Terrorismo

Los “jardineros” que no cultivarán flores para sus víctimas

Museo Guggenheim BilbaoERIKA EDE (Foto de ARCHIVO)03/10/2019
Museo Guggenheim BilbaoERIKA EDE (Foto de ARCHIVO)03/10/2019larazonERIKA EDE

No deja de ser un macabro sarcasmo, en especial para las víctimas, que los etarras que dependan del Gobierno vasco, al que se le han transferido las competencias en materia penitenciaria, puedan obtener la libertad, o semi libertad, que igual da, a cambio de hacer curso de jardinería o cosas similares.

Seguro que muchos integrantes del cuerpo de la Ertzaintza recordarán que fueron unos supuestos “jardineros”, etarras integrantes del “comando Katu”, los que asesinaron a su compañero José María (Txema) Aguirre Larraona el 13 de octubre de 1997, en las inmediaciones del museo Guggenheim de Bilbao. Formaba parte del dispositivo de vigilancia del recinto, que iban a inaugurar los Reyes, el presidente Aznar y el lendakari Ardanza.

Al agente Aguirre no le pasó desapercibida una furgoneta de la que unos individuos bajaban tres maceteros con los que adornar el exterior del museo. Llevaban dibujado el escudo del Ayuntamiento de Bilbao y el albarán de entrega, falsificado, procedía de un vivero de Igorre, que había decorado el muñeco “Puppy”, una figura emblemática de dicho museo. Las sospechas del ertzaina no eran infundadas. Debajo de las plantas, estaban escondidos doce lanzagranadas dispuestos para ser activados por control remoto.

Aguirre no lo dudó. Dio el alto a los “jardineros” tras comprobar que la Ford Transit blanca aparcada delante suyo no estaba entre los vehículos autorizados para descargar. Además, desde la central de la Ertzaintza le comunicaron que las placas de la matrícula pertenecían a un turismo robado días antes por el propio “comando Katu”.

Los etarras eran Eneko Gogeascoechea y Kepa Arronategi. El primero no dudó en disparar al agente por la espalda y le causó la muerte. La intención del “comando” era atentar con el Rey las demás autoridades presentes en el acto de inauguración del museo.

“Jardineros” que aspiraban a perpetrar un regicidio y que se llevaron por delante la vida de otro vasco, un servidor del orden que trabajaba para dar seguridad a los ciudadanos.

Cuando salgan de la cárcel los nuevos “jardineros”, podrían cultivar flores para llevarlas a la tumba de Txema Aguirre y de las otras víctimas que ha causa ETA a través de su siniestra historia. No lo harán.

Puestos a dar ideas, entre las labores que se les podían enseñar en la cárcel a los terroristas para que puedan salir en libertad sería la de, provistos de pico y pala, aprendan a cavar. Para tener un recuerdo hacia Luis Domínguez Jiménez, sepulturero de la localidad guipuzcoana de Vergara, al que ETA asesinó el 25 de enero de 1980. Para justificar el crimen, le acusaron de colaborar con la Guardia Civil. Otra macabra circunstancia, los asesinos matando a los encargados de enterrar a los que ellos asesinaban.

En la labor incesante de blanquear el pasado de ETA, que no se puede borrar, porque la historia está ahí (de la que sienten orgullosos) se va a asistir a episodios muy duros, singularmente para las víctimas, que, a estas alturas, sólo piden justicia y que los terroristas colaboren en el esclarecimiento de los crímenes cuya autoría concreta se desconoce. Les harán jardineros, incluso, sepultureros, pero ni se arrepentirán, ni pedirán perdón, ni pagarán el dinero que deben a sus víctimas, ni, por supuesto, darán los nombres de los autores de los referidos crímenes.