Cristina L. Schlichting

La gran pantomima

Si hubiese defraudado a Sánchez, su carrera estaría finiquitada

Por una vez, creo que podemos estar todos de acuerdo en los hechos: un despistado al que le falta un hervor y que mete la pata al votar, una derecha desunida y una izquierda sin escrúpulos. El resultado es que una ley que afecta directamente a la vida laboral de todos los españoles quedó aprobada por casualidad, por pura chirigota y un solo voto. Exactamente, por 175 votos a favor y 174 en contra. De verdad que es para sainete del siglo de oro. Analicemos más en detalle lo ocurrido.

Del interfecto, sabemos que fue alcalde de Trujillo (Cáceres) y que dijo primero que todo fue un fallo de la técnica y, después, que había metido la pata. Hay quien ha deslizado que Alberto Casero –que está siendo investigado por prevaricación en los años de servicio municipal– podría haber buscado favores políticos del PSOE, pero yo no me lo creo. Es demasiado tosco. Sencillamente, el diputado es un «alma de cántaro» que, de hecho, salió corriendo hacia el Congreso de los Diputados en cuanto se dio cuenta de la que había liado, lo cual puso de relieve que no tenía ningún tipo de impedimento para acudir presencialmente. Después, sencillamente, no fue asistido en su reclamación de poder votar según su criterio. El reglamento establece que, en el voto telemático, doña Meritxell Batet debe comprobar telefónicamente que el voto ha sido emitido y que se ha recibido en sentido correcto. La presidenta de la cámara no lo hizo.

Dos diputados de Unión del Pueblo Navarro (UPN), Sergio Sayas y Carlos García Adanero, habían servido el escenario del escándalo, al eludir la disciplina de voto de su partido y votar «no» a la reforma. Los motivos, la verdad, no podían ser más beneméritos. García Adanero ha explicado que no podían apoyar a un Pedro Sánchez que lleva dos años blanqueando a Bildu y cuyo objetivo en Navarra es minar a UPN. Con su iniciativa, el PSOE perdía el recuento para sacar adelante una «reforma de la reforma», la cual en realidad no es más que una solución aguada con el fin de prolongar de tapadillo el gran éxito de Fátima Báñez.

Pero hete aquí que el demonio siempre está al quite, y que a la menor oportunidad trabaja a favor de Pedro Sánchez. Y la tontería de Alberto Casero inclinó de nuevo la balanza a favor del PSOE.

La presidenta del Congreso de los Diputados hizo dos cosas mal en ese momento. Primero, no telefonear al diputado en cuestión y, segundo, negarle la posibilidad de rectificar su voto. Pero ya hemos visto otras veces cómo actúa Meritxell Batet, que es capaz hasta de acusar a los jueces de prevaricar, con tal de agradar a los poderes que adora.

Cabe decir a su favor que imaginarse las consecuencias de llevar la contraria al propio Sánchez, pone los pelos de punta. Solamente hace falta seguir la gestualidad de todo lo acontecido en el Parlamento para darse cuenta del desconcierto inicial del presidente con los votos de los insumisos de UPN y su alegría posterior cuando advierte que uno de los diputados del PP se ha equivocado al emitir su fallo. Si Batet se hubiese atrevido a defraudar a Pedro Sánchez, su carrera política estaría finiquitada. Batet o Tezanos, qué más da: es gente que vive políticamente de hacer la pelota al jefe.

Tiempo le faltó a la sierva complaciente para negar al pobre extremeño su posibilidad de votar en este asunto crucial según su conciencia o disciplina.