Antonio Martín Beaumont
El «dream team»
Casado le ha cogido la medida a Sánchez. Ahora le toca ejercer un liderazgo sólido, previsible y generoso
El Partido Popular de Castilla y León, con su reelegido presidente Alfonso Fernández Mañueco a la cabeza, se ha dado un baño de ilusión este fin de semana en el abarrotado Palacio de Exposiciones de León. El congreso regional ha salido tal como fue previsto hace meses. Los tiempos en política son importantes y cuando, allá por el mes de noviembre, se puso fecha al cónclave, seguramente ya se barruntaba que podía ser el mejor trampolín para impulsar a Mañueco en su cita con las urnas, finalmente adelantada al próximo 13 de febrero.
El presidente castellano y leonés ha estado arropado por los máximos referentes de las siglas. Lo que muestra la importancia nacional del 13-F. Presidentes como Isabel Díaz Ayuso, Juanma Moreno, Alberto Núñez Feijóo y Fernando López Miras; los portavoces Jose Luis Martínez–Almeida, Cuca Gamarra y Javier Maroto; y los dos máximos dirigentes, Teo García Egea y Pablo Casado. La foto de León es una declaración potente: el cambio de ciclo está aquí. La fortaleza de la unidad del Partido Popular es la mejor escala para asaltar la muralla, cada vez más agrietada, de Pedro Sánchez. Y además es lo que las bases del partido y los votantes de a pie piden al centroderecha.
«La gente quiere votarnos, incluso a pesar de nosotros mismos». El juicio, de un mandatario genovés, lo dice todo. De ahí que ceremonias de autoafirmación como la leonesa sean tan útiles en el camino de Casado, que no debería ser otro que fajarse con Sánchez para darle el golpe de gracia definitivo en las elecciones generales. Vender robustez interna y reunir con mayor frecuencia a los barones que han demostrado ser puntas de lanza en sus territorios es la estrategia más inteligente. Ahora mismo, es vital que la cúpula nacional popular sea consciente del enorme caudal que tiene entre sus manos. Menos pábulo a «gentecilla» embriagada de ensoñaciones internas y más fotos felices de Casado con Ayuso, Feijóo, Moreno, Miras y Mañueco. El PP es la alternativa real a un Frankenstein que se desguaza; sus barones son los hechos que prueban la eficaz gestión, y deberían ser el cohesionado «dream team» que escolte al líder para compensar la ausencia de un equipo nacional de peso. Sánchez asienta ahora su mando sobre una peana inestable. Y sus vértigos prometen ir a más. El presidente del Gobierno ha quedado en una situación demasiado expuesta con el pulso que le ha ganado «el intocable» Alberto Garzón, ahora gran «ecologista sandía» (verde por fuera y rojo por dentro) de Unidas Podemos tras cuestionar la marca España en el periódico británico «The Guardian».
«Esta crisis se nos ha ido de las manos», apuntan con inquietud en el PSOE. No es para menos. Las citas electorales van acumulándose y los socios de la coalición no van a regatear esfuerzos para marcar diferencias. Es la ley del partidismo. El futuro son trifulcas, dimes y diretes, zancadillas y demasiados circos con sus «rufianes» respectivos protagonistas del espectáculo. Mientras, el Partido Popular tiene el mejor de los valores en política: su sensata coherencia. Es su patrimonio. Y en los tiempos actuales todavía es más valioso. Casado le ha cogido la medida a Sánchez. Ahora le toca ejercer un liderazgo sólido, previsible y generoso. Él es el jefe para lo bueno y para lo malo. Sin matices. El PP necesita respirar serenidad. «Después de la mayoría absoluta en Galicia y el ‘ayusazo’ en Madrid, una victoria en Castilla y León seguida de otra en Andalucía abren las puertas de La Moncloa a Pablo», se repite en Génova. El trayecto por delante cuenta a favor además con las ganas de cambio de millones de españoles hartos del sanchismo, pero el PSOE no regalará el poder. Aunque la mayor parte de sus decisiones desnudan a un partido en claro declive y con su identidad difuminada por sus peligrosos pactos.
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