El personaje
Irene Montero: En la brecha del feminismo
La ministra de Igualdad vuelve a estar en el centro de la polémica esta semana por la controvertida «Ley Trans»
De nuevo ha levantado una polvareda sobre un disparate legislativo. Una gran brecha dentro del feminismo clásico, en buena parte del PSOE y en el Gobierno social-comunista. La polémica «Ley Trans» de la ministra de Igualdad, Irene Montero, es un desatino criticado por un gran grupo de científicos, médicos, psiquiatras, biólogos, y juristas, que la consideran contraria a las reglas de la naturaleza y principios morales.
Lo más sangrante es que a pesar del aplazamiento de su tramitación en el Congreso, el grupo socialista tragará con las exigencias de Unidas Podemos para mantener a Pedro Sánchez en el poder. Toda una farsa teatral, en la que ninguno de los socios gubernamentales deja su cómodo sillón. Al tiempo, la sociedad española asiste atónita a un espectáculo denigrante, con una iniciativa delirante que permitirá a un adolescente hormonarse y cambiar de sexo sin permiso familiar o recomendación médica de ningún tipo. Los cuerpos humanos y las leyes biológicas quedan a merced de los caprichos ideológicos de comunistas.
La «Ley Trans» ha forzado esta semana la intervención de Moncloa ante una tensa reunión del grupo parlamentario socialista, donde se enfrentaron los partidarios de la exvicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo, azote de la ministra Irene Montero, con los más radicales. El propio Sánchez instó al orden y finalmente el PSOE introducirá enmiendas pero mantendrá el tema más controvertido, la autodeterminación de género. Esto ha provocado reacciones contrarias en el feminismo clásico como las socialistas Ángeles Álvarez y Amelia Valcárcel, pero no se modificará, lo que supone una victoria Montero.
Para colmo la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, eterna enemiga de Montero, tuvo que subirse al carro, defender la Ley y vociferar que «Ni un paso atrás». Las dos hacen suyos los derechos del colectivo Trans y LGTB, donde tampoco existe unanimidad. El sector podemita impone sus dogmas frente a la oposición de un sector del feminismo, científicos y juristas.
No es la primera vez que la ministra Irene Montero monta una polémica. Se ha saltado con descaro el informe del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) para tramitar la Ley del Aborto por el procedimiento de urgencia en el Congreso. Otro bodrio legislativo que también genera rechazo en algunos sectores jurídicos, sanitarios y científicos. Como «todo un disparate» califican la norma en algunos de estos colectivos ante una ley que permite a menores de 16 años interrumpir su embarazo sin el permiso paterno. Además, Montero amenaza a los médicos que se declaren objetores y obliga a las comunidades autónomas a establecer un registro, en plan policía política. También la ministra ha sido abanderada de otras leyes radicales como la de Garantía de Libertad Sexual, más conocida como «ley del solo sí es sí», que revela un embrollo jurídico de campeonato. Bajo un lío de indemnizaciones, un grupo de abogados expertos en derecho penal vaticinan que con esta ley habrá una cascada de rebaja en las condenas de los agresores. El texto pasa por encima de la presunción de inocencia, de forma que basta con la palabra de la denunciante.
Pero Irene Montero se crece sobre la Ley Trans o el aborto que, en opinión de un sector de expertos, transgreden principios sanitarios, éticos y morales. Un discurso extremista para desviar la atención de una persona instalada ya en la más pura casta que tanto denunciaba.
De activista de la izquierda en las calles, a ministra del Gobierno de España. De pantalones vaqueros y «chupa» de cuero, a modelitos de Pedro del Hierro. De panfletos antidesahucios, a posar en las revistas del corazón. Es la gran metamorfosis sufrida por Irene María Montero Gil, lideresa de Unidas Podemos, pareja de Pablo Iglesias, ministra de Igualdad y adversaria de Yolanda Díaz, con sonoras meteduras de pata que llevaron al PSOE a ningunear su primera Ley de Igualdad y Diversidad Sexual presentando en el Congreso otro texto alternativo. Con reducida formación profesional y poca experiencia de gestión, en ningún país serio de nuestro entorno una mujer como ella habría llegado a ser ministra.
Nacida en Madrid, hija de un empleado de mudanzas y una educadora, presume en su currículum de haber estudiado Psicología y trabajar de cajera en una tienda de electrodomésticos. Su entrada en Podemos se produce de la mano de Rafa Mayoral desde la plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), donde eran activistas. Ascendió rápido al Consejo Ciudadano, diputada y jefa de gabinete de Iglesias. Como portavoz en el Congreso fue un desastre y cuando él rompió con su entonces pareja, Tania Sánchez, formalizaron su relación y se convirtió en madre de dos mellizos prematuros, Leo y Manuel, y una tercera hija, Aitana. La pareja inició su ascenso social y llegó la polémica del lujoso chalet de Galapagar, que les forzó a consultar a las bases de Podemos su permanencia en la dirección. Muchos dicen que hubo un fraude en las votaciones, similar al de la Asamblea de Vistalegre II, los contratos turbios con la consultora Neurona y las conexiones con el régimen chavista de Venezuela.
Las lindezas de la señora ministra, instalada en un despacho oficial que ha llenado de asesoras, han sido muchas: «En relaciones de pareja soy conservadora». «Pablo no es un macho alfa», «Soy heterosexual, pero he probado de todo». En el Gobierno hace tándem con su íntima amiga, la ministra de Asuntos Sociales, Ione Belarra, ambas declaradas enemigas de Yolanda Díaz. La buena vida, los escoltas, el coche oficial y la caterva de policías que la protegen en su mansión de Galapagar gratifican mucho.
Con un notable cambio físico y de estilo, mientras su pareja, el adorado líder Pablo Iglesias se pasea por las tertulias, la señora ministra perpetra leyes impresentables y desprecia las críticas. Frente a todos, Irene Montero se crece.
✕
Accede a tu cuenta para comentar