya hemos visto en convocatorias anteriores, las amenazas de los sorpasos, al final, pueden terminar concretándose. Así que, en ese afán galdosiano de comprender la política que nos rodea, el dibujo de estas dos intensas semanas de campaña nos permite descubrir que nuestros tiempos acelerados son, a la vez y paradójicamente, tan viejos y tan nuevos como cíclicos.