Una década de Felipe VI

La abdicación: entre el sacrificio y el patriotismo

Don Felipe tomó las riendas y se sentó en el trono a sabiendas de que el respeto y la consideración hay que ganárselos día a día

El Rey Felipe VI saluda a don Juan Carlos desde el balcón central del Palacio de Oriente donde han saludado a los ciudadanos que se han congregado para rendirles homenaje, tras el acto de proclamación celebrado en el Congreso de los Diputados
Don Juan Carlos besa a su hijo en el balcón del Palacio Real en presencia de la pequeña Leonor, tras ser proclamado MonarcaJavier LizónAgencia EFE

La abdicación es una forma excepcional de finalizar un reinado. Generalmente se espera que el monarca concluya sus días en el trono, se hagan grandes funerales de Estado y se glose su figura por doquier, destacando lo positivo y obviando lo negativo. El ejercicio de la labor de un monarca no constituye un trabajo, sino que es una función que abarca la totalidad de su ser. Antiguamente, se consideraba que el rey poseía cierto carácter sacerdotal: por eso era religiosamente ungido –aún lo es en Inglaterra–, y conservaba esa condición hasta su muerte. Se le atribuían virtudes taumatúrgicas pues se consideraba que su autoridad procedía directamente del Altísimo que le concedía, además, determinados poderes, que en las monarquías absolutas eran casi omnímodos. Lo fueron menos en las monarquías limitadas y son aún menores en las parlamentarias, como la que disfrutamos en España.

Actualmente, como antaño, los reyes pueden abdicar, pero no se «jubilan». Son reyes 24 horas al día, 7 días de la semana y 365 días de año. Naturalmente pueden y deben descansar, pero, cumplidos los 65 años, continúan, por lo general, en el trono hasta que la enfermedad o la muerte les impida seguir ejerciendo su función. O hasta que abdiquen.

El 18 de junio de 2014 el Rey Don Juan Carlos I abdicó, algo que no dejó de sorprender a muchos, pero que tenía una justificación sacrificada y patriota evidente, casi de autoinmolación. Se ganó a pulso seguir teniendo el título de Rey y el tratamiento de Majestad. Se ha escrito erróneamente que «renunció» a la Corona. Los reyes no renuncian, sino que abdican. Puede renunciar un príncipe heredero o cualquier otro príncipe con derechos sucesorios, es decir, todo aquel que –teniendo expectativas de suceder– no esté aún en el ejercicio del poder regio. Desde aquel día, el Rey Don Felipe VI reina felizmente en España.

En naciones como los Países Bajos, donde las sucesivas reinas Guillermina, Juliana y Beatriz abdicaron, ya no sorprende este hecho. En España, causó más asombro y se hicieron valoraciones no siempre acertadas ni ecuánimes.

Los años de reinado de Don Juan Carlos no fueron nada fáciles. Nació en el exilio romano y fue separado de sus padres para formarse en Suiza y en España desde niño. Contempló los roces entre Don Juan de Borbón y Francisco Franco. Lideró, con los políticos más conspicuos, una Transición que es ejemplo en el mundo y que algunos quieren hoy «revisitar» mediante leyes revanchistas y resentidas. Revanchas y resentimientos que ya habían sido objeto de perdón y hasta de olvido por ambas partes de las famosas «dos Españas». En esa ejemplar transición la amnistía política alcanzó el 94% de votos positivos en el Congreso, y del 100% en el Senado. La lamentable reciente amnistía para los independentistas catalanes ha contado con una aprobación en el Congreso que no superó el 51% y fue rechazada en el Senado. Nulo consenso sobre una reconciliación que los independentistas catalanes no buscan, como prueba la forma en que se han vanagloriado de su pírrica victoria y los anuncios sobre los «siguientes pasos».

Don Juan Carlos aguantó y sufrió la pesadilla del terrorismo etarra y asistió a muchos funerales estando siempre al lado de los afligidos. Representó a España en el interior y en el exterior como nadie lo había hecho antes, con un don de gentes y un «savoir faire» únicos, atrayendo para nuestro país infinidad de inversiones que ayudaron a mejorar la balanza de pagos y el nivel de bienestar de la población. Paró un golpe de Estado y ejerció con innegable neutralidad el poder arbitral y moderador consagrado en el artículo 56 de nuestra Constitución e inspirado –entre otras– en las doctrinas de Benjamin Constant.

El 3-O frente al 23-F

Don Felipe VI tomó las riendas y se sentó en el trono a sabiendas de que el respeto y la consideración hay que ganárselos día a día, con ejemplaridad constante, austeridad y transparencia, con una empática sonrisa siempre, aunque no tenga ganas o esté cansado, estudiando bien los expedientes y la información previa a cualquier encuentro o reunión, diciendo la palabra justa, ni más ni menos, acogiendo a todos, no despreciando a nadie. Modelo de laboriosidad y seriedad, Don Felipe actuó con determinación y valentía el 3 de octubre de 2017 a ejemplo de su padre el 23 de febrero de 1981.

Los españoles nos acogemos a su protección y, es más, confiamos en que ampare siempre la unidad de la nación española de la que es, por mandato constitucional, aprobado en referéndum, «símbolo de su unidad y permanencia». Sabemos que tiene y tendrá que lidiar con situaciones difíciles. Fue preparado para ello. Tuvo el ejemplo paterno y también el de su abuelo el Conde de Barcelona, que siempre pensó en el bien de España. Apoyarle es fundamental pues representa valores atemporales y necesarios para una de las naciones que más han marcado –para bien– la historia del mundo: España.